Desde que Liam y Kaint habían puesto un pie en Grecia, no habían tenido tiempo de sumergirse en las lecturas que Kaint había llevado consigo, textos que arrojaban luz sobre la figura enigmática de Sócrates. El desafío radicaba en que el propio Sócrates no había dejado nada escrito, su filosofía se transmitía de boca en boca, como una llama sagrada que pasaba de maestro a discípulo. Y en ese viaje de la oralidad a la escritura, la figura de Platón, discípulo predilecto de Sócrates, adquiría una relevancia capital. Liam y Kaint se enfrentaban a la tarea de desentrañar, entre las líneas de los diálogos platónicos, la voz original de Sócrates, sin dejarse atrapar por la interpretación, inevitablemente personal, de su discípulo. Y más allá de esa búsqueda detectivesca, les esperaba el reto de comprender la vastedad del pensamiento platónico y su impacto en la cultura occidental.
—Ha llegado el momento de hablar de Platón —anunció Kaint, con un brillo de entusiasmo en la mirada—. Aunque su verdadero nombre era Aristocles, se le conocía como Platón, quizás por su espalda ancha, o quizás, metafóricamente, por la amplitud de su pensamiento. Hijo de una familia aristocrática, Platón no temía a las alturas, ni en el plano físico ni en el intelectual. Su filosofía, al igual que la de su maestro Sócrates, se nutría del diálogo, de la confrontación de ideas. Pero cuando la razón parecía encontrar un límite, Platón no dudaba en recurrir al mito, a la alegoría, como herramientas para acceder a un conocimiento más profundo, más intuitivo.
—Me gusta eso de la espalda ancha —comentó Liam con una sonrisa pícara—. No tenía ni idea de que se llamara Aristocles. Aunque "Platón" suena más... imponente, ¿no crees?
—Sin duda —rió Kaint—. La mente de Platón era monumental, y desentrañar sus secretos nos llevará algún tiempo. Empecemos por sus obras. A diferencia de Aristóteles, cuyos escritos sufrieron los avatares del tiempo, los diálogos de Platón han llegado hasta nosotros completos. Su obra se divide en tres etapas: juventud, madurez y vejez. Entre los diálogos de juventud destacan la "Apología de Sócrates", el "Critón" o el "Alcibíades". En su etapa de madurez escribió, entre otros, el "Gorgias", el "Menón", el "Crátilo" y el "Protágoras". Y ya en su vejez nos legó obras tan importantes como el "Fedón", "El Banquete", la "República", el "Teeteto", el "Parménides", el "Sofista", el "Político", el "Filebo", el "Timeo" y "Las Leyes".
— ¡Menuda producción! —exclamó Liam, realmente impresionada—. Este hombre no se aburría, precisamente.
—Para Platón, la escritura no era el medio ideal para transmitir el conocimiento —explicó Kaint—. Creía que la palabra escrita congelaba el pensamiento, que le robaba la espontaneidad y la inmediatez del diálogo vivo. Para él, la verdadera asimilación del conocimiento se producía a través de la memoria. ¿Nunca te has fijado en que cuando intentas memorizar un número de teléfono sin anotarlo haces un esfuerzo mucho mayor que si lo apuntas en un papel? Para Platón, ese esfuerzo es fundamental, porque obliga a la mente a trabajar, a integrar el conocimiento. La escritura, en cambio, nos hace perezosos, nos induce a delegar la memoria en un soporte externo. ¿Cuántas veces hemos leído un libro y al poco tiempo ya no recordamos casi nada? Para Platón, la escritura es solo apariencia, un simulacro de sabiduría. No es que la condene por completo, pero nos advierte del peligro de confundirla con el verdadero conocimiento, que solo se alcanza a través del esfuerzo intelectual, del diálogo y la reflexión.
—Tienes razón —admitió Liam—. Desde que existen las calculadoras, ya casi no sé hacer una multiplicación sin ayuda. Nos hemos vuelto demasiado dependientes de la tecnología.
—Exactamente —confirmó Kaint—. A eso se refería Platón con la "apariencia". Para él, la escritura debía aspirar a emular la inmediatez del diálogo, con sus idas y venidas, sus preguntas y respuestas. Como la conversación que estamos teniendo ahora mismo. Para Platón, la filosofía se hacía hablando, confrontando ideas. Y cuando el diálogo no era suficiente, recurre al mito, a la alegoría, como herramientas para trascender los límites de la razón. Veremos ejemplos de ello cuando hablemos del mito del carro alado y de la alegoría de la caverna.
—Entonces, ¿dónde encontramos al verdadero Platón? —preguntó Liam—. ¿En los diálogos o en los mitos?
—Para Platón, diálogo y mito no eran herramientas excluyentes, sino complementarias —respondió Kaint—. El diálogo nos permitía aclarar los conceptos, definir los términos del debate. Y el mito, la alegoría, nos elevaban a un plano más intuitivo, más cercano a la experiencia misma de la realidad. Pero para entender plenamente el pensamiento de Platón, tenemos que adentrarnos en su metafísica.
—¿Meta qué? —preguntó Liam, un poco desconcertada.
—No te preocupes —dijo Kaint con una sonrisa tranquilizadora—. Iremos paso a paso, desgranando cada concepto. Lo importante es que disfrutemos del viaje.
Y en los ojos de Liam, brillando con la curiosidad del explorador que se adentra en un territorio desconocido, Kaint supo que la aventura apenas había comenzado.
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Jóvenes filósofos rebeldes: Grecia.
General Fiction¡Prepárate para una aventura filosófica que sacudirá tu mundo! 🌍💭 Liam, un adolescente de 18 años, se encuentra con su amigo Kaint, un estudiante de filosofía de 23 años. Kaint invita a Liam a un viaje por el fascinante mundo del conocimiento filo...