Prólogo

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OLIVIA.

--NO SUBESTIMES A NADIE

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--NO SUBESTIMES A NADIE. LAS PERSONAS MAS SIMPLES PUEDEN CARGAR CON LA OSCURIDAD MAS OSCURA.

Mi padre siempre me lo repetía. Era un hombre muy joven cuando me tuvo y tal vez por eso se fue al poco tiempo después. Mamá estaba completamente segura de que me había afectado su ausencia y solía echarle la culpa a ese pensamiento erróneo que tenía cuando le desobedecía.

Pero yo vivía en mi mundo, un mundo donde todo era de colores rosas, sin cabida para el negro o el gris de la mierda que sucedía en mi vida por aquellos años. Ahora mismo me gustaría volver el tiempo atrás y permanecer en aquella época donde no tenía que lidiar con la cruel realidad en la que me encuentro ahora.

La realidad en la que era perseguida por él, por mi acosador, por el causante de que este en esta puñetera finca en contra de mi voluntad sin saber en qué día o hora vivo, desconozco siquiera si estoy en mi país o al otro lado del mundo.

Estoy asustada, de hecho, aterrada, pero a lo que realmente le temo, no es a él, sino a mi retorcida mente traumatizada que está viendo cosas donde no las hay. Estoy comenzando a confundirme, mi cerebro no separa la realidad; entre su crueldad y su retorcida mascara encantadora con la que me hipnotiza y juega con mi mente.

A veces es amable, gentil, delicado, pero hay otras veces..., en donde es un maldito sádico que solo disfruta de mi dolor y lágrimas.

No debo caer., no debo caer.., no debo hacerlo...

Pero para mí desgracia ya es tarde para mí. Porque el diablo ya me dio cacería y me atrapo.

—Vete a la mierda --le ladro a la cara, estoy harta de ser obediente y sumisa para no tener problemas--. ¡Ya me cansé! Ya no puedo más con esta maldita farsa que te has creado en esa retorcida cabeza tuya.

--¿Retorcida cabeza? ¿Es en serio, cariño? --me mira como si ya estuviera agotado de mi 'berrinche' y eso solo hace que mi ira crezca. Él no tiene ningún derecho de reprocharme, porque la única víctima en esto, soy yo. Yo soy la que está siendo retenida en contra de su voluntad, sin tener contacto con el mundo exterior en una maldita hacienda. Dylan suspira--. Sera mejor que te calmes, Olivia, porque no quiero tener que tomar medidas.

No.......

Un escalofrío se apodera de mi espina dorsal y sus palabras solo me generan más pánico del que tengo. Sé a lo que se refiere con tomar medidas; él va a sedarme o encerrarme en la habitación hasta que me tranquilice. Y no, no permitiré que eso pase de nuevo, ya lo ha hecho y no quiero que me quite la poca libertad que me da como la de vagar por la casa a mi antojo.

--No, no te atreverías —sus labios se curvan en una sonrisa torcida oscura que me dedica y eso me advierte de lo que hará—. ¡No, Dylan, por favor, por favor no! --se me quiebra la voz mientras mis mejillas se llenan de más lagrimas--. No me inyectes más esa porquería...

Se mueve con agilidad y para cuando quiero apartarme ya lo tengo de frente, con sus manos en mis mejillas, limpiándome gentilmente las lágrimas con sus pulgares. Su tacto o su cercanía deberían asquearme o aterrorizarme, pero mi jodida mente no rechaza su contacto con mi cuerpo, sino que se deja llevar por esas manos grandes y callosas que proporcionan tanto seguridad como dolor.

Sollozos se me escapan de la garganta adolorida mientras que las lágrimas no me dejan verlo con claridad en la oscuridad de la noche.

--Shhhh --me calla y le hace una señal a uno de sus hombres que se encuentra detrás de mí--. Date la vuelta, cariño --me dice en ese tono dulce y firme que usa para que obedezca.

—¡No! --le ruego con la mirada, pero ni siquiera se inmuta. Intento volver a hablar, pero pone su dedo índice sobre mis labios, callándome.

--Date la vuelta, preciosa, no me obligues a lastimarte --uno de sus hombres se acerca a él y le entrega una jeringa con un líquido amarillento que conozco muy bien. Rendida queriendo que esto acabe pronto, obedezco y lentamente me giro hasta estar de espaldas a él--. Buena chica... Es lo mejor para ti, cariño. Estas alterada y dormidita ya no causaras problemas, ni intentaras escapar, o incluso lastimarte. Es mejor así....

Siento el frio de la aguja enterrarse en mi piel y el aliento caliente de Dylan abanicándome la nuca. Mis sollozos se vuelven más fuertes y el medicamento me arde cuando entra en mi torrente sanguíneo.

—Shhhh, cariño --me da la vuelta, me aparta los mechones de cabello de la cara que se pegaron por el sudor y me besa la frente--.  Bien, buena chica —me felicita por obedecerlo—. Todo va a estar bien, solo descansa.

La cabeza me comienza a dar vueltas, mi garganta se entumece, los parpados me pesan y las piernas se me debilitan cada segundo que pasa. Él me sostiene y me alza en brazos cuando estoy a punto de caer en la inconsciencia.

Y con mi último esfuerzo le susurro;

—Te odio...

—Eso ya no importa, Olivia, porque te guste o no, ya eres mía y siempre me pertenecerás —besa mi cabello--. Grábate esto, cariño, porque yo seré lo único que tendrás a tu alrededor el resto de tu vida. No me importa si tengo que encadenarte, ponerte un bonito collar en tu cuellito o encerrarte, eso ya no importa. Porque este es tu nuevo hogar, Olivia y vivirás aquí y tendrás a nuestros hijos...

Es lo último que alcanzo a escuchar antes de que la oscuridad me consuma.

Es lo último que alcanzo a escuchar antes de que la oscuridad me consuma

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Perversa AdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora