MY LOVE - HARCY

12. EL MONTE OLIMPO.

—Debo partir al Monte Olimpo de inmediato —dijo Artemisa con tristeza mientras miraba la nueva constelación—, pero os mandaré ayuda. Apoyó una mano en el hombro de Annabeth—. Tienes un valor excepcional. Confío en que harás lo correcto.

Se volvió hacia Thalia, sin saber qué atenerse a la chica. Luego, se volvió a Harry con una sonrisa.

—Cuida que nadie se aproveche de tus facultades —dijo con fuerza—. Ni amigos ni enemigos deben saber. Lo habéis hecho muy bien, para ser hombres.

—¿Pero qué es un do...?

—Harry, aparta la vista —dijo Thalia, mientras el carro empezaba a brillar con fuerza. El mago asintió y eso hizo.

Cuatro pegasos descendían de entre la niebla. 2 blancos, uno negro y otro de un bonito color pardo. Harry eligió este último. Percy lo calmó, pues estaba nervioso y bufaba con temor.

Harry se sentía devastado. Se juró a sí mismo que aprendería tantos hechizos de curación y sanación como pudiese. No iba a permitir que alguien volviese a morir si podía evitarlo. Se quedó ensimismado, montado sobre el pegaso, hasta que emprendieron la marcha. Se quedó dormido sobre el lomo del animal tras un tiempo.

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Annabeth y Percy volaban el uno al lado del otro. Conversaban acerca del padre de la hija de Atenea. La charla cambió hacia Luke, Percy sintiendo rencor por las emociones de la rubia. Pronto quedaron en un silencio agradable, hasta que la joven centró su mirada en Percy.

—¿Y de quien es hijo este nuevo campista? —preguntó—. No hemos tenido, uh, demasiado tiempo para presentaciones.

—Oh, pues... Es de Thanatos. Se llama Harry Potter.

Los ojos de Annabeth se abrieron con sorpresa, mirando al ojiverde tiernamente dormido sobre su pegaso con más respeto.

—¿Y, bueno... no hay problema con eso?

—En realidad es un buen tipo, Annabeth —dijo Percy, frunciendo el ceño.

—Sesos de alga —bufó la chica—. Thanatos personifica la muerte.

—Oh oh... Pero, eso no cambia nada.

—Percy, por los dioses —exclamó Annabeth—, tu afecto está dirigido a alguien cuyo padre, si lo haces enojar, se asegurará de que tu muerte sea lo más horrible posible...

—P-pero es solo un amigo...

—Las algas te invadieron el cerebro —replicó con un bufido—. No lo parece, por la forma en que lo miras, o como te mira él.

—¿Qué tiene?

—No diré más —sonrió Annabeth—, pero te recomendaría ir con cuidado.

—¡Annabeth! —protestó, pero la rubia se cruzó de brazos, negándose a decir más.

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Harry quedó maravillado con la vista del Olimpo. Se había despertado con unas sacudidas suaves en el hombro por parte de Percy, los pegasos volando muy juntos, mientras sobrevolaban el Empire State. Tal y como había contemplado el callejón Diagon, sentía que no tenía ojos suficientes para todo. Las flores daban una fragancia exótica mientras los semidioses y espíritus de la naturaleza atestaban las calles. Las luces daban a cada palacio una amplia variedad de colores. La música de las liras y flautas de junco embellecían mucho más el ambiente. Pero lo que más atrajo su atención, fue el gran y resplandeciente palacio que los dioses tenían por morada.

Aterrizaron frente a las puertas de plata, que se abrieron invitándolos a entrar. Por un momento, Harry se quedó contemplando el lugar antes de decidirse a avanzar.