Capítulo 11: Ecos en la oscuridad

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Después de una misión agotadora, el grupo decidió que merecían un descanso. Se dirigieron a una de las discotecas más conocidas de Madrid, ansiosos por dejar atrás, al menos por una noche, las preocupaciones y el peligro constante que los rodeaba. La música vibrante, las luces parpadeantes y el bullicio de la gente los envolvieron al entrar. Todos comenzaron a beber, disfrutando del ambiente relajado y la compañía mutua.

La discoteca estaba repleta, las luces de neón creaban un juego de colores sobre las cabezas de los presentes. Las paredes vibraban con el ritmo de la música y las risas se mezclaban con el estruendo de las copas y los brindis. Elena y Laura se sentaron en un rincón más tranquilo de la discoteca, lejos del estruendo principal. Laura, con los ojos ligeramente vidriosos por el alcohol, decidió que era el momento de una confesión que había estado evitando.

—Elena, hay algo que debo decirte —comenzó Laura, su voz temblorosa pero decidida—. Siempre he estado celosa de ti. No solo por lo que eres capaz de hacer, sino porque vi cómo Damián te mira. Él te admira y te ama, lo veo en sus ojos. Te mira como nunca he visto a nadie mirar a otra persona.

Elena la miró sorprendida, sin saber cómo responder inicialmente.

—Laura, no sabía que te sentías así... —dijo finalmente, su voz suave—. Lo siento si alguna vez te hice sentir menos.

Laura sacudió la cabeza, sus lágrimas brillando bajo las luces tenues.

—No es tu culpa. Fui yo quien sintió la necesidad de no estar siempre en la sombra, de intentar arrebatártelo. Pero eso no es lo que quiero ser, no quiero ser ese tipo de amiga. Te pido perdón —dijo Laura, su voz quebrándose.

Elena sintió un nudo en la garganta. No había visto la lucha interna de Laura hasta ahora.

—Gracias por decírmelo, Laura. Es importante para mí saber lo que sientes. Quiero que sepas que valoro mucho tu amistad —dijo Elena, apretando la mano de Laura con afecto.

—Y yo la tuya, Elena. No quiero que nada ni nadie se interponga entre nosotras —respondió Laura, sonriendo a través de las lágrimas.

Mientras tanto, Damián observaba a Elena desde la distancia, sus ojos fijos en ella con una intensidad que no podía ocultar. Había algo en su mirada que mezclaba deseo, admiración y una pizca de celos. Más tarde en la noche, Elena y Damián se encontraron en la pista de baile. Un hombre atractivo se acercó a Elena, invitándola a una copa.

—Hola, preciosa. ¿Te gustaría una copa? —preguntó el hombre, sonriendo con confianza.

—Gracias, pero estoy bien así —respondió Elena amablemente.

El hombre insistió, sin darse por vencido.

—Vamos, solo una copa. ¿O es que tienes novio?

Antes de que Elena pudiera responder, Damián intervino, su voz firme y protectora.

—Sí, lo tiene —dijo, mirando al hombre con desafío—. Así que sería mejor que te fueras.

Elena se sorprendió por la reacción de Damián. Por un lado, le molestó un poco porque no era cierto que fueran pareja, pero por otro lado, sintió una fuerte atracción hacia él. Nadie la había defendido así antes, y ver los celos de Damián le pareció tierno.

—Damián, ¿por qué dijiste eso? —preguntó Elena, una vez que el hombre se había ido.

—Porque no me gustó cómo te miraba. No quiero que nadie se aproveche de ti —respondió Damián, sin apartar los ojos de ella.

La noche continuó y, medio borrachos, Elena y Damián se sentaron en un rincón más apartado. La música era más suave allí, permitiendo que las palabras fluyeran con mayor facilidad.

El Vals de las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora