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𝖑𝖆 𝖙𝖆𝖗𝖉𝖊

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𝖑𝖆 𝖙𝖆𝖗𝖉𝖊. 𝖉𝖔𝖘

Era medio día de un sábado en Haexinarts, una figura vestida de negro se paseaba por los pasillos de Wilde. Estaba oscuro y el edificio estaba helado y silencioso.

Había pocos alumnos los sábados, la mayoría salían a visitar a sus familias, otros a la ciudad a pasar un buen rato. La cantidad que se quedaba era poca. Los pasillos estaban iluminados por la luz neutra y la alfombra roja amortiguaba los pasos sobre la piedra. Las puertas estaban cerradas con llave, las placas de metal oscuro y los apellidos de color oro.

La figura atravesó el pasillo, guiada por el pequeño papelito con indicaciones que llevaba en la mano. Las luces del pasillo proyectaban su sombra al frente, alargándola hasta que se deformaba y parecía una figura monstruosa. No estaba muy lejana de la realidad.

Se detuvo frente a la primera habitación. El apellido de Dumas brillaba debajo de Dugot. Dugot, que era francés y que había decidido irse con sus amigos a la ciudad. Lo había visto por las cámaras salir en su coche blanco. O'Connor que era desordenado y tenía un habito intenso por el alcohol.

Sacó la primera tarjeta del bolsillo de su pantalón. Era de licra y se le pegaba tortuosamente a los muslos, pero lo necesitaba si quería moverse bien. Metió la llave de bronce en la cerradura y la giró.

La habitación de ese par era muy parecida a todas las demás habitaciones de los alumnos de segundo. Lugares cargados de vida, bañados hasta la saciedad por personalidad. Dicen que los escritores tienen la necesidad de dejar huella en todo, de que alguien lo vea y los entienda.

Se movió dentro de la habitación y cerró la puerta con cuidado. A veces, hacían un eco estridente en el pasillo. La ventana estaba cerrada y las cortinas también, encendió la linterna.

El lado de Dumas saltaba a simple vista, la cama desecha y el escritorio ya formando una ligera capa de polvo. Se acercó con cuidado de no pisar la alfombra oscura, había una taza de té vacía, una computadora gris y algunas hojas de una marca francesa que nunca había visto.

Abrió los cajones del escritorio. Sacó libreta por libreta de las que tenía apiladas, las hojeo todas sin encontrar lo que buscaba. Volvió a meterlas en su lugar. Encendió la computadora pero se dio cuenta que no tenía batería, la volteó y sacó el pequeño destornillador que llevaba metido en el guante.

Abrió la tapa, se inclinó para ver mejor, poniendo atención de todos los ruidos externos. Se había asegurado de que todos en ese pasillo se hubieran ido ese día, pero nada le aseguraba que no hubiera otros por allí.

Desconectó el disco duro de la placa, lo dobló a la mitad hasta partirlo y lo tiró en el bote de basura de Dugot. Cerró la tapa de la computadora e inspeccionó el resto de la habitación. No había nada, en ningún lado.

Una vida para la muerte | bungou stray dogs |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora