Capítulo 16 ( +18 )

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Emma

Para este punto ya mis lágrimas estaban derramadas.

¿Pero como no estarlo? ¿Cómo evitar no llorar nuevamente cuando me hacía prometido no hacerlo? ¿Cómo maldita sea?

Todo lo que acaba de decir solo me a dejado el corazón roto, porque....

¿Cómo se atreve a mentirme? ¿Cómo se atreve a decirme que me ama?

Cuando no es así, ¿cómo se atreve? Lo único que está logrando es hacerme más daño.

– No te atrevas a mentirme Alexander - digo como puedo - tú a mí no me amas, nunca lo has hecho.

– Te juro por nuestra hija que no te estoy mintiendo Emma.

–¡Mientes! - grito levantandome del sofa y olvidando por un segundo que mi hija duerme - mientes Alexander, si me amaras tanto como dices, nunca me habrías rechazado cuando te confesé mi amor hacia ti, nunca me habrías humillado aquella mañana en tu departamento. Quizás, antes te hubiera creído, pero no te creo en absoluto Alexander, así que no vengas a decirme que me amas - sollozo - porque no lo haces, no me amas.

Alexander se acerca a mi, quedándose frente mío, toma mi rostro entre sus manos y pega nuestras frentes diciendo en un susurro:

– De verdad que no te estoy mintiendo mi amor - sus palabras suenan sinceras, pero aún así no le creo - te amo desde que te vi, te amé aún más cuando me confesaste que estabas enamorada de mi, y te sigo amando aún más al saber que todavía sigues enamorada de mi, y el claro ejemplo de eso es El fruto de nuestro amor, es nuestra hija Emma.

Nosé si creerle o no, porque mi cabeza me grita que sigue mintiendo, que no le crea, pero mi corazón me dice que está diciendo la verdad.

– No te creo Alexander - me separo de él - ahora te voy a decir una cosa - limpio mis mejillas - a partir de este momento solo somos y seremos los padres de Atenea, nada más que eso. Luego cada uno seguirá por su lado, tu podrás rehacer tu vida y yo comenzaré una nueva vida siendo la esposa de Dante.

–¡No! - grita - ahora yo te dejaré algunas cosas claras - vuelve acercarse a paseos lentos - primero, ni tú ni yo vamos a rehacer nuestras vidas, y si lo hacemos será estando juntos. No dejaré que te cases con ese imbécil ni con ningún otro, porque tú eres mía, mi mujer y de nadie más. ¿Entiendes eso Emma?

– No soy ni seré nunca tuya Alexander, entiéndelo de una maldita vez.

– Entiende tu que te amo y que no te dejaré ir, ni mucho menos voy a permitir que estés con alguien más que no sea yo.

Todo pasa muy rápido que no me da tiempo a reaccionar.

Alexander estampa sus labios con los míos, me besa duro y posesivamente, marcándome como suya. Intento apartarme de su agarre, pero consigo todo lo contrario.

Me toma de la cintura acercándome más a su cuerpo, si es que eso es posible sacándome un jadeo. Un jadeo que Alexander aprovecha para meter su lengua en mi cavidad, encontrándose con la mía.

Es entonces cuando mando todo a la mierda y correspondo a su beso de la misma forma que él y le saco un gruñido.

Sus labios abandonan mi boca y va a mi mejilla, mi clavícula para terminar en mi cuello, haciendo todo ese recorrido con besos húmedos. Se entretiene en mi cuello, besando, mordiendo, lamiendo y succionando mi cuello. Echo la cabeza a un lado para darle más acceso y suelto varios gemidos de placer.

Sus manos pasan de estar en mi cintura a mi culo apretando y magreando a su antojo, con fuerza, excitándome aún más. Apoyo mis manos en sus hombros alejándolo un poco de mi, sus labios están hinchados, sus ojos azules están dilatados por el placer y la lujuria, y su respiración está agitada, al igual que la mía.

El fruto de nuestro amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora