Alessandra—¿Qué carajos haces aquí? —cruzo los brazos al voltearme y darle la cara a quien me ha llamado.
—Lexie, escúchame —me pide Joseph, acercándose a mí.
—¡No la toques, imbécil!
—Tom, déjanos solos —giro la cabeza para mirarlo. Al inicio va a protestar, solo que mantengo una mirada de seguridad para transmitirle un «estaré bien, yo puedo encargarme».
—Ahora dime qué quieres y lárgate —le exijo a mi ex en cuanto Tom va a la cocina.
—Sé que no hice las cosas bien, pero... —no lo dejo terminar la oración.
—Me fuiste infiel, dilo con todas sus letras.
—Ok, lo siento, sé que no debí engañarte. Ahora sé que no volveré a encontrar a alguien como tú, por eso quiero pedirte que me dejes tratar de recuperarte. Será como cuando te conocí y te fui conquistando poco a poco, ¿lo recuerdas? —Joseph esboza una sonrisa que no llega a sus ojos.
—En algo tienes razón: no volverás a encontrar a una mujer como yo, porque alguien como yo no da segundas oportunidades. Las segundas oportunidades son para que te jodan aún peor, porque ya saben cómo mentir mejor.
—¡Lexie! —Joseph aprieta los puños, su frustración evidente. Sus ojos se llenan de una mezcla de rabia y súplica que me resulta casi patética.
—Déjame hablar, que no he terminado. Incluso tienes el descaro de volver después de todo un año. ¿Crees que me voy a conmover porque menciones nuestro pasado? Los buenos tiempos no borran los malos. Si eso es todo lo que querías, pues perdiste tu tiempo. Ahora, largo, a menos que quieras que llame a seguridad.
Joseph se tensa ante la mención de los guardias de seguridad. Él siempre fue un cobarde. Se va sin decir más y yo suelto el oxígeno que tenía atascado en mis pulmones. Mientras se va, noto un brillo en sus ojos, una chispa de algo que no logro descifrar, pero que me deja una sensación inquietante.
—Ya puedes salir, Tom —el mencionado viene rápido a mi lado.
—Tienes razón, pudiste contra él tú sola, estoy orgulloso de ti —me abraza levantándome por encima de la barra, lo que me quita el enojo de hace un momento.
—Gracias, pero debes dejar el hábito de escuchar las conversaciones ajenas.
Continuamos ordenando y, cuando terminamos, vamos por Camille, quien estaba en la cocina, pues su turno era hasta la misma hora que el mío. Nos despedimos de los demás que estaban en la cocina o en otras partes del Atlas y nos vamos en el auto de Tom hasta mi departamento, donde le cuento a Camille lo que sucedió mientras nos cambiamos a nuestras pijamas para por fin descansar.
—Es un hijo de puta desvergonzado, debería darle vergüenza estar en tu presencia —ella camina hacia su cama y levanta las cobijas con fuerza.
—No te desquites con las cobijas, las pobres no hicieron nada malo.
—Es que no puedo creer su cinismo. En fin, últimamente tu vida ha estado un poco agitada.
—Y al final del semestre, cuando más estoy agotada por la universidad —exhalo y me acuesto en mi cama.
—Todo va a ir bien, ya verás —me susurra Cam quedándose dormida lentamente.
—Ojalá —digo, cerrando los ojos. La tranquilidad de mi habitación me envuelve, ofreciéndome un respiro del caos del día.
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Niklas
Juego distraídamente con mi bolígrafo mientras pienso en esa mesera. La luz suave de mi oficina contrasta con la intensidad de mis pensamientos. Justo en ese momento, mi secretaria se da cuenta de que no le estoy prestando atención y tose para hacerme volver a la realidad.
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Dulce Oscuridad
RomanceEn las vibrantes calles de Malibú, Alessandra se ve atrapada en un peligroso juego de seducción entre dos hombres poderosos y competitivos. Mientras Henrik, un magnate tecnológico obsesivo, y Niklas, un encantador diseñador de moda, compiten por su...