Cap. 15

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—Sí vas a hacerlo. —Me agarra de la barbilla, se lanza a mis labios ynuestros dientes chocan; mis manos se prenden a su nuca y no puedo dejarde besarlo. Sé que en breve llegará el resto de la plantilla; sin embargo, mislabios no se quieren separar de los suyos. Sus manos se cuelan bajo micamiseta y aprietan mi cintura en su dirección—. Te prometo que no te vasa arrepentir. —Su lengua pasea por mis labios y gimo, sintiendo una oleadaen mi sexo que apenas puedo controlar—. Di que sí. —Cuela una manohasta mis braguitas y aparta la tela para poder acariciarme todo lo que elreducido acceso le permite—. Dilo. —Clava sus dedos de tal forma queabro la boca y tengo que cerrar los ojos... y, sin saber por qué, respondo alo que me está pidiendo. 

—Sí. 

—Ha sido muy fácil. 

De repente retira su mano de mi vagina y acelera a la vez que pone elfreno de mano, con lo que el coche derrapa y se da la vuelta al tiempo quelevanta una nube de polvo a nuestra espalda, y sale pitando de allí. 

—¿A dónde vas? 

—A terminar lo que acabo de empezar. —Me dedica una sonrisa traviesaque me provoca una carcajada y me acomodo en el asiento hasta que veoque se adentra en un camino pedregoso—. ¡Joder! —se queja al percibircómo las piedras golpean el bajo del vehículo. Entonces comienzo a reírmea carcajadas al ver cómo su gesto es de puro dolor cada vez que oye uno deesos impactos—. No te rías, que esto es por tu culpa. 

—Yo te había dispuesto un autocar a prueba de baches. 

—Y, en ese autocar, ¿podría haber hecho esto? —replica mientras para depronto, me coge de la cintura y me pone sobre sus caderas para volver abesarme. 

—Humm... Creo que no —logro decir entre gemidos, y curva lacomisura de sus labios en una sonrisa ladina, que pronto desaparece paracontinuar besándome. 

Me levanta la camiseta y me acerca a él, acariciándome la espalda, hastaque un reguero de besos en mis pechos me pone la piel de gallina. Enlazomis manos tras su nuca, apoyo mi frente en su pelo, ahora despeinado, ycierro los ojos. No quiero volver a sentir que está lejos de mí, no quierovolver a derramar ni una lágrima más. Le estiro del pelo para erguirle lacabeza y así lo obligo a mirarme, y lo hago durante unos segundos, segurade que lo necesito en mi vida. 

—No pienso separarme de ti —expresa de repente, y me tenso cuandooigo la respuesta que tanto necesitaba oír y cuya pregunta no he tenido queplantear—, y eso conlleva consecuencias. 

—No me importa nada si voy a estar a tu lado —sentencio, y lo besosabiendo que hoy todo va a cambiar, que los días grises quedan atrás; hoyluce el sol, y no se va a ocultar detrás de nada porque él va a estar junto amí. 

Sin dejar de besarnos, siento que se baja la cinturilla del pantalón y secoloca un preservativo a toda prisa. Los dos sabemos que no tenemostiempo que perder, que en breve llegará el autocar y nadie debe vernos aquíparados; por ello, mientras él se enfunda el condón, me bajo los pantalones. 

—Odio los impedimentos —gruñe al verme hacer malabarismos paradeshacerme de ellos; él sólo se baja los pantalones de deporte hasta losmuslos y me ayuda a sentarme a horcajadas encima. Entonces siento quesitúa la punta de su pene en la entrada de mi sexo y me agarro a su nuca altiempo que cierro los ojos para sentir cómo se cuela en mi interior,lentamente, tanto que enciende cada una de mis terminaciones nerviosas.Sus ojos son pura lujuria; sus manos arden como nunca lo habían hecho ynos fundimos el uno en el otro rápidamente, forzando el placer, desatando lapasión que tantos días nos hemos negado. 

Pasea por mi interior como le gusta, rozándose, clavándose y arrancandode mi garganta gemidos y jadeos que no puedo, ni quiero, reprimir. 

—Córrete para mí... —me agarra de los hombros y me presiona haciaabajo para ayudarme a conseguir la cúspide del placer que tanto me estáprovocando—, así... 

Luigi es irresistibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora