Desperté antes que Andrea, el sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas de nuestra habitación. La calma de la mañana me permitía por un momento olvidar la extraña realidad en la que nos encontrábamos. Me acerqué a ella y la abracé con fuerza, pecho con espalda. Sentí cómo mis nuevos atributos se interponían, haciéndome consciente de lo diferente que era mi cuerpo ahora. No era una sensación agradable; la presión en mi pecho era incómoda y me hizo darme cuenta de lo mucho que aún necesitaba adaptarme.
Le di un beso de buenos días en la mejilla, esperando que el gesto fuera reconfortante. Andrea se despertó de golpe, asustada y alterada. Se levantó de la cama rápidamente, olvidando por un momento lo que había sucedido el día anterior.
—¡Andrea, soy yo! —dije suavemente, tratando de calmarla.
Ella se quedó mirándome por unos segundos, con los ojos bien abiertos, antes de que la comprensión volviera a su rostro. Respiró hondo y se dejó caer en la cama otra vez, cubriéndose la cara con las manos.
—Lo siento, Fran. Todavía no me acostumbro a esto —dijo con un suspiro.
Me acerqué a ella, acariciándole la espalda.
—Lo sé, amor. Es difícil para todos. Tendremos que tomárnoslo con calma.
Andrea se sentó y me miró con una mezcla de preocupación y ternura.
—Sí, tienes razón. Tendremos que ir más despacio y adaptarnos poco a poco. —Se levantó de nuevo, esta vez con más calma, y se dirigió al baño—. ¿Fran, por qué hay un tanga húmedo en el suelo? Y... ¿por qué llevas calzoncillos?
Sentí el calor subir a mi cara. No había tenido tiempo de explicarle lo que había pasado durante la noche.
—Es una larga historia. Básicamente, me desperté en medio de la noche y la ropa interior estaba mojada. No encontré nada en mi cajón que me sirviera, así que me puse estos calzoncillos viejos.
Andrea asintió, aparentemente aceptando mi explicación. Pero aún necesitaba ropa interior adecuada, así que me dirigí a la habitación de Sofía. La encontré ya despierta, sentada en su cama.
—Sofía, necesito tu ayuda otra vez. Anoche, con todo lo que pasó, olvidé pedirte ropa interior.
Ella sonrió comprensivamente y se levantó para buscar entre sus cosas. Me entregó un set básico gris de Calvin Klein.
—Aquí tienes, papá. No te preocupes, puedes ponértelo delante de mí si quieres.
Asentí, agradecido por su comprensión. Me giré ligeramente y comencé a vestirme con la ropa interior que me había dado. Sentir la tela suave y elástica contra mi piel fue una sensación extraña, pero al menos era cómoda.
—Sofía, ¿tienes algo más que pueda usar hoy? —pregunté, aún sintiéndome un poco incómodo.
Sofía se dirigió a su armario y sacó un unitard short de color gris.
—Este debería servirte. Es cómodo y no demasiado llamativo.
Le agradecí mientras tomaba la prenda. Me la puse y me miré en el espejo de su habitación. La ropa se ajustaba perfectamente a mi nuevo cuerpo, resaltando mis curvas y haciendo que me sintiera un poco más seguro.
—Gracias, Sofía. Esto es realmente útil.
—De nada, papá. Estamos juntos en esto.
Nos sonreímos, compartiendo un momento de solidaridad antes de salir de su habitación. Nos dirigimos a la cocina para desayunar, donde Andrea ya estaba preparando algo. Carlos llegó poco después, aún con el cansancio reflejado en su rostro, pero también con una determinación que no había visto en él antes.
Mientras nos sentábamos a la mesa, el aroma del café y los huevos revueltos llenaba la cocina. Andrea nos sirvió a todos, tratando de mantener la normalidad en medio de la tormenta que estábamos viviendo.
—Vamos a seguir adelante, día a día —dije, mirando a mi familia con determinación—. Juntos podemos superar cualquier cosa.
Ellos asintieron, y comenzamos a desayunar, sabiendo que nos esperaban muchos desafíos, pero con la confianza de que no estaríamos solos en enfrentarlos.