Cap. 10

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—No, en ningún momento. —Me mira extrañada, como si no pudieracreerme—. Todos ellos llevaban los ojos vendados; no nos vio a ninguna,hasta... 

—¿Al final la pudo ver? 

—No. Luigi salió muy deprisa, antes de que el resto terminase; estoytotalmente segura de que no pudo verla. 

—¿A qué hora fue eso? 

Su mirada es intensa. Busca cualquier ápice de mentira o incongruenciaen mis palabras, pero no la va a encontrar, porque no la hay. 

—Sobre las doce —contesto después de hacer un rápido cálculo mentalde la hora aproximada en la que pudimos irnos. 

—¿Sabe dónde fue y si lo hizo solo? 

—Mientras los demás se quedaron en el club, nosotros bajamos hasta laplanta menos uno, subimos a su deportivo en presencia de uno de losempleados del local y nos fuimos hacia su casa. 

—¿Estuvo toda la noche con él? 

Sé lo que está haciendo, quiere comparar coartadas para confirmar si loque le ha dicho Luigi es cierto.

—Estuve en su casa. 

—¿Con él? 

—Fuera —digo la verdad, y siento que vuelve a dudar. Suspiro antes decontarle más—. Luigi está enfadado conmigo porque hace dos semanas seenteró de que estoy casada con Luis, su socio. —Su sonrisa es de que algo seintuía—. Me he pasado una semana intentando solucionarlo, pero no helogrado hablar con él... hasta ayer. Anoche, tras el privado, discutimos ensu coche y en la puerta de su casa. Él entró y yo me quedé en la puerta,pensando durante muchas horas, demasiadas. 

—¿A las tres seguía allí? 

Tras su pregunta me doy cuenta de lo bajo que he caído por él. No quiereverme y yo hago todo lo posible por impedirlo; me quedé en su puerta todala puñetera noche y encima estoy aquí defendiéndolo sin saber muy bien elmotivo. 

—Sí, casi hasta el amanecer, cuando, cansada, me fui a mi casa aducharme. 

—¿Cree que el señor Aguilar ha podido matarla? —me suelta como si nada,y me pongo de pie con los brazos cruzados. 

—No, ayer no pudo hacerlo. No salió de su casa y ya le he dicho que élno la vio en ningún momento. ¿Cómo puede pensar eso de él? 

—Está enamorada de Luigi—afirma, moviendo de nuevo la silla yprovocando ese ruido que me saca de mis casillas—. No sé si lo hizo o no,pero tengo sospechas de que ese hombre no es lo que parece. 

—¿A qué se refiere? —le planteo, sorprendida y molesta a partes iguales.—Tenga los ojos abiertos y, si sabe o recuerda algo más, por favor,llámeme. 

Me ofrece una tarjeta, que miro sin cogerla. 

—No ha creído nada de lo que le he dicho —sentencio. 

Me duele que piense que he venido corriendo hasta aquí para mentirle.No soy de ese tipo de personas, y mucho menos si tuviera una mínimasospecha de que la había matado él. Tengo claro que no pudo: no salió de sucasa y esa chica no volvió a estar cerca de él desde que coincidimos en lasala grande del Alternative. 

—Por amor defendemos hasta lo imposible. 

—Dice eso porque no me conoce. 

Finalmente cojo la tarjeta de malas maneras, pero entonces atrapa mimuñeca y no puedo evitar hacer una mueca de dolor. 

—¿Se lo ha hecho él? —Tira de mi mano para estudiarla mejor y no lerespondo; no pienso dar ningún motivo por el que Luigi quede retratado. Sime hizo daño o no, yo lo consentí y eso no es ningún delito—. Tengacuidado, porque del placer a la muerte a veces hay una delgada línea, ycuando se traspasa ya no se puede volver... si no que se lo cuenten a... 

Luigi es irresistibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora