MADRE

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Karín había llegado del pueblo, fue a llevar unas telas y a comprar algunas cosas para Elian y Siara, la buena mujer se había sentido mal y después de hacer los quehaceres de la cabaña se marchó a tratar de vender su fina tela. Venía muy contenta, Siara le había trenzado el cabello y cortado un poco las puntas para que no estuviese tan largo. El viento le movía la cabellera y le refrescaba la cara, aún extrañaba su verdadero hogar, a sus amigos. Deseaba volver a verlos nuevamente y abrazarlos. Se detuvo en una colina y miró alrededor, cerrando los ojos y sintiendo ganas de llorar debido a la añoranza que consumía su cuerpo y estremecía su corazón.

Algún día los vería, tiempo y eternidad era lo que caracterizaban a su gente. Miró en la cesta y vio las medicinas que llevaba para la señora, quien se había portado muy bien con ella. Mientras caminaba divisó unas flores amarillas que curaban a la perfección cualquier síntoma de malestar, corrió y arrancó varias para hacerle un tilo con ellas a Siara y machacarlas en aceite de soya y untarle una pizca de vinagre concentrado. Ya estaba cerca de la cabaña, quería entrar y ver al bebé que estaba creciendo rápidamente. La puerta estaba abierta, dejó en la mesa las cosas que traía del pueblo y se dirigió a la alcoba de Siara, la cama estaba vacía, tal vez se había sentido mejor y fue a darle de comer a las gallinas. Se dirigió a donde dormía con Elian y se percató que también estaba vacía, asustada comenzó a rebuscar pero ni rastro del niño.

  -!Siara! !Elian! -salió buscándolo muerta del miedo.

Estaba preocupada, no había indicios de nadie en toda la casa, corrió al granero casi llorando y tampoco estaban. Volvió a llamar ya con lágrimas en sus ojos, salió al patio y gritó. El pecho le saltaba, no podía perderlo, no quería perderlo. Comenzó a correr hacia el río o hacia donde fuese, debía encontrarlo, debía hacerlo. A lo lejos sintió unas risas infantiles y se apresuró en llegar al lugar. Divisó a los hijos de Siara con ella sentada mientras reían con un pequeño que tenían entre sus brazos. Respiró con alivio y se puso una mano en el corazón como tratando de minimizar sus latidos.

  -!Karín! -gritó Elliot llamándola -Ven para que veas esto.

Se acercó mientras sus pupilas divisaban el pequeño bultico que jugaba con la hierba. Sonrió feliz y todos estaban igual de risueños y felices.

  -Quédate ahí Karín -ordenó Elliot haciendo que se detuviera -Elian, camina, ve con mamá -ella se quedó asombrada.

El chico tomó al niño de la mano y lo puso de pie mientras lo soltaba y daba unos pasitos toscos, graciosos y tiernos hacia su mamá. Karín se agachó y estiró las manos para esperarlo y logró atraparlo antes que cayera. Lo levantó en vuelo mientras daba vueltas haciéndolo reír, después lo colocó en su pecho y le besó la cabeza, sintiendo un amor diferente y puro que no había conocido antes.

Esa noche cenaron carne de cerdo y ensalada que fueron traídas del pueblo por la joven. Luego durmió a Elian y los niños se fueron a dormir temprano. Siara se bebió el tilo y dejó que Karín untara la infusión en las partes adoloridas de su cuerpo. Luego se sentó en la mesa admirando a la chica, tan joven y con una responsabilidad tan grande.

  -Karín, ve a descansar, has trabajado mucho hoy.

 -Ya acabo Siara, además Elian no despertará aún, se adaptó a dormir toda la noche y así me es más fácil descansar.

  -Sabes que crecerá y seguirás viéndote igual -esas palabras dolían un poco pero eran ciertas. Ella se seca las manos y se sienta junto a la señora.

  -Espero que para ese entonces me quiera demasiado y me acepte como soy.

  -Lo hará, a fin de cuentas lo estás criando y siempre te verá como una madre. Espero que los míos encuentren su camino -decía mientras los miraba dormir desde su posición.

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