Capítulo 9

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  El silencio que nos rodeaba era tan sereno como tedioso. No tardé demasiado en percatarme de que el aura tan apasionada por el trabajo duro que rodeaba al personal del castillo desde el alba hasta fin de cada día desaparecía por completo en cuanto iniciaban los fines de semana. Era realmente cansada la rutina que nos obligaban a cumplir día tras día. Parecía que querían exprimir cada gramo de energía que llevábamos dentro.

  Kendall y yo estábamos acostados hombro con hombro disfrutando del poder recargar energías, además de compartir tiempo juntos luego de apenas habernos visto entre semana. A diferencia de Kendall, quién hace hora y media llegó con excelente buen humor, mi fin de semana fue extremadamente aburrido y de alguna manera también agotador, por no decir que también estresante. Me di cuenta de que cada tanto tiempo el rubio se giraba y me dedicaba significativas miradas. No era necesario preguntar, todos estos años a su lado me han enseñado a conocerlo mejor que a mí misma. Kendall quería decirme algo que para él era importante. Y lo esperaría. Esperaría a que él hablara primero. De todas maneras no podía encontrar las fuerzas para mencionar palabra.

  Bostecé y me estiré perezosamente en la cama. Me sentía desfallecer. Trabajar aquí no parecía tan duro, pero en realidad era peor que eso. Al menos la buena paga, la deliciosa comida y el cómodo hospedaje hacían valer la pena ese gran esfuerzo que se necesitaba para levantarse cada día y ayudar en el mantenimiento del gigantesco castillo.

Mis ojos se cerraron del cansancio y cuando menos lo esperé a mi lado unas ruidosas carcajadas me hicieron pegar un brinco en mi lugar y casi caer de la cama. Tuve que contenerme para no asesinar a mi hermano en ese preciso instante.

—Me estaba durmiendo —gruñí entre dientes tirándole una almohada, en respuesta él rió aún más—. Ya basta, Kendall... —bostecé nuevamente y froté mis ojos—. De todas maneras, ¿por qué reías?

—Sólo recordaba algo, amargada.

—Bobo -contraataqué.

—Boba tú —me sacó la lengua y yo puse los ojos en blanco suspirando—. Si te digo algo... ¿prometes no molestarte? —me giré para quedar mirándolo de frente. Sonreía infantilmente, contagiándome de su alegría.

—¿Qué hiciste ahora, Kendo? —cuestioné con un no tan fingido cansancio en mi voz y cubrí mi rostro con mis manos ocultando la gran sonrisa que me provocó la aniñada guerra que acababa de tener con mi hermano mayor.

  Aunque suene muy fichado, para mí Kendall era el mejor hermano del mundo. El más molesto, pero también el más cariñoso.

—¿Recuerdas lo que te dije ayer en la noche? —sus verdosos ojos bailaban emocionados al esperar por mi respuesta.

  Me quedé en silencio por algunos segundos haciendo memoria. Esperen, ¿qué me había dicho él ayer? —En realidad... —me encogí de hombros divertida y le dirigí una mirada como disculpándome.

—Entonces no me escuchas cuando te habló —bufó y se giró para darme la espalda—. Enana insolente —se quejó, aunque por la manera en la que dijo aquello pude adivinar que sonreía.

—¿Perdón? —contuve mi risa. No podía creer lo rápido que Kendall podía hacer desaparecer todo lo malo, desde el cansancio o la tristeza hasta la rabia. Él era la linterna que iluminaba la oscuridad a mí alrededor y la desaparecía con solo estar presente, con estar a mi lado.

𝗕𝘂𝘁𝘁𝗲𝗿𝗳𝗹𝗶𝗲𝘀 𝗶𝗻 𝘁𝗵𝗲 𝗰𝗮𝘀𝘁𝗹𝗲 / ʲᵃᵐᵉˢ ᵐᵃˢˡᵒʷDonde viven las historias. Descúbrelo ahora