Salí de la ducha sintiendo cada gota de agua deslizarse por mi piel. La experiencia había sido extraña, pero de alguna manera también revitalizante. Me sequé cuidadosamente con la toalla, cada contacto con mi piel nueva y suave provocando una sensación desconocida. Me dirigí a la cama donde había dejado mi ropa y me di cuenta de que tendría que volver a ponerme el set de ropa interior que traía puesto antes. La idea me incomodaba, pero no tenía más opciones en ese momento.
Deslicé el tanga negro por mis piernas, notando la diferencia de no tener un miembro masculino que acomodar. El sujetador, aunque aún algo incómodo, se sentía menos extraño que antes. Mientras me vestía con el conjunto deportivo, el crop top y los leggins con efecto push-up, me sorprendí a mí mismo apreciando la funcionalidad y el ajuste de las prendas. No había sudado ni hecho mucho esfuerzo físico, por lo que la ropa aún estaba limpia y sin olor.
Justo cuando terminé de vestirme, sentí una necesidad apremiante de hacer pis. Me dirigí al baño nuevamente, esta vez con una mezcla de curiosidad y temor. El hecho de no tener el mismo órgano masculino al que estaba acostumbrado me inquietaba. Me senté en el inodoro, sintiendo la extraña pero natural postura, y dejé que mi cuerpo se relajara. La experiencia fue diferente, pero al mismo tiempo instintiva y automática.
Salí del baño y me dirigí a la cocina, donde Andrea ya había preparado la cena. El olor de la comida casera era reconfortante y familiar, un ancla en medio del caos. Sofía y Carlos ya estaban sentados a la mesa, mirándome con una mezcla de curiosidad y aceptación.
—Papá, te ves genial con esa ropa —dijo Sofía, con una sonrisa—. Y, honestamente, tu nueva forma física es... increíble.
Me sonrojé un poco, aún no acostumbrado a los cumplidos en este nuevo cuerpo. Carlos, por su parte, me miraba con seriedad.
—Papá, ¿ya fuiste al baño siendo mujer? —preguntó con voz temblorosa—. Yo lo hice y sentí miedo... es tan diferente.
Me senté a la mesa y les sonreí a ambos, tratando de transmitir calma.
—Sí, Carlos. Lo hice. Es diferente, pero no es algo de lo que debamos tener miedo. Solo necesitamos tiempo para adaptarnos —le respondí con firmeza.
Andrea intervino, su voz firme y maternal.
—Escuchen, chicos. Este cambio es grande y difícil para todos, pero debemos mantener la calma y apoyarnos mutuamente. No importa cómo nos veamos, seguimos siendo una familia y debemos comportarnos con respeto y comprensión.
Asentí, apoyando sus palabras.
—Andrea tiene razón. Debemos ser fuertes y seguir adelante. Estamos juntos en esto y saldremos adelante, como siempre hemos hecho.
La cena transcurrió en silencio después de eso, cada uno de nosotros perdido en sus propios pensamientos. Terminamos de comer y, uno por uno, nos retiramos a nuestros dormitorios. Me sentía agotado, tanto física como emocionalmente.
En el dormitorio matrimonial, me quité la ropa deportiva y me quedé solo con el tanga y el sujetador negro. Andrea me observaba desde la cama, con una mezcla de curiosidad y tristeza en sus ojos. Sabía que este cambio era difícil para ella también, pero su fortaleza era una fuente de consuelo.
Me acerqué a la cama y me tumbé junto a ella, sintiendo su calor cerca de mí.
—Esto es... muy extraño, Fran —dijo suavemente, mirándome.
—Lo sé, Andrea. Pero estoy aquí, y soy yo. Siempre seré yo, sin importar cómo me vea.
Andrea me dio una pequeña sonrisa y apagó la luz de la habitación. Me preparé mentalmente para dormir, consciente de que este nuevo cuerpo traía consigo nuevas sensaciones y retos. Cerré los ojos, intentando aferrarme a la normalidad en medio de lo desconocido. Mañana sería otro día y tendríamos que enfrentar juntos lo que viniera.