ELIAN

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Karín lentamente abrió los ojos e intentó moverse, le dolían los brazos y las piernas y aún seguía colgada del la rama del árbol, se movió y cayó al suelo por la partidura de esta. Se levantó y se encontraba en un bosque, no estaba bien orientada por lo que comenzó a caminar y más adelante vio al Renato ya sin vida y con partes de su cuerpo chamuscadas. Se acercó y puso una mano sobre su cabeza lamentando la pérdida de ese pobre animal que está siendo esclavizado  por los humanos.

Su aldea estaba en llamas, así que volver sería en vano, no quería ver la terrible tragedia de que estuviesen todos muertos, pensó en Leilia y Krim mientras caminaba. Su corazón sentía latigazos de dolor, no quería estar sola, no quería una vida sin ellos. Sin percatarse de sus pasos llegó al borde de un acantilado, nunca fue muy valiente pero ahora sabía que podía con todo. Abrió los brazos mientras el viento jugaba con su cabellera, cerró los ojos y esperó que la caída pusiera fin a su vida.

Sus pies no se movieron porque su oído captó un sonido a lo lejos, se sentía como el llanto de un bebé. Bajó los brazos y buscó el sonido que se hacía más latente cuando se acercaba. Vio en ruinas una casa, le dio un poco de temor entrar pero seguía llorando un niño y ella era muy curiosa. Mientras se adentraba vio que todo estaba volteado, desordenado y quemado, un bulto se asomaba bajo una masa de escombros. Cuando se fue acercando vio que era una mujer que abrazaba a un bebé fuertemente. La mujer estaba sin vida y eso conmovió a Karín, dio la vuelta para marcharse pero el bebé seguía llorando y su mente no le permitía irse y dejarlo indefenso, así que retrocedió e intentó tocarlo.

  -No sobrevivirá -dijo una voz a su espalda.

Ella cayó al suelo asustada y vio a un chico como ella, que tenía el cabello envuelto en una tela sucia, estaba sentado con una vara en la mano encima de una mesa desordenada.

  -¿Quién eres? -preguntó ella reparándolo.

  -Alguien como tú, me llamo Selim ¿Cuál es el tuyo? -era un proscrito, así le decían en su aldea a los que se iban a buscar fortuna lejos de su gente.

  -Karín.

  -¿Karín? -ella asiente -Bien Karín, ¿qué piensas hacer con él? -señala el bebé que seguía llorando - la chica lo mira y siente un nudo en la garganta, ese bebé era como ella, no le quedaba nada en la vida -Eres aún una niña, no sabes cuidarte, no sabrás cuidar un bebé.

Haciendo caso omiso a las palabras del chico desconocido, se acercó a él y lo tocó, el bebé cerró en sus dedos su pequeña manita y ese gesto tierno conmovió a la chica que tuvo que hacer uso de su fuerza para desprender los dedos de su aferrada madre y así ponerlo a salvo. Cuando lo tuvo en sus manos se calló, pensó que era una niña pero era un varón. Lo mecía mientras lo miraba con ternura, cuando se volteó, el desconocido se había marchado. Salió de allí no sin antes darle un último vistazo a lo que quedaba de familia del pequeño, ya que a partir de ahora ella era su única familia.

Llevaba horas caminando con el niño, estaba cansada, adolorida y hambrienta. Recortó camino por una arboleda y sintió un alivio cuando vio a lo lejos una casita. Caminó más rápido y no se quiso acercar mucho, no sabía quiénes podrían habitar allí o que clases de personas serían. Se acercó con sigilo a un granero y entró, viendo una cabra con las ubres enormes. Miró el bebé y luego a la cabra, pues había que improvisar. Lentamente se acercó al animal y colocó al niño debajo y trató de que saliese algo pero era imposible, hasta que comenzó a llorar, intentó callarlo pero le fue imposible ya que la habían descubierto.

Una mujer con un pañuelo en la cabeza la miraba sorprendida, Karín atrajo al niño a su pecho y lloró a vista de aquella señora.

  -No se calla -dijo mientras señalaba al pequeño.

El Clan del Adiós Donde viven las historias. Descúbrelo ahora