Choi Soobin era un ángel que se mantenía metiéndose en problemas. Cuando finalmente comete el error más grande hasta la fecha, es exiliado a la Tierra.
Choi Yeonjun era un millonario e indiferente empresario que creía que el dinero podía comprar tod...
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En alguna parte a lo lejos una campana sonó y despertó a Yeonjun. Abrió los ojos, y luego extendió la mano para tocar la sabana donde había estado Soobin. Estaba vacía.
Yeonjun escucho por los sonidos del más pequeño en el baño, pero no oyó nada. Él frunció el ceño ligeramente. Él quería levantarse e ir con Soobin, pero pensó que tal vez el chico necesitaba un poco de privacidad. Dejando escapar una sonrisa de satisfacción, Yeonjun cruzo sus manos detrás de su cabeza y miró fijamente la cobija, una sensación de paz profunda lo rodeo.
Una noche no sería suficiente.
Yeonjun nunca pensó en el matrimonio para él, sobre todo, no en un matrimonio con otro hombre. (¿Era eso, incluso legal? Taehyun tendría que averiguarlo...) Sin embargo, eso no importa ahora. Ahora, cuando el empresario estaba allí, sabía que quería que Soobin estuviera con él para toda la vida.
Yeonjun sonrió por la satisfacción que sentía, la plenitud de conocer y amar a la criatura más dulce y angelical que jamás había existido. Cerró los ojos y esperó a que su amor volviera a la cama.
No supo cuánto tiempo había dormido. ¿Cinco minutos? ¿Cinco horas? El tiempo había dado a luz una incertidumbre y miedo.
Yeonjun apartó las mantas y se levantó y miró en el vestuario. La puerta del baño estaba abierta. La habitación estaba a oscuras.
Su estómago dio un vuelco.
Yeonjun se precipitó en el interior, fue a ver las cestas para dormir de los cachorros, gatos y conejos. Soobin no estaba en ninguna parte a la vista.
—¿Binnie? —preguntó, yendo de nuevo al dormitorio. No se oía nada, más que el maullido adormilado de un gatito, el quejido de un cachorro. —¡Binnie! —gritó de nuevo, poniéndose su ropa. Abrió la puerta y corrió por el pasillo. Se detuvo en la parte superior de la escalera. —¡Binnie! —gritó.
El nombre se hizo eco burlándose a través de la sala.
Pero en ese momento Yeonjun supo que Soobin no le respondería. En su corazón él sabía, porque ese sentimiento mágico – el que había sentido desde el primer momento que había visto al hombre más pequeño – se había ido.
Tan pronto como si Dios hubiera tronado los dedos, se había ido.
Yeonjun se quedó mirando su mano, sus nudillos blancos mientras se apoderaba del pasamanos, luego se hundió en el escalón superior. Él no se movió durante un largo tiempo. Todo lo que él era, y cada alegría que tenía, evacuada hasta que se sintió como si no fuera nada más que vacío... el vacío humano.
Apoyó la cabeza en su mano y tomó un par de respiraciones profundas.
—Binnie...
Dijo el nombre del otro hombre por última vez. Fue apenas un susurro.