IV

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-¿Cuánto cuesta estar en privado con Soei?- le dijo un grandulon de cabeza afeitada y cara de pocos amigos, sonriendo con esfuerzo.

-Te estas equivocando de persona, amigo...- los ojos grises brillaron con un resplandor de ira, en la hermosa cara de la delgada, delicada y joven Natalie- No puedes comprar su compañia.

El muy alto hombre se enderezó y cuadro espalda en silencio, para dar paso a un joven blanco de ojos aceitunados que se acercaba carismático a ella.

-Es para mí- dijo seductoramente. Acercándose seguido de otros dos orangutanes que fungian comos sus guaruras igual que el mastodonte que había hecho la solicitud.

-Lo siento señor, son las instrucciones del Rey Andreas- dijo ella sin moverse un centímetro atrás. Presionando un botón rojo escondido en el atril desde donde se recibían a los clientes.

-¡Listing!- se aproximo Andreas que respondía siempre de manera inmediata a ese botón, y que hacía uno de sus recorridos por el Chateau. Le abrazo efusivo y el joven le regreso el abrazo con camaraderia, para separarse y guardar en la cajetilla de oro un cigarro que llevaba sin prender aún.

Los chicos de seguridad del Chateau se aproximaron dejando sus acostumbrados puestos, como hacían siempre que había la necesidad de acompañar a uno de aquellos clientes, en su mayoría poderosos, a la puerta. El tirador de guardia, apostado en la parte superior del suntuoso lugar, puso la mirilla roja en el pecho del grandote.

Andreas, apurado les hizo una seña con la mano para que todos se relajarán y volvieran a sus ocupaciones y para que el tirador bajara su arma.

-¡Andreas!- dijo el joven.- Le estaba pidiendo a tu Host ver más de cerca a tu Soie. Aquí la señorita me ha dicho que no es posible- sonrió de lado alisando la manga de su fina camisa, que desaparecía dentro de unos pantalones igualmente finos, con una mano de la que pendía una delicada esclava de oro.

-Son las reglas de Chateau - le dijo Andreas arqueando una ceja pensativo- Pero supongo que no hay ningún problema si Soie quisiera compartir contigo. Tendrías que encontrar la manera de invitarle...-vio su reloj- pero tendrá que esperar porque es el show que cierra la noche.

-Hazle llegar flores-le dijo tendiendole un billete a Andreas que sonrió y se lo devolvió, educadamente.

-Guarda tus billetes, Georg, si quieres hacer llegar cualquier cosa a camerinos tendré que sacarte amigo- le dijo muy serio- las reglas de Chateau son para todos, ...incluso para mí...

La cara de Georg se ensombrecio, guardo su billete y se dispuso dando unos pasos adelante a buscar uno de los espacios privados del establecimiento de Andreas.

Tenía uno asignado, pues cuando estaba en París solía frecuentar el Chateau du Plaisance casi todas las noches. Mitad negocios, mitad placer.

Encaminado ya, se detuvo un momento y giro sobre sus talones para quedar de nuevo, a cierta distancia, frente a Andreas.

-No fui yo- le dijo con rostro de piedra- sabes muy bien que hay órdenes que no puedo detener, pero aún así no fue cosa mía.

-...fueron tres muertas Georg y siete más intoxicadas- dijo seriamente-La casa pierde amigo, me aseguraré que te den el mejor de mis espacios privados y que siempre tengas diversión. Pero tú sabes que quién me da las ordenes a mi, no tolerará nada más- George sopeso aquellas palabras y cedió sonriendo relajadamente- ¡Llévalos!- le dijo Andreas a Natalie que enseguida les mostró el camino.

Georg siguió a la joven castaña, más dispuesto a seguir las reglas. Andreas era su amigo desde tiempo atras,  no quería problemas con su peligroso jefe. El magananimo emperador de la mafia de París.

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