Donde las cicatrices se curan

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La noche en la que soñé contigo, despertó en mi una sensación extraña, en la que los recuerdos comenzaron a aflorar sin previo aviso.
De repente, volví a los noventa y tantos, donde nos perdíamos en las calles del pueblo, aquel maravilloso lugar lleno de historia, leyendas y encanto en cada una de sus calles, las cuales , recorríamos en busca de aventuras cada tarde después del colegio.
Nos sabíamos cada rincón, cada esquina y cada monumento que lo adornaba. A veces, nos parábamos en la casa de Pedro Crespo en la que decíamos algún fragmento de la obra de Calderón de la barca, simulando que éramos los personajes verdaderos, para después, bajar hacia el mercado de abastos y coger el callejón de los muertos por donde pasábamos siempre corriendo, imaginándonos que venían los soldados del tercio de Flandes, hasta llegar a la plaza y pararnos a contemplar las dos torres, una mas alta que la otra, que se alzaban ante nosotros y ahí era, en aquel lugar mágico, donde nos mirábamos y nuestra imaginación comenzaba a funcionar, recitando nuestras historias inventadas, donde cada uno tenía su personaje ideal.
Ese lugar, era el Dístilo, tu lugar favorito, y del que siempre decías que vivía una dama de larga cabellera dorada con poderes, y sería la que te curaría de tus cicatrices, esas que tenías grabadas a fuego en tu piel.
Algo te ocurrió cuando eras muy pequeñito, donde pasaste unos años de tu vida de médico en médico, y a pesar de tus circunstancias, supiste hacerle frente sin mirar atrás, superando tus limitaciones y criándote como un niño más, el niño más valiente y aventurero de todos.
Comenzamos a contar los pasos, justo en frente de la iglesia, donde creíamos que comenzaba la entrada al Dístilo. Uno, dos, tres... Así hasta el paso 14 y justo en ese paso se abrían las puertas de la iglesia, mientras contabas tu historia soñada y yo sacaba mi libreta y transcribía todos los retazos de esas historias que leeremos cuando seamos adultos. 

