¿El cambio o lo permanente? ¿Tú qué piensas?

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Mientras paseaban por la serena belleza de los Jardines Nacionales de Atenas, Kaint, con esa facilidad que tenía para despertar la reflexión, lanzó una pregunta al aire:

—Liam, amiga mía, ¿alguna vez te has preguntado qué es más real, el cambio constante o la permanencia?

Liam, absorta en la contemplación de un rosal en flor, giró su rostro hacia él.

—La verdad, Kaint, creo que lo más real es el cambio —respondió con seguridad—. Lo vemos en todas partes. Mira estos jardines: las plantas crecen, se marchitan, renacen... Mi propia vida es un cambio continuo. Ayer estábamos en Tokio, y hoy, aquí, en Grecia, rodeados de historia y belleza. Es como la guerra, como la lucha de contrarios de la que hablaba Anaximandro, un fluir constante. Aunque a veces... —Liam hizo una pausa, su mirada se perdió entre las hojas de los árboles— a veces siento que el cambio me abruma un poco. ¿A ti no te pasa?

—Claro que sí, Liam —respondió Kaint, su voz sonó extrañamente cercana—. El cambio puede ser abrumador. Sentir que la vida se nos escapa, que el tiempo pasa inexorablemente... La fugacidad de la existencia puede resultar angustiosa. Pero hay un filósofo presocrático que, como tú, creía que el cambio era la esencia de la realidad: Heráclito de Éfeso. Le llamaban "el Oscuro" porque sus escritos eran bastante crípticos, pero intentaré transmitirte la esencia de su pensamiento.

— "El Oscuro"... —repitió Liam con una sonrisa—. ¡Qué interesante! Yo soy más bien "Liam la Clara