Aquel día, después de ver a mi padre irse a tomar algo con sus amigos, sentí la necesidad de desconectar de la realidad. Aún me costaba asimilar todo lo que había ocurrido y cómo había cambiado nuestra vida en cuestión de segundos. Decidí llamar a Jorge, uno de mis mejores amigos, para que viniera a casa a jugar a la Play y despejarnos un poco.
Antes de que llegara, me miré en el espejo, recordando la ropa que Sofía me había dado. Opté por unos leggings cortos deportivos de color azul celeste y un top a juego. Era ajustado pero cómodo, y aunque me resultaba raro, no quería que Jorge se sintiera incómodo viéndome con ropa de chico ahora que era una chica.
Cuando Jorge llegó, me recibió con una mezcla de sorpresa y curiosidad en su mirada.
—¿Carlos? —preguntó, tratando de esconder su sorpresa.
—Sí, soy yo. Vamos a jugar un rato, ¿vale? —dije, tratando de sonar casual.
Nos sentamos frente a la Play y comenzamos a jugar al FIFA, algo que solíamos hacer a menudo para relajarnos. Mientras jugábamos, tratamos de mantener la conversación en temas familiares: coches, fútbol, y mujeres. Sin embargo, no tardó mucho en llegar a los asuntos más incómodos.
—Entonces... ¿cómo te sientes? —preguntó Jorge después de un rato.
—Es complicado, Jorge. Todo es diferente. El cuerpo, las sensaciones... —respondí, tratando de mantenerme sereno.
—¿Y qué vas a hacer con el equipo de baloncesto? —continuó, sin dejar de jugar.
—No lo sé. Supongo que tendré que hablar con el entrenador. Tal vez me dejen seguir jugando, pero en el equipo de chicas.
La conversación continuó, aunque Jorge no podía evitar hacer preguntas más íntimas.
—Y, ¿cómo es ser una chica? Ya sabes, ¿qué se siente?
Suspiré, sabiendo que esa pregunta llegaría tarde o temprano.
—Es extraño, Jorge. Todo se siente diferente. Aún estoy tratando de acostumbrarme.
Jorge me miró con curiosidad, deteniendo el juego por un momento.
—¿Te resulta incómodo llevar esa ropa? —preguntó, señalando mis leggings y el top.
—Un poco. Es ajustada, pero es más cómoda de lo que parece.
—¿Y qué tal... ya sabes, el... —Jorge se sonrojó—, el pecho? ¿No es raro tenerlo ahí?
Me reí nerviosamente, apreciando su honestidad pero sintiéndome un poco incómodo.
—Sí, es raro. Aún no me acostumbro. Siento el peso y cómo se mueven cuando me muevo.
Jorge asintió, claramente intrigado.
—¿Y... bueno, en el baño? ¿Cómo es... ya sabes, hacer pis?
Mi cara se puso roja, pero traté de responder con calma.
—Es diferente. Tienes que sentarte y... bueno, limpiarte después.
Después de un rato, apagamos la consola y bajamos a la cocina para merendar. Mientras comíamos, noté que nos mostrábamos más cariñosos el uno con el otro. Jorge trataba de hacerme sentir mejor, y yo agradecía su apoyo.
—Gracias por venir, Jorge. Realmente necesitaba esto.
—No te preocupes, Carlos. Siempre estaré aquí para ti.
Volvimos a mi cuarto y nos sentamos en la cama. La conversación continuó, pero había una tensión en el aire. Me sentía vulnerable, y la proximidad de Jorge me hacía sentir cosas que no había experimentado antes. En un momento de debilidad, sin pensarlo, me acerqué y le di un beso.
Jorge se quedó petrificado, sus ojos abiertos de par en par. Se levantó rápidamente, nervioso y sin saber muy bien qué decir.
—Yo... tengo que irme, Carlos. Nos vemos luego, ¿vale?
—Jorge, espera... —intenté detenerlo, pero ya estaba saliendo por la puerta.
Me quedé sentado en la cama, sintiendo una mezcla de vergüenza y confusión. Había arriesgado nuestra amistad en un momento de debilidad, y ahora no sabía cómo arreglarlo.
Suspiré y me tumbé en la cama, mirando al techo. Sabía que tendría que hablar con Jorge pronto, pero por ahora, solo quería olvidar lo que había pasado. Cerré los ojos, tratando de calmar mis pensamientos y esperando que las cosas volvieran a la normalidad, aunque sabía que ya nada sería igual.