Comenzaba en ese momento la misa de diario, y el párroco nos invitaba a pasar para escuchar el sermón, en el que relataba historias de personajes  y ciudades bíblicos y del que decías que nos daba pistas para acceder al lugar donde se escondía aquella dama con poderes.
Observabas cada detalle de su interior, desde las tallas, hasta las vidrieras, mientras yo, te miraba pensando, que ojalá esa dama existiera de verdad para hacer desaparecer esas cicatrices que tanto te molestaban a veces y te curaras del todo.
Terminó la misa y el párroco nos hizo de guía por el cuerpo central de la iglesia, donde nos enseñó una inscripciones en una piedra de cantería, eran los nombres de personas importantes que habían vivido en el pueblo, como el de Marina Ortiz de Gaete, mujer de Pedro de Valdivia, el cual, había conquistado Chile y se había quedado allí, sin embargo, ella viajo hacia la nueva tierra y regreso de nuevo, trayendo consigo joyas, utensilios y ungüentos que los indígenas les habían enseñado a utilizar para curar, según nos comentaba el párroco, un hombre de avanzada edad, originario de Zalamea de la Serena, y al que le gustaba la historia del pueblo.
Él, algunos días, en los que nos encontrábamos por allí recitando las historias inventadas mientras jugábamos, nos contaba trozos de leyendas que nosotros añadimos a nuestra colección, para después crear una nueva aventura y tenernos la mente despejada, sobre todo a él, para quitarle por unos instantes esas cadenas que lo ataban cada vez más a un hospital.
Allí, nos contó que Marina regresó de Chile y se hospedo de nuevo en su casa, junto con una chica indígena, a la que había cogido mucho cariño , ya que , sus padres fallecieron en la guerra, y Marina la crio, al no tener descendientes con Pedro de Valdivia.
Pero un día, ambas desaparecieron sin dejar señal alguna que indicase hacia donde se fueron. Todo el pueblo, se volcó en su búsqueda e incluso los mercaderes y tratantes que iban a Chile y volvían, no sabían que había sido de ellas, ya que en su documentación no constaban los nombres de ellas dos, tan solo se sabía que, la puerta seguía cerrada desde dentro, como si nunca hubieran salido de allí y todo su interior estaba en orden, y es ahí, cuando empieza su leyenda, donde todo a su alrededor es un misterio, y el cual, ha pasado de generación en generación.
Entonces, le preguntamos si no la podía enseñar, y el aceptó.
Cuando salimos de la iglesia y de camino a casa, hablábamos de lo que nos podíamos encontrar y tú hablas de que quizás había un pasadizo de daba directo al dístilo, donde se hallaba la dama  a través de la casa de Marina, porque un día soñaste con la dama, y pasabas por un pasadizo que estaba dentro de una casa lo habías soñado, mientras pasábamos por el Cristo, otro lugar encantado, lleno de sucesos e historias.
Fue una noche intensa, deseando que llegara el día siguiente, y cuando eso ocurrió, me llamaste al timbre y decías que había llegado el día, como si supieras lo que iba a pasar y fue cuando nuestras miradas se cruzaron nerviosas.
Por fin, llegamos a la casa y el párroco estaba allí esperando nuestra llegada, en ese momento, abrió la puerta y te agarre de la mano, como si algo a alguien me fuese a separar de ti.
Comenzamos a explorar escuchando más partes de la historia, y sin darnos cuenta, nuestros pies se dirigieron hacia la cocina, llena de cacharros, hierbas y demás utensilios usados para cocinar, pero habia un  olor intenso que provenía de una alacena, y la que inesperadamente se abrió una pequeña puerta de unos ochenta centímetros, y sin pensarlo, entramos, cerrándose tras de si y recorrimos unos cuantos metros cuesta arriba, hasta llegar a una sala llena de pequeñas antorchas y desde sus paredes se podían ver pequeños agujeros que asomándonos se veía la plaza, y fue cuando nos dimos cuenta de que habíamos encontrado la entrada al dystilo.
Pero no estábamos solos, una hermosa dama de cabello dorado y su pequeña acompañante, aparecieron y nos invitaron a tomar asiento, mientras decía ser Marina Ortiz de Gaete, a la vez que le preguntaba a él por sus cicatrices.
Él, sin dudarlo le explicó todo y yo pensaba si todo era real o un sueño.
- Tus cicatrices, solo se curaran cuando tú alma vuele, pero podemos hacer que sean más llevaderas.- decía mientras le ofrecía una especie de infusión y su pequeña acompañante, le pasaba unos ramilletes de plantas que no llegué a reconocer, por todo el cuerpo, haciendo hincapié en la cicatriz del pecho, y él, se dejaba hacer relajado.
Una vez terminado el ritual, nos guiaron hacia la salida y al despedirnos, se pusieron un dedo en la boca, indicando guardar el secreto y sin saber, como habían sobrevivido todo este tiempo, solo pensábamos en sanar.
Les dimos las gracias y regresamos de nuevo a la casa, donde nos esperaba el párroco, que había estado revisando que todo estuviera en orden y no se había percatado de nuestra escapada.
Cuando salimos de allí, me agarraste de la mano y me llevaste frente al dystilo, y comprendí que, ahí era el lugar donde querías estar.
Hoy, veinticinco años después, regreso al lugar de las dos torres, una mas alta que otra, en la que habita la mujer de cabello dorado y tu nombre grabado en la piedra.
Las miro, y mi cara  esboza una amplia sonrisa, al saber que, aunque ya no estás a mi lado, tu recuerdo aflora en mi interior, sintiendo que me vuelves a agarrar de la mano y mi subconsciente ve a ese niño valiente y aventurero que siempre fuiste y es ahí, en ese lugar de leyendas donde mis cicatrices  se curan.

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⏰ Última actualización: Sep 21 ⏰

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