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 Me senté viendo el encino frente a mí, antes era más frondoso.

Aún estaba la gran piedra que dejé para recordar el lugar.

Resoplé y comencé a excavar, la tierra estaba un poco húmeda. Llegué hasta una caja metálica, la saqué.

Limpié un poco el exceso de tierra, al abrirla una oleada de recuerdos desbloqueados llegaron a mi mente de ese verano.

Tomé el porro, me lo obsequió Belch en la tarde en donde George Denbrough desapareció.

El cartel de Witcham Street estaba oxidado, caminé a paso lento, pero decidido.

Me detuve en la misma alcantarilla donde lo vi la última vez, recuerdo que el agua hacía un ruido hueco y húmedo al caer en la oscuridad. Ese sonido me daba escalofríos.

Allí dentro, en la cloaca, había unos ojos amarillos. Parpadee un poco, pensando que quizás eran los fantasmas del pasado.

Los ojos se fueron acercando poco a poco a la superficie, un pequeño y delgaducho brazo salió tomándose del asfalto, estaba gimoteando.

Se fue arrastrando, era un niño, un niño que gritaba y se retorcía en el arroyo mientras el agua lodosa le corría sobre la cara haciendo que sus alaridos sonaran burbujeantes. Sus gritos eran agudos y penetrantes.

El lado izquierdo del impermeable de niño estaba de un rojo intenso. La sangre fluía hacia la alcantarilla desde el agujero donde había estado el brazo izquierdo. Un trozo de hueso, horriblemente brillante, asomaba por la tela rota.

Los ojos de George Denbrough me miraban fijamente.

— Janette, ¡ayúdame! —su voz era rasposa y grave.

Retrocedí, era peor de lo que recordaba.

Volví a mirar la hierba en mi mano, ignorando completamente a Georgie.

Tal vez no sea mi mayor miedo. Elegí este objeto porque fue el primer indicio de mi relación con los perdedores.

Volví a mirar al niño, había entrado de nuevo a la cloaca, pero esta vez el que me veía fijamente era Pennywise.

Me dedicó una gran sonrisa, fue descendiendo hasta desaparecer.

Coloqué la piedra en su lugar y me fui de ahí.

(...)

Me crucé de brazos mientras me recargaba en la pared admirando el desfile del 4 de Julio. Sonreí con tristeza, y saqué mi celular.

Esperé a que Jeremy contestara, me arreglé un poco, en la pantalla apareció Aria, sonrió ampliamente.

— ¡Tía Jane!

En el fondo se escuchaba la voz de mi hermano.

— Hola, Aria, ¿cómo estás?

— Bien, estamos comiendo, mira —cambió a la cámara trasera y me mostró su spaghetti—, papá cocinó hoy.

Jeremy tomó el teléfono.

— ¡Jane! ¿cómo vas? —estaba un poco despeinado. Sonreí.

— ¿Recuerdas los carnavales que hacían cada año?

— Sí —mostré como los carros alegóricos pasaban—, vaya. Deberías de ir a la feria, oí que hay buenas cosas.

— Claro —le resté importancia.

— Aria cada vez se parece más a ti. ¿Cuándo vas a venir?

Suspiré, mi sonrisa se borró.

— No lo sé, Jeremy. Tal vez cuando me vaya de este pueblo.

Aria se asomó a la cámara.

— Mira, tía, lo hice para ti —un dibujo garabateado de ella y mío se mostró en la cámara—. Cuando vengas te lo daré.

— Tengo que irme —sonreí—, cuídate mucho, Aria, y recuerda que te quiero.

— Yo también, te quiero muchísimo, Jane —una lágrima resbaló por mi mejilla.

— ¡Cuídate, minúscula! —fue lo último que escuché antes de cortar la llamada.

Caminé hacia la feria, me coloqué mis lentes de sol. Compré un algodón de azúcar y anduve sin rumbo.

— Jane, ¿nos podemos tomar una foto contigo? —un grupo de niñas se acercó a mí.

— Claro —la mamá de alguna de ellas se alejó a tomar la foto. Sonreí mientras las abrazaba.

Cuando miraba a la cámara pude ver como Bill entraba agitado buscando a alguien.

— Muchas gracias, te queremos mucho —dejé de mirar a Denbrough.

— Que lindas —me extendieron una libreta y un bolígrafo—, ¿cómo se llaman?

— Allie, Kelly y Becca.

Asentí mientras anotaba sus nombres. Les entregué el autógrafo. Me despedí de ellas, y seguí a Bill.

Comenzó a correr hacia la casa de lo sustos.

Al cruzar la entrada me encontré con Bill en la pared, esquivé los sacos de boxeo.

— Bill, ¿qué pasa?

— El niño del restaurante chino, Pennywise lo matará —titubeó un poco mientras se recuperaba—, vamos.

Entramos al laberinto de espejos.

— No te separes de mí —tomó mi mano y avanzamos.

Las luces parpadeaban dando un toque tétrico.

— ¡Niño! ¡Oye, niño! —corrió, pero se estampó—, mierda. ¿Niño?

Lo jalé y lo conduje hacia otro camino.

— Mierda...

Cada vez era más difícil caminar, vimos de nuevo al niño.

— ¡Dean!

— ¡Niño! ¡Oye!

El camino se hizo muy estrecho. Bill volvió a correr al ver al chico.

— ¡Niño! —volvió a pegarse, me coloqué delante suyo—, carajo.

— Te llamas, Dean ¿cierto? —asintió con miedo.

— Hola...

— ¿Qué hacen aquí?

— Hola, no, vine a a-ayudar.

— ¡Deja de seguirme!

— Voy a sacarte de aquí —Bill se alejó un poco, pero tomé su mano al ver al payaso.

Su lengua estaba pegada al cristal.

— No... Por favor —retrocedí.

— Estoy aquí esta vez. Llévame a mí.

Pennywise comenzó a golpearse la cabeza contra el cristal.

— ¡No! ¡Eres un maldito! ¡Desgraciado! —Bill trataba de romper el vidrio.

— ¡Ayuda! —gritó Dean.

Retrocedí cada vez más, sabía lo que iba a pasar. Mi corazón latía rápidamente, tanto que dolía. Me paralicé al ver que el payaso logró causar muchas grietas, sonrió mostrando sus grandes dientes y rompió el cristal mordiendo al niño, la sangre salpicó manchando el vidrio. En un abrir y cerrar de ojos desapareció.

Bill giró a verme, estaba agitado, ambos no podíamos creer lo que pasó.


Al 

Dear God 2 ─── It [Eso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora