Cap. 2

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—Escúchame, por favor. 

—No, escúchame tú. —Me señala con un dedo y me quedo inmóvil,esperando a que hable—. Te has debido de divertir mucho; ahora entiendopor qué no querías que Luis se enterara de la nuestro, y también comprendopor qué se enfadó cuando nos vio juntos. —Va a seguir con la retahíla detodo lo que ha ido hilando, pero se calla y lo observo atentamente,aguardando su próximo movimiento—. ¿Qué haces aquí? Tu esposo está enel hospital, ¡vete! —escupe mientras revuelve la ropa de la maleta variasveces; está nervioso, no piensa en lo que hace. 

—No me hables así. De verdad que no es lo que parece, es máscomplicado. 

—¿Más complicado? —pronuncia, en medio de una carcajada que denotaincredulidad. 

—¡Sí, Luigi! —le grito, y entonces consigo que me mire a los ojos—. Luis es mi marido, sí; a ojos de nuestra familia todo es perfecto, nosotros somosperfectos, pero en realidad... 

—Lárgate, no quiero escucharte más. 

Da varios pasos para agarrarme del brazo y me conduce hasta la puerta. 

—No, por favor —suplico. A duras penas consigo que no me eche y mecierre la puerta en las narices. Permanece inmóvil, sujetando mi brazo conuna fuerza que me provoca bastante dolor, pero no tanto como me duele elcorazón. Le estampo contra el pecho la nota que he cogido de la cama ybaja la mirada hasta la mano que la sostiene; recuerda perfectamente qué hamandado escribir, la frase que hace referencia al primer día que me fui conél, al momento en el que me retó a tomar mi primera decisión y lo elegí a él,sin miedo, sin pensar en nada más que en dejarme llevar por lo que micuerpo me pedía a gritos—. Si me voy, no dejaré que me toques nunca más. 

Por primera vez desde que he llegado, sus ojos se centran en mí,intentando comprenderme, pero no lo logra, porque me mira fijamente parainvitarme con una mano a irme, fulminando cualquier ilusión dereconciliación que pudiera tener. No quiere verme, y yo... yo no soy capazde seguir intentando que me escuche. 

Una lágrima rueda por mi mejilla antes de cerrar la puerta y saber que heperdido mi oportunidad de poder solucionarlo todo. Avanzo como unaautómata por el pasillo, recorriendo los mismos metros que cuando hevenido, pero esta vez en sentido contrario y con la sensación de estarabatida por la frialdad con la que me ha pedido que me fuera. ¿De verdad,después de todo lo que hemos disfrutado juntos, va a dejar que todo termineasí? ¿Qué puedo hacer? ¿Quedarme aquí hasta que salga y me vea de estaforma tan lamentable...? No serviría de nada... Estoy convencida de queavanzaría por el corredor, dejándome atrás como si nada. 

Esta vez la puerta del ascensor está abierta; ahora todo se pone a su favor,hasta el puñetero trasto este quiere que me largue lo más rápido posible... yno voy a llevarle la contraria, ya no tiene sentido hacerlo. Pulso el botón dela planta baja y desciendo mientras siento que no puedo reprimir laslágrimas. Procuro disimularlo limpiándome la cara con ambas palmas, pero,cuando salgo y veo al recepcionista de antes, se me escapan de nuevo alcaptar cómo el pobre me mira triste; sabe que algo no va bien. 

—Muchas gracias, ya no la necesito. 

Le tiendo la tarjeta que me ha entregado hace un ratito y la mira, serio. 

—Lo siento. —Me la coge de la mano y me limpio los ojos antes desuspirar y encaminarme hacia la puerta principal, cuando de pronto meagarra del brazo y me detiene—. Ese tío no te merece, no llores por él. 

—Todo es por mi culpa; tranquilo, se me pasará. 

Me encojo de hombros y percibo lástima en su mirada, tanta que meobligo a irme cuanto antes. Salgo al exterior y esta vez no cojo un taxi;ando por las calles que tantas veces he recorrido, esta vez sin un rumbo enmente..., sólo camino paso tras paso, sintiéndome perdida. 

Si en algún momento me hice alguna ilusión con él, ahora mismo notengo ninguna. En parte era consciente de que esto ocurriría, de que mimatrimonio afectaría a mi vida, pero jamás llegué a pensar que tanto. Nuncabarajé la posibilidad de encontrar a una persona por la que estuvieradispuesta a dejarlo todo, ni tampoco que, por culpa de estar casada, todo seacabara de un plumazo.

Me detengo frente al escaparate de una tienda de ropa interior y el rasoque llevan puesto los maniquís me susurra que eso es lo que él querría ver ytocar, ese tacto que tanto le gusta acariciar... y soy consciente de que ya nome va a volver a tocar más, no voy a volver a sentir sus caricias, y mislágrimas aparecen de nuevo mientras el sonido de mi teléfono me saca demi ensimismamiento.

Luigi es irresistibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora