Elena despertó al día siguiente con la sensación de que todo lo ocurrido la noche anterior había sido un sueño. El baile de máscaras, la música, la magia del encuentro con Damián. Pero cuando vio la tarjeta dorada en su mesa de noche, supo que no había sido una ilusión. La tarjeta, una invitación personal de Damián para un almuerzo privado, la hizo sonreír y sentir una emoción renovada.
Mientras se preparaba, Elena no podía evitar repasar los acontecimientos de la noche anterior. Escogió un vestido sencillo pero elegante, uno que reflejaba su deseo de impresionar sin parecer demasiado formal. Sus manos temblaban ligeramente mientras ajustaba los botones, recordando la intensidad de la mirada de Damián.
El restaurante era discreto, pero exquisitamente decorado, con una sutil elegancia que reflejaba el buen gusto de su dueño. Al entrar, un camarero la condujo a una mesa en una terraza privada con vistas al río. El sol se reflejaba en el agua, creando un ambiente tranquilo y romántico.
Damián ya estaba allí, esperándola. Se levantó al verla y le sonrió, irradiando una confianza tranquila.
—Elena, qué bueno verte —dijo, extendiendo su mano para ayudarla a sentarse. Su voz era suave y su sonrisa genuina, calmando un poco los nervios de Elena.
—Damián, igualmente —respondió ella, sintiendo nuevamente esa chispa eléctrica al tocar su mano.
La conversación comenzó ligera, sobre el baile, la música y la belleza del palacio. Pero pronto, Elena notó una sombra en los ojos de Damián, una tristeza que parecía siempre al borde de emerger.
—Damián, la noche pasada mencionaste secretos... —dijo Elena, rompiendo el hielo. Sabía que había algo más detrás de su mirada.
Damián sonrió con un toque de picardía en sus ojos.
—¿Tanta curiosidad tienes por mis secretos, Elena? —preguntó, inclinándose un poco más cerca de ella, lo suficiente para que pudiera sentir su aliento cálido. El tono de su voz era juguetón, pero sus ojos reflejaban una profundidad emocional que la intrigaba.
—Bueno, me gusta pensar que soy una persona inquisitiva —respondió Elena, levantando una ceja. —Y tú, Damián, pareces un enigma andante.
Damián sonrió suavemente, una risa profunda y melodiosa que la hizo estremecer.
—Tienes razón, soy un enigma. Pero no todos mis secretos son oscuros. —Damián tomó un sorbo de su vino, sus ojos fijos en ella, brillando con una mezcla de desafío y diversión.
Elena se inclinó hacia adelante, apoyando el codo en la mesa y la barbilla en su mano, mirándolo con una sonrisa traviesa.
—Entonces, ¿qué clase de secretos compartes en almuerzos privados? —preguntó, jugueteando con su copa de vino.
Damián dejó su copa y se inclinó aún más cerca, sus ojos fijos en los de Elena.
—Los que podrían llevar a una mujer tan hermosa como tú a preguntarse si debería estar aquí —susurró.
Elena sintió un calor en sus mejillas y una oleada de adrenalina. Había algo en la forma en que Damián la miraba, algo que la hacía sentir viva y peligrosa.
—Y si decido quedarme, ¿qué más descubriría? —respondió, sus palabras cargadas de un doble sentido.
Damián sonrió lentamente, sus ojos recorriendo su rostro.
—Que no todo es lo que parece, y que algunas máscaras ocultan más que simples rostros —dijo enigmáticamente.
Elena sintió un nudo en el estómago, pero asintió, preparándose para lo que él iba a decir.
—Estoy... involucrado en negocios que no siempre son legales —dijo Damián, eligiendo cuidadosamente sus palabras. —Mi familia tiene un legado complicado, y aunque intento salir de ello, no es sencillo.
Elena lo miró en silencio, procesando sus palabras. La revelación no la sorprendió por completo, pero sentía la gravedad de la situación.
—¿Por qué me lo dices ahora? —preguntó finalmente.
—Porque creo que mereces saber la verdad. Y porque no quiero que te lastimen por mi culpa —respondió Damián, su voz cargada de sinceridad.
