|Capítulo 9| La muerte es inevitable

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Saray estaba en una habitación especial en la cual los Cullen tenían una sala de estar pero ahí Saray había aprovechado para instalar su batería, que había llevado desde Alaska.

Por lo que ahora estaba practicando la canción Painkiller de Judas Priest, sin saber que era vista por Edward, mirandola sentado en un sillón individual al costado de ella.

Saray cuando por fin, después de un rato y un par de baquetas rotas le salió la canción. La chica tocaba batería desde los seis años.

En un momento se puso a tocar la batería de forma rápida, como si quisiera desahogarse, pensando que no había nadie en casa y recordando que la sala de los instrumentos era insonorizada hacia afuera.

No se dió cuenta cuando su cuerpo empezó a tiritar mientras tocaba, sentía como las manos le ardían por el constante roce con las baquetas al no tener guantes para que no se le formaran ampollas puestos. Siseó de dolor en un momento y soltó las baquetas, tirandolas al aire y pegandole a un platillo de la batería de casualidad con eso pero ignorandolo al ver la sangre en uno de sus dedos, entre el dedo pulgar y el dedo índice, ahí por el roce y algunas astillas de las baquetas le salía sangre.

—No creo que la mejor idea para desahogarte sea tocar batería hasta reventar— Escuchó la voz de Edward mientras que él aparecía a velocidad vampira a su lado, en menos de un segundo.

—Fue un trance— susurró ella mirando sus manos con un poco de sangre, luego no pudo evitar mirar sus muñecas, donde todavía habían rasguños de sus cortadas con la rasuradora.

Edward notó la mirada de ella y su ceño se frunció, frustrado soltó un suspiro.

—No quiero tener que esconder tu batería también para que no te dañes— susurró Edward con claro reproche y molestia por la situación.

—No es intencional— murmuró ella parandose del pisito de la batería.

—No me importa si fue intencional o no, lo hiciste igual— dijo el vampiro de forma fría, como nunca le hablaba, enojado.

—No es para que te enojes tampoco— susurró ella levantando la mirada hacia él.

—¿Y quieres que te felicite? ¿Cómo quieres que no me enoje? ¿Quieres que me enoje cuando te mates?— le dijo aún más molesto, con la mandíbula tensa y los brazos cruzados, mirandola hacia abajo por la notoria diferencia de altura.

—No me mataré— dijo ella enojada, defendiéndose pero sabiendo que era en vano.

—¿Y quién me lo asegura?

—Yo.

—¿Tú? ¿Qué me asegura realmente que no te matarás, Saray?— le dijo él enojado, aunque también desesperado, no quería que ella hiciera algo así.

La chica no respondió, sólo desvió la vista.

—Esa es la respuesta suficiente.— dijo él apretando los puños, aguantando la desesperación y frustración de que ella se fuera a suicidar.

—Yo.. Edward...— intentó la chica pero Edward negó con la cabeza.

—No quiero perderte, ¿No entiendes que eres todo para mi? Dime, ¿Qué hago sin ti? ¿Realmente tomarás el camino fácil?— le dijo mirándola con decepción y tristeza.

—Voy a morir en algún momento, Edward. No puedes evitarlo.— le dijo sin contestar sus preguntas.

—No, no morirás— negó el vampiro mirándola con frustración, aunque lo que decía era más para convencerse a sí mismo.

—Sabes que si lo haré.

—Te convertiré.

—No, no quiero ser un vampiro, Edward.— le dijo ella con dolor, desviando la mirada, sabiendo que lo hería pero ella quería ser humana. — Además, si intentas convertirme no pasará nada por ser mujer lobo, sólo sentiré el dolor del veneno pero moriré después de un rato. — susurró con lágrimas en los ojos.

Edward sintió como una parte de él se quebraba al darse cuenta de que era verdad, ella no estaría con él para toda la eternidad aunque él intentara convertirla, no resultaría.

—Yo no... Yo no puedo perderte— susurró con desesperación y la mirada perdida, pero se tensó al sentir las manos levemente heridas de Saray en sus brazos con suavidad, mientras que la chica aguantaba el dolor.

Saray al saber sus ideas al instante dijo. —No quiero que vayas donde los Vulturi— le advirtió sabiendo quienes eran los Vulturi y que ahí Edward podría suicidarse o perder la memoria y formar parte de ese sádico clan de vampiros.

—No seguiré una miserable eternidad si no estas a mi lado— le dijo sacandole en un rápido movimiento una astilla en uno de los dedos de Saray que se había enterrado de las baquetas.

—¿No entiendes que no depende de mi?

—Pero de ti depende que pueda tenerte por muchos años, no quiero perderte, mucho menos tan pronto.

—No me mataré, Edward.

—Juralo.

Saray soltó un suspiro pesado pero asintó con la cabeza mientras lo miraba a los ojos seriamente— Lo juro.

Edward sólo la siguió mirando a los ojos, como si estuviera memorizandolos, mirandola con una mezcla de dolor, angustia y desesperación.

—No quiero que vayas con los Vulturi a matarte ni mucho menos a olvidarme. No quiero que me olvides— susurró con la voz quebrada lo último, sintiendo como Edward acariciaba su mejilla con tristeza.

—No haré eso, no quiero olvidarte.

—Pero quiero que seas feliz, Edward. Que conozcas a otra mujer que te haga sentir bien— dijo con dificultad de sólo imaginarlo, pero no quería ser tan egoísta de no permitirle rehacer su vida después de que ella muriera.

—No, no lo haré. No quiero a otra mujer, Saray— le dijo él seriamente.

Días después.

Scarlett sonrió divertida, aguantando la risa ante un comentario que le hizo Emmett a Rosalie en doble sentido, recibiendo un zape de la rubia.

—¡Ay, osita! Sólo dije la verdad— se quejó Emmett como un niño pequeño.

—Está Saray presente, tonto— le reprochó la rubia dándole una mirada de reojo a la pelirroja, quien batallaba por no reírse.

—Pero si seguramente ella ha escuchado cosas peores— se quejó Emmett.

Edward sonrió divertido y le dió una rápida mirada a Saray.

—Los dejaremos solos— dijo Edward con una sonrisa divertida, tomando de la mano a su pelirroja y subiendo las escaleras con ella hacia su habitación.

Rato después. Saray frustrada se cruzó de brazos.

—No, la matemáticas no es lo mío— se quejó la chica haciendo reír a Edward.

—Es fácil, además si entiendes música no entiendo como no entiendes matemáticas.

—Son distintos— defendió la pelirroja.

—No, no lo son— rió él mirando con diversión como ella se frustraba y dejaba el cuaderno de matemáticas en la repisa.

—Bueno, lo que sea. Yo y la matematica tenemos una relación tóxica— bromeó haciendo reír levemente a Edward.

Mi Pequeña... | Edward Cullen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora