Capítulo 16- Marzo

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Febrero fue un mes eterno en el que Jiang se acostumbró a las llamadas de Yunkai, y a su charla a veces tonta y a veces seria. Así aprendió a conocerlo en todas sus facetas: ese chico no era el ser irresponsable que creía: se había llevado a su madre con él, y la estaba ayudando a salir adelante. Ya no tenía apartamento propio ni automóvil; tampoco un coche de carreras para divertirse, ni la multitud de amantes con las que embotaba su mente. No le pesaba estar solo; prefería mil veces la compañía de su madre. Después de sincerarse con ella y hacerle ver que lo ocurrido no era su culpa, la mujer pudo entender que ahí había un único culpable: el señor Tian, que por poco no había arruinado sus vidas.

Jiang tuvo que hacer acopio de fuerzas para decirle a Yunkai que pensaba ir a Shanghai en su licencia, y lo tomó por sorpresa.  No quiso responder a sus preguntas de por qué lo hacía, por no confesarle que él tampoco tenía idea. YunKai era todo sonrisas mientras hacía planes frente a la pantalla donde hacían la videollamada, y Jiang, rojo hasta las orejas, le hacía que sí con la cabeza sin atreverse a decir palabra. YunKai sabía que debía tener paciencia, pero no podía evitar mirarlo con los ojos brillantes; ese chinito estaba asustado pero decidido a verlo, y él iba a derribar de a poco todas sus defensas. 

                          ***

En el aeropuerto de Shanghai, YunKai miraba la pantalla que anunciaba el arribo de los vuelos. El que llegaba de París por fin había aterrizado. Se puso ansioso, y comenzó a tamborilear los dedos en su pierna mientras veía pasar a la gente. Cuando ya estaba pensando que se había arrepentido y decidió no tomar el vuelo, Jiang salió por la puerta de desembarque, mirando a su alrededor. Cuando lo vio no pudo aguantarle la mirada y YunKai sonrió para sí: el cascarrabias había resultado ser un dulce. Jiang se acercó a él con pasos indecisos, y YunKai no pudo resistirse a acortar la distancia en dos zancadas y tomarlo de las manos:

—Chéri… —susurró. Jiang tironeó para soltarse mientras miraba a la gente que pasaba a su alrededor:

—No hagas eso. Aquí no se puede…

—¿Qué importa? Podría darte un abrazo aquí, delante de todos. Y también podría besarte…

—¿Qué estás diciendo, francés? —protestó Jiang, tratando de parecer molesto. El corazón había vuelto a saltarle como loco en el pecho, y por un instante temió que él lo escuchara—. Ponte serio y dime a dónde vamos.

—A mi apartamento, por supuesto. 

—Muy bien. Quiero saludar a tu madre. Pero primero dejaré mi equipaje en el hotel.

Jiang trató de recuperar el control de sí mismo: le puso un límite a YunKai y lo dejó allí, parado frente a un abismo y sin poder dar un paso, a riesgo de caer al vacío antes de llegar a él, que estaba al otro lado. ¿Siempre iba a ser así? Tal vez sí, tal vez no. Tal vez Jiang necesitaba sentirse dominante, o necesitaba espacio. YunKai pensó: «Paciencia, Kai, paciencia. Este chinito no viajó diez horas en avión solo para ponerte en tu sitio». Decidió soltarlo y caminar junto a él hacia la salida, como si fueran dos viejos amigos.

Jiang se registró en la habitación del hotel mientras YunKai le sostenía el equipaje como si fuera su secretario, y mataba el tiempo jugando a subir y bajar la manija retráctil de una maleta. El recepcionista lo miró con curiosidad:

—¿El señor también se va a registrar? 

—No —respondió Jiang—. Él…

—Soy su primo —explicó YunKai, con su mejor sonrisa y en un chino mandarín que lo delataba como extranjero. Jiang comenzó a toser—. Lo traje desde el aeropuerto. ¿Puedo subir a la habitación con él? Así lo ayudo a acomodar sus cosas…

—Por supuesto, señor. —Atento a la tos y las mejillas rojas de Jiang, el recepcionista le hizo una reverencia y le entregó las llaves de la habitación que le correspondía—. Que tenga una feliz estancia en nuestro hotel. 