Elena respiró hondo. Sabía que debía ser cautelosa, pero también sentía una conexión fuerte con él, algo que no podía ignorar.
—Gracias por confiar en mí —dijo, tomando su mano. —Yo también tengo mis propios fantasmas. Quizás podamos enfrentarlos juntos.
La conversación se desvió a temas más ligeros, pero el peso de las confesiones anteriores permanecía en el aire. Al despedirse, Damián le entregó otra tarjeta, esta vez con una dirección y una hora.
—Quiero mostrarte algo —dijo. —Confío en que entenderás más sobre mí después de esto.
Elena aceptó la tarjeta, sintiendo una mezcla de curiosidad y nerviosismo. Se despidieron con una promesa implícita de que esto era solo el comienzo.
Esa noche, mientras se preparaba para encontrarse nuevamente con Damián, los recuerdos del pasado volvieron a inundar la mente de Elena. Recordó sus años en la universidad, cuando decidió estudiar derecho por la injusticia que había sufrido su padre, encarcelado por un homicidio que no cometió. Su madre había muerto de pena y estrés, dejándola huérfana, y Doña Irene, amiga cercana de la familia, había asumido el papel de mentora y protectora. La pérdida y el sufrimiento habían moldeado su carácter, y ahora, frente a la posibilidad de un nuevo comienzo, sentía que el pasado no la soltaba del todo.
Elena llegó a la dirección indicada por Damián. Era un antiguo edificio industrial, remodelado en un espacio moderno y elegante. Damián la esperaba en la entrada, su expresión más seria de lo habitual.
—Gracias por venir, Elena —dijo, guiándola hacia el interior.
El lugar era un contraste sorprendente de lo que ella había esperado. En lugar de ser un sitio lúgubre o peligroso, era un centro de rehabilitación que Damián había ayudado a financiar. Las paredes estaban decoradas con murales coloridos, pintados por los propios pacientes como parte de su terapia. Las salas estaban llenas de luz natural, con grandes ventanales que daban al río.
—Este es uno de los pocos proyectos en los que puedo poner mi energía para hacer algo bueno —explicó Damián, con orgullo. —Quiero que veas que hay más en mi vida que los negocios oscuros.
El centro ofrecía una variedad de servicios, desde terapia psicológica hasta talleres de arte y música. Había una biblioteca bien surtida, una sala de meditación y un jardín terapéutico donde los pacientes podían trabajar con las plantas como parte de su recuperación. Damián la condujo a través de las diferentes áreas, saludando a algunos de los trabajadores y pacientes por su nombre.
—La mayoría de estas personas han pasado por situaciones muy difíciles —dijo, su voz suave y cargada de empatía. —Muchos han sido víctimas de violencia o adicciones. Aquí, encuentran un lugar seguro y el apoyo que necesitan para reconstruir sus vidas.
Elena lo miró, impresionada. Podía ver el esfuerzo y el compromiso en sus ojos, y eso la conmovió profundamente.
—Eres más complejo de lo que imaginé —dijo, sonriendo.
—Y tú, Elena, eres más fuerte de lo que pareces —respondió Damián, acercándose.
La tensión entre ellos creció, una mezcla de atracción y comprensión mutua. Elena sintió que estaba en el borde de algo significativo, algo que podría cambiar sus vidas para siempre.
—¿Es este tu modo de impresionarme? —preguntó Elena, arqueando una ceja.
—¿Está funcionando? —replicó Damián, sus labios curvándose en una sonrisa traviesa.
—Tal vez —dijo Elena, acercándose un poco más. —¿Qué más tienes para sorprenderme?
—Sólo el tiempo lo dirá, Elena —susurró Damián, sus ojos brillando con un desafío juguetón.
Elena sintió que el aire entre ellos se cargaba de electricidad. Se miraron en silencio, la promesa de algo más tangible que cualquier palabra.
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El Vals de las Sombras
Mystery / ThrillerEl Vals de las Sombras Elena, una abogada decidida, está obsesionada con limpiar el nombre de su padre, injustamente encarcelado. En un lujoso baile de máscaras, conoce a Damián, un enigmático hombre con sus propios secretos oscuros. Lo que comienza...