El recreo estaba en su apogeo, y Carla, sentada junto a **María**, **Alejandra**, **Yanira** y **Julia**, disfrutaba de un breve momento de paz después de la tensa mañana. Las chicas habían sido un alivio, brindándole apoyo en medio de las miradas curiosas y los chistes crueles de los chicos. Pero la paz no duraría mucho.
A lo lejos, **Andrés**, **Pablo** y los otros chicos se habían fijado en cómo las chicas habían formado un círculo alrededor de Carla, abrazándola momentos antes. Los ojos de **Andrés** brillaron con esa chispa de travesura que siempre precedía a alguna tontería. Hizo una seña a los otros chicos y comenzaron a caminar hacia el grupo de chicas.
-Bueno, bueno, mirad quién se ha vuelto la favorita de las chicas -dijo Andrés, con una sonrisa burlona mientras se acercaban.
**Pablo**, siempre rápido para seguirle la corriente, soltó:
-¡Carla! Oye, ya veo que tienes tu propio club de fans -dijo, mientras miraba a las chicas de arriba abajo con una mirada exagerada de aprobación.
Las chicas se tensaron, y **Alejandra** rodó los ojos, claramente molesta. **María** frunció el ceño, pero no dijo nada de inmediato. Carla se sentía expuesta, deseando que los chicos se cansaran y se fueran, pero sabía que no sería tan fácil.
**Andrés** no parecía dispuesto a detenerse.
-Ey, ¿qué se siente estar tan mimada? -preguntó con una risita, imitando el abrazo que habían compartido antes.
-Es como si te hubieras ganado el premio a la mejor amiga en tiempo récord -añadió **Pablo**, provocando más risas entre los demás chicos.
Carla apretó los labios, tratando de mantener la calma. Sentía la mirada de los chicos quemándole la piel, y aunque sus amigas estaban a su lado, no podía evitar sentirse vulnerable ante las burlas.
-Dejadla ya -intervino **Julia**, cruzándose de brazos-. Estáis actuando como críos.
**Andrés** no parecía inmutarse.
-¿Críos? ¿Nosotros? Solo estamos divirtiéndonos. Además, ¿no es eso lo que hacemos entre amigos? Carla y nosotros siempre hemos tenido buen rollo, ¿verdad, Carla? -dijo, usando su nombre nuevo con una mueca burlona.
**Pablo** se inclinó un poco hacia adelante, con una sonrisa torcida.
-Claro, somos colegas, ¿no? Solo que ahora... bueno, las cosas son diferentes, ¿no? Seguro que todo te debe parecer muy raro ahora, Carla.
Las chicas a su alrededor empezaron a tensarse, visiblemente molestas, pero antes de que alguna pudiera intervenir, sonó el timbre, anunciando el final del recreo. Los chicos rieron entre ellos mientras se alejaban, dando palmadas en la espalda como si hubieran ganado una especie de pequeña victoria.
Subir las escaleras de vuelta al aula fue otra prueba de paciencia. **Andrés** y **Pablo**, siempre en busca de la última palabra, continuaron burlándose mientras caminaban detrás de Carla y las chicas.
-Oye, Carla, ¿vas a venir a entrenar con nosotros? Quizás ahora tengas una ventaja... o desventaja, quién sabe -soltó **Andrés**, entre risas.
**Pablo** lo siguió:
-Sí, aunque con esos pantalones ajustados... no sé si podrás correr igual de rápido.
Carla intentaba no escuchar, pero era imposible. Sentía cada palabra como una aguja, pinchándole la mente. **María**, a su lado, le lanzó una mirada de apoyo, aunque estaba claro que la tensión entre el grupo iba en aumento.
Al llegar al aula, todo parecía un poco más calmado. Pero durante el resto de las horas de clase, la incomodidad persistió. **Carla** sentía las miradas de los chicos sobre ella. Aunque no hablaran, las risitas contenidas y los gestos entre ellos lo decían todo. No dejaban de hacerle sentir como si estuviera en el centro de una broma pesada que nunca acabaría.
**Jorge**, sentado a su lado, seguía evitando cualquier tipo de interacción. Apenas levantaba la cabeza de sus apuntes, fingiendo estar completamente concentrado, aunque Carla sabía que no era así. La traición de su amigo, que hasta hace poco era su mayor confidente, dolía más que cualquier burla.
Finalmente, la última campana del día sonó. El aula se desbordó de estudiantes que empacaban rápidamente sus mochilas, deseosos de irse a casa. Carla recogió sus cosas en silencio, intentando no llamar la atención, pero **María**, siempre perceptiva, la miró con una sonrisa suave.
-¿Nos vamos juntas? -preguntó.
Carla asintió, agradecida por no tener que enfrentar el camino sola. Las dos se dirigieron a la parada del bus en silencio, pero no tardaron en darse cuenta de que no estarían solas por mucho tiempo. **Andrés**, **Pablo** y los demás chicos de su grupo se acercaban por detrás, riéndose y hablando en voz alta, claramente con la intención de continuar con las bromas.
-Mira quién está aquí. ¿Te molestamos si nos subimos al bus contigo, Carla? -dijo **Andrés**, usando un tono sarcástico mientras caminaban hacia ellas.
Carla apretó los dientes. Había esperado que el día terminara ya, pero parecía que no iba a tener suerte. El grupo de chicos seguía riéndose mientras se subían al bus detrás de ellas, ocupando los asientos cercanos y lanzándole miradas que hacían que Carla se sintiera aún más expuesta.
**María**, sin embargo, parecía tener un plan.
-Carla -susurró, inclinándose hacia ella-. ¿Por qué no te quedas en mi casa a comer? Así evitamos que estos idiotas te sigan hasta tu casa. Tu parada está un poco lejos y no quiero que te molesten más.
Carla miró a **María**, sorprendida por el ofrecimiento, pero al mismo tiempo, aliviada. Sabía que si bajaba en su parada, los chicos probablemente la seguirían, solo para continuar con las bromas. Asintió lentamente.
-Gracias -susurró de vuelta.
Sacó su teléfono y rápidamente marcó el número de su madre. La línea sonó dos veces antes de que su madre contestara.
-¿Mamá? Voy a quedarme en casa de María a comer, ¿está bien? -preguntó, intentando que su voz sonara lo más normal posible.
-Claro, cariño. No hay problema. Solo avísame cuando estés de camino a casa -respondió su madre, siempre comprensiva.
-Gracias, te aviso luego -dijo Carla antes de colgar.
Los chicos seguían hablando y riéndose en el fondo, pero el plan de **María** ya estaba en marcha. Mientras el bus avanzaba, las miradas burlonas de los chicos no cesaban, pero Carla trató de concentrarse en que, al menos por un rato, estaría a salvo en la casa de su amiga.
Cuando llegó la parada de **María**, ambas se bajaron rápidamente, sin mirar atrás. Carla sentía el alivio de estar lejos del grupo de chicos, aunque sabía que tendría que enfrentarse a ellos de nuevo en algún momento. Pero por ahora, estaba con **María**, y eso era lo que importaba.
-Vamos, mi madre siempre hace mucha comida. Te va a encantar -dijo **María**, sonriendo mientras caminaban hacia su casa.
Carla sonrió, sintiéndose un poco más relajada.
Por un momento, al menos, todo parecía estar bien.