—Gracias —respondieron los dos al unísono, y Jiang sintió que se le escapaba el aire. Ese francés atrevido en serio pensaba subir con él, y ni siquiera lo había consultado.

La habitación era amplia y confortable, pero Jiang no alcanzó ni a verla: apenas la puerta se cerró tras ellos, YunKai lo tomó de la cintura y le volvió a plantar uno de aquellos besos que nunca había podido olvidar. Solo cuando lo tuvo pegado a él y sintió las urgencias de su cuerpo, Jiang se dio cuenta del deseo irrefrenable que sentía por YunKai. El abismo que había construido se hizo añicos.

El equipaje quedó tirado en medio del pasillo, y esa noche las sensaciones nuevas embriagaron a Jiang más que cualquier vino que podría haber tomado para darse coraje. Temblando contra el cuerpo de Kai, se dio cuenta de que había perdido demasiado tiempo tratando de ser quien no era. La melodiosa voz de su amante lo arrulló:

—Chinito... qué dulce eres…

Él no era dulce. Ni siquiera era tierno o cariñoso. Pero junto a YunKai podía serlo:

—Me gustas mucho, Kai...

En ese momento YunKai supo por qué había cambiado el rumbo de su vida: estaba perdidamente enamorado de ese chino cascarrabias.

                         ***

El apartamento de Yunkai no era pequeño: era minúsculo; dos habitaciones, una para él y otra para su madre; una salita con una cocina empotrada, y un baño en el que había que hacer malabarismos para darse una ducha. Eso era todo. La glamorosa vida de YunKai se había ido al diablo.

Jiang se apenó por la señora Tian. La encontró mucho más seria y taciturna: no entendía el idioma, no había logrado hacer amigos, y extrañaba su patria. Pero aún así ni ella ni su hijo estaban seguros de regresar.

—Pero, ¿se van a quedar mucho tiempo más en Shanghai? —quiso saber Jiang.

—No lo sé. —YunKai se puso triste—. Mamá quiere pedirle el divorcio a mi padre.

Jiang musitó un «lo siento», y YunKai le dijo que había cometido un grave error al ocultarle la verdad, porque en vez de protegerla le había hecho más daño. Al ver su cara de disgusto, Jiang lo abrazó para consolarlo. YunKai se sintió tibio dentro de aquellos brazos que lo sujetaban con firmeza, como si quisieran protegerlo. No pudo evitar sacar su lado bromista:

—Chinito descarado… 

—Cállate, francés.

—Me callo, pero si me das un beso.

La señora Tian ya se había ido a dormir. Estaban solos y podían ser un poco más osados:

—Ya no quiero un beso —susurró Jiang, y sujetó a YunKai del pelo para hablarle al oído—. Quiero más. Vamos al hotel. 

YunKai se fingió escandalizado: 

—¡Chino desvergonzado..!

                        ***

YunKai observaba dormir a Jiang: con la cabeza apoyada en la almohada y el pelo desordenado, tenía un aura de paz y sosiego que lo hicieron suspirar. Jiang abrió los ojos y se quejó.

—Lo siento, amor… —murmuró Yunkai—. Sigue durmiendo.

Jiang bostezó y después hizo una mueca de disgusto:

—¿Me estabas mirando mientras dormía?

—Eres demasiado lindo para perder el tiempo durmiendo. Prefiero observarte...

—Tonto… Tú también eres lindo, pero yo prefiero dormir.

Jiang seguía teniendo mal carácter a pesar de su dulzura cuando hacían el amor. YunKai deseaba que algún día ese lado cálido y afectuoso pudiera salir y dominar al cascarrabias. Lo tomó en brazos con delicadeza, para no despertarlo de nuevo:

—Sería lindo vivir así…

—¿Eh...?  —musitó Jiang, con los ojos cerrados.

—Nada, chèri. Sigue durmiendo.

Los enemigos (Finalista Wattys 2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora