Cap. 18

113 1 0
                                    

—Vuelve al trabajo, pero quiero tu móvil activo las veinticuatro horas —meadvierte, señalándome con un dedo, y asiento con la cabeza, sonriente—.Ahora vamos a desayunar, que luego tenemos que ir a un sitio. 

—¿A dónde? Mira qué ropa llevo, tengo que pasar por casa paracambiarme. 

—Tranquila, lo haremos. 

Me retira la silla para que me siente y lo hago mientras él se dirige a unade las tumbonas, donde hay una toalla, la coge y se seca. No pierdo detallealguno de cómo se frota el pecho, los brazos, las piernas, incluso de cómose atusa el pelo con la prenda, consiguiendo despertar en mí un deseo casiirresistible de tirarlo a la piscina de nuevo y volver a sentirlo en mi interior.Pero todo eso queda en una fantasía, ya que no me muevo de la silla y élvuelve para sentarse justo delante de mí. Entonces aparece Helena,cargando una bandeja en la que trae zumo, café, pan tostado, mantequilla ymermelada, y me guiña un ojo tras lanzarme una sonrisa. Sé que estácontenta de verme otra vez con Luigi; ella lo quiere como a un hijo, me lodijo una vez en la cocina mientras preparaba tortitas, aunque yo ya mehabía dado cuenta de cómo lo mimaba y lo cuidaba. Me alegro de que tengaa alguien que se preocupe por él, ya que parece que sus padres nunca lo hanhecho. Lo que descubrí ayer me pareció terrorífico; tuvo que sufrir muchosiendo un niño, y no es justo, no lo es..., que no haya tenido el cariño deuna familia me entristece muchísimo. Yo he tenido la suerte de tener una deverdad, una en la que mis padres se abrazan cada dos por tres —los hepillado infinidad de veces besándose y haciéndose arrumacos cuando creíanque no podíamos verlos—, y además tengo a mi hermano. Aunque depequeños siempre andábamos a la gresca, no cambiaría nada de lo quehemos vivido juntos..., las broncas, los besos y las risas que hemoscompartido a lo largo de toda nuestra vida. 

Ensimismada en mis pensamientos, esparzo un poco de mermelada en elpan hasta que doy un primer bocado y nos miramos fijamente, y de repenteme digo que podría acostumbrarme rápidamente a esto..., a desayunar conél mientras me mira con esa necesidad de subirme a la mesa y follarme...porque sé que es lo que está fantaseando, y en el fondo me muero de ganasde que lo haga. Sin embargo, si es así, no tiene intención alguna dedemostrármelo, ya que se termina el café de un trago y, tras coger uncruasán, rodea la mesa, llega hasta mí y me acaricia los hombros paraanunciarme: 

—Acaba de desayunar mientras me visto y nos vamos. 

—¿Tan pronto? 

—Sí, no podemos demorarnos. —Dicho esto, se aleja hasta que lo pierdode vista escaleras arriba y sigo comiendo. Al rato, regresa, vestido con unosvaqueros, una camiseta blanca y una chupa de cuero que lo hace aún másimpresionante de lo que ya es. No estoy segura de si me he quedado con laboca abierta, pero, si lo estoy haciendo, lo disimula muy bien—. ¿Ya estás? 

—Sí. —Me pongo de pie tras limpiarme con la servilleta y, cuando llegohasta él, me atrapa por la cintura y me da un beso que me paraliza porcompleto. 

—Preferiría quedarme aquí todo el día y follarte en cada uno de losrincones de esta casa, pero tengo un compromiso que no me puedo saltar. 

—Qué pena. 

—No me lo digas dos veces, que anulo la cita. 

Vuelve a besarme y siento cómo su erección lucha por salir fuera de sustejanos; sé que, si seguimos así, va a cumplir su deseo... y aunque meencantaría que lo hiciera, no quiero que tenga problemas por mí, así que,haciendo un esfuerzo sobrehumano, me separo de él y, a regañadientes, meagarra con fuerza una mano y subimos hasta la planta superior para salir alexterior, donde Hugh nos espera con el todoterreno con el motor en marcha. 

—Buenos días, señor y señorita Allisson. 

—Buenos días, Hugh. ¿Todo bien?

 —Estupendamente. 

Luigi es irresistibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora