Capítulo 10

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- No te preocupes, aquí estoy - Da palmaditas en mi espalda - ¿Quieres que hablemos de lo que ha pasado?

Florence me guía a mi dormitorio y suavemente nos sentamos en la cama. Sus ojos, llenos de comprensión, me dan la fuerza para continuar.

- Se supone que debo... entregar mi cuerpo a Kedwyte - Logro decir.

- No a Kedwyte, a los dioses - Me corrige de inmediato.

- Es mi deber como miembro del aquelarre, pero...

- Pero no quieres hacerlo - Termina por mí.

Si algo tengo claro durante mis 18 años es que para ser una bruja debes renunciar a tus deseos y priorizar la voluntad de las deidades. Las deidades nos exigen lealtad y entrega total, y cualquier desviación de su voluntad se paga con un precio elevado.

Mis pensamientos vuelven al recuerdo de la mirada de Kedwyte, esa oscuridad que parece devorar toda luz. Algo en su mirada que me atrae y me repele al mismo tiempo.

- Yo compliqué todo - Traigo a memoria la sensación delante de la fuente, esa de querer ser elegida y al serlo sentir que estaba mal, que debía huir de la responsabilidad.

- Es parte de nuestro deber, servir con agrado a la benevolencia de los dioses. Esa benevolencia es la que nos hace distintos de los simples mortales, nos hace rozar la divinidad.

Los recuerdos de Kedwyte siguen asaltándome, traicionando a mi voluntad. Sus ojos hipnotizantes, atravesándome como si pudiera ver cada secreto de mi alma, su sonrisa enigmática y calculadora, intimidante. ¿Es él la razón por la que esto me genera tanta molestia?

- Alice, escúchame - Florence toma mis manos entre las suyas - Tienes derecho a cuestionar, a dudar, sin embargo, recuerda la responsabilidad que te han otorgado, es el orden de todo el aquelarre, de nuestro, de tu aquelarre Alice.

- ¿y si me niego?

- Entonces estaré a tu lado - Responde sin dudar - Pero antes de tomar una decisión, respira y piensa en las consecuencias.

Pero antes de que pueda continuar, el aire se vuelve denso, cargado de una energía asfixiante. Mis ojos se abren de par en par, en cuanto en el centro del dormitorio se materializa la figura de la gran sacerdotisa.

- Señorita Cabatt - Trago saliva, luchando contra el impulso de ceder, sin cuestionar.

- ¿Acaso ha olvidado lo que es ser una bruja?

- No gran sacerdotisa, no lo he olvidado, pero...

- ¿Pero? - Su ceja se arquea - Es un desperdicio que los dioses le hayan mostrado su favor a quien no es merecedora de tal honra. Sin embargo, no dejaré que esto arruine el equilibrio del aquelarre.

- ¿A qué se refiere?

- Que ni usted ni nadie pasarán por encima de la voluntad de los dioses de la sagrada fuente y yo me encargaré de eso - Chasquea los dedos e inmediatamente pierdo la consciencia.

Abro los ojos y me encuentro en un lugar completamente diferente, no veo a Florence por ninguna parte y no recuerdo nada de lo sucedido. Estoy recostada en un altar, veo mi cuerpo vestido por una tela roja traslúcida, a través de ella se pueden ver mis pezones y me tapo por inercia.

El aire huele a cuarzo ahumado y cornalina. El altar se encuentra en el centro del salón cubierto de telas finas y suaves, en representación de la conexión íntima y el respeto por los cuerpos. Está rodeado de antorchas y símbolos sagrados. Las antorchas están encendidas con precisión, siguiendo un patrón que simboliza el movimiento de la energía, desde la oscuridad hacia la luz, y la unión de las polaridades. El fuego de las antorchas baila junto con las cortinas blancas por el viento de la madrugada; la luz de la luna acompaña la de las antorchas para alumbrar el salón.

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⏰ Última actualización: Jul 19 ⏰

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Detrás de la escoba: El legado de una brujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora