El trayecto a casa fue un cúmulo de sensaciones encontradas. Mientras conducía, no podía dejar de notar lo diferente que se sentía mi cuerpo. Cada movimiento, cada pequeño gesto, parecía estar amplificado por esta nueva realidad. El asiento del coche me resultaba extraño, la suavidad de la piel en mis piernas, la forma en que los leggins se ajustaban a mis caderas y muslos... todo era una constante fuente de distracción.
Finalmente llegamos a casa y Andrea, con una calma admirable, sugirió que cada uno se fuera a su respectivo dormitorio para asimilar lo ocurrido mientras ella preparaba la cena.
—Tranquilos, todo va a estar bien. Vamos a superar esto juntos —dijo, intentando mostrarse serena.
Nos dirigimos a nuestras habitaciones en silencio. Al entrar en el dormitorio matrimonial, cerré la puerta y me dejé caer en la cama. La suavidad de la ropa, especialmente el tanga y el sujetador negro, se sentía extraña pero también, de alguna manera, intrigante. Nunca antes había experimentado una prenda íntima femenina, y el contacto del encaje y la tela sedosa con mi piel era algo completamente nuevo.
Me levanté y me dirigí al espejo de cuerpo entero que teníamos en la habitación. Lo que vi reflejado no era un desconocido, sino una versión completamente nueva de mí mismo. Una joven mujer me miraba desde el espejo, con cabello largo y oscuro, ojos grandes y expresivos, y una figura esbelta y atlética. Llevaba el crop top deportivo que había elegido apresuradamente en la tienda, y los leggins que acentuaban cada curva de mi nuevo cuerpo.
Despacito, comencé a desvestirme, sintiendo cómo cada prenda se deslizaba por mi piel. Primero el crop top, revelando un sujetador negro que realzaba mis nuevos pechos. La sensación de quitarme la prenda y ver mi pecho, ahora femenino, fue impactante. Me tomé un momento para tocar mi piel, sintiendo la suavidad y la delicadeza de cada contorno. Luego bajé los leggins, sintiendo el elástico deslizándose por mis caderas y muslos. El tanga, con su delicado encaje, era una sensación completamente distinta a cualquier cosa que hubiera experimentado antes. La tensión y la delicadeza de la prenda me resultaban extrañas pero curiosamente confortables.
Mientras procesaba todas estas nuevas sensaciones, escuché una pelea familiar proveniente del pasillo. Sofía y Carlos discutían acaloradamente sobre quién usaría primero el baño común.
—¡Yo llegué primero! —gritaba Sofía, ahora con una voz masculina más grave de lo que estaba acostumbrado.
—¡Pero yo lo necesito más! —replicó Carlos, su voz femenina sonando desesperada.
Sus voces se mezclaban en un caos de frustración y confusión, reflejando la misma lucha interna que yo estaba experimentando. Andrea, escuchando el alboroto, intervino con firmeza.
—¡Basta ya! —dijo, asomándose al pasillo—. Carlos, tú usa el baño primero, y Sofía, espera en tu habitación. Ambos tienen que aprender a ser pacientes y a ayudarse mutuamente. Estamos todos juntos en esto.
El silencio que siguió a sus palabras fue reconfortante. Andrea siempre había sido la columna vertebral de nuestra familia, y en ese momento, su firmeza era un ancla en medio de la tormenta.
Volví a enfocarme en mi reflejo y, tras unos momentos de introspección, decidí que era hora de ducharme. Me dirigí al baño del dormitorio matrimonial, cada paso sintiéndose nuevo y extraño. Abrí la ducha y dejé que el agua caliente corriera por mi cuerpo, la sensación del agua y el jabón en mi nueva piel era una experiencia intensa y sensorialmente abrumadora. Cada curva, cada rincón de mi cuerpo parecía estar despertando a una nueva realidad.
Mientras me duchaba, intentaba concentrarme en lo esencial: la necesidad de mantener a mi familia unida y segura. La sensación del agua deslizándose por mi piel, la suavidad de mis nuevas formas, todo era secundario comparado con el desafío que nos esperaba.
El día había sido una vorágine de eventos y emociones, y sabía que las preguntas y los retos apenas comenzaban. Pero en ese momento, bajo el agua caliente, me permití un instante de pausa, un breve respiro en el torbellino de cambios que nos había golpeado. Mañana sería otro día, y tendría que enfrentar lo que viniera con la misma determinación que siempre había tenido.