D O C E

104 17 0
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.















Yeonjun había buscado por todas partes. Volvió a la panadería y se quedó junto a la ventana, observando y esperando, hasta que sintió que la esperanza no era más que una fantasía. Se sentó en el mismo banco en el parque durante horas, esperando ver a Soobin corriendo en la nieve, su sombrero volando detrás de él, el aire llenándose con el sonido de su risa alegre. Pero todo lo que encontraba Yeonjun era al mundo sin él.

Recorrer el mercado de Namdaemun no había hecho nada bueno. El sonó campanas y le preguntó a los niños si habían visto al chico angelical. Pero Soobin parecía ser tan elusivo como San Nicolás. Entro en las iglesias, a todas las iglesias que veía, y él oró, oraciones que parecían no tener respuestas.

Para la medianoche del segundo día después de Navidad, Yeonjun había caminado todo el camino hasta la ópera, no preocupándose por el frío o la nieve. Había una presentación especial del Mesías de Handel programada. Él vagó atreves de la mayoría de la multitud hasta que había entrado. Luego metió la mano en sus bolsillos y dejó caer monedas y billetes en cada lata abollada y oxidada a lo largo del camino.

La nieve comenzó a caer más y más rápido. Arrojó un billete de W1,000 en un tazón viejo de esmalte de un ciego vestido con ropas harapientas, luego hizo una pausa y dijo —La tormenta está acelerando. ¿Tiene un lugar para ir?

—Yo vivo cerca de Bong– Eun– Sa. Va a ser una larga caminata —El mayor trató de levantarse pero sus manos eran viejas y retorcidas y no tenía guantes para protegerse de los elementos.

Yeonjun le ayudó, entonces se agachó y recogió el tazón, suavemente colocándolo en las manos nudosas del hombre. Luego dio media vuelta y paró un taxi con un silbido agudo.

Él abrió la puerta. —Le he pagado al chofer para que lo lleve a casa —le dijo al viejo, ayudándolo a entrar. Hizo una pausa y miró a los ojos del mayor arrugado, los ojos que mostraban todos los años difíciles que había vivido. Sin un pensamiento, Yeonjun se quitó los guantes y los puso en las manos del hombre, cerrando sus retorcidos y viejos dedos alrededor de ellos. —Feliz Navidad —dijo y cerró la puerta.

Durante un largo tiempo Yeonjun se quedó allí, mirando al taxi desaparecer. A pesar de que todavía era temporada navideña, y aunque ya era pasada la medianoche, aún había un gran número de coches en la calle. Yeonjun se encontró balanceándose sobre la punta de sus talones, mirando a los coches a exceso de velocidad por delante de él.

Soobin está en el cielo, el empresario pensó cuando uno de los coches lo rozaba tan rápido que hizo una ola alrededor de su chamarra, tal vez si él no puede venir a mí, yo puedo ir con él.

Yeonjun vio a los coches delante de él con cautela. Sería tan fácil dar un paso hacia la calle ahora mismo, que una de las máquinas de velocidad chocara con su cuerpo, sacando su vida y su alma de él. Entonces habría una posibilidad de que él llegara a ver a su ángel de nuevo...

—¿Qué estoy pensando? —Yeonjun susurró las palabras a sí mismo con una risa áspera y amarga de una sacudida de la cabeza. —No entraría en el cielo de todos modos. Ese lugar está reservado para la gente hermosa y amable como Soobin.

Dio media vuelta y se alejó de la calle, pegando sus manos heladas en el bolsillo de su abrigo, decidiendo que era hora de regresar a casa. Él caminaba por la acera, con la mente en un lugar de pérdida y vacío.

Pasó junto a un campanero que estaba pidiendo donaciones para un hospital infantil y metió la mano en sus bolsillos. Había utilizado lo último de su dinero para el taxi.

Yeonjun empezó a caminar, pero se detuvo y sacó un reloj de oro de bolsillo. Había sido la primera cosa que se había comprado con su propio dinero. Se acordaba de lo orgulloso y realizado que se había sentido cuando estaba caminado a casa con él ese día. Yeonjun lo miró por un momento.

Pero nada de eso importaba más ahora. El orgullo no le importaba. El dinero no le importaba. El tiempo no tenía importancia. Sin Soobin, nada importaba.

Caminó hacia atrás y lanzó el reloj en el cubo recolector, después dio media vuelta y se alejó.

Se dio cuenta con una repentina sensación de pánico que la persona colectando había dejado de sonar la campana. Yeonjun se congeló, con los hombros encorvados para protegerse del frío en su corazón más que del frío de afuera. —No deje de sonar la campana. Por favor. Sígala sonando, porque... —su voz se convirtió en un susurro firme y se quedó mirando sin ver en el camino cubierto de nieve. —Cada vez que suena una campana...

—Un ángel recibe sus alas —la persona que recolectaba terminó por él con una voz muy familiar.

—¿Soobin? —la cabeza de Yeonjun se disparó. Dio la vuelta, entonces se acerco y empujó hacia atrás a la persona con lana gruesa que tenía la campana. Un montón de pelo sedoso, negro caía suelto. —¡Binnie!

—Junnie...

Y entonces él estaba en los brazos de Yeonjun.

—Dios, Binnie. ¡Realmente eres tú! —Abrazo al más pequeño fuertemente. Con miedo de soltarlo y que él desapareciera de nuevo.

—Estoy aquí ahora. Estoy aquí. —Soobin leyó la expresión del rostro de Yeonjun, porque dijo, —Y yo no te voy a dejar otra vez. Es para toda la vida.

—Dios mío, pensé que te había perdido. —Yeonjun sujeto el bello rostro y lo besó una y otra vez. —He buscado en todos lados fui a todas partes donde estuvimos, buscando y esperando. —Tenía la cara de Soobin en sus manos y sólo se tomó un momento para mirar al hombre más joven, para memorizar su cara, esa sonrisa maravillosa. —Yo he dado más dinero de lo que podía comprender. Todo. Todo. Nada importa más que tú.

Las lágrimas corrían por las mejillas de Soobin.

Yeonjun lo sostuvo tan condenadamente apretado y le susurró, —Mi ángel.

Soobin dejó escapar una risita y tocó los labios del hombre más alto con sus delicados dedos. —¿Junnie? ¿Tu ángel?

—Mi ángel caído. Has vuelto a casa por mí.

Soobin le sonrió, luego fijo una mirada extraña en el cielo. Le guiñó un ojo a algo brillante por encima de él, entonces regreso su mirada a Yeonjun, sonriendo alegremente. Inclinó su cuerpo pequeño en los brazos del hombre más alto. —Tal vez, sólo tal vez, Junnie... todo lo que tenías que hacer era silbar.
















 todo lo que tenías que hacer era silbar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
𝓒𝓪𝓭𝓪 𝓥𝓮𝔃 𝓠𝓾𝓮 𝓢𝓾𝓮𝓷𝓪 𝓤𝓷𝓪 𝓒𝓪𝓶𝓹𝓪𝓷𝓪 || 𝓨𝓮𝓸𝓷𝓑𝓲𝓷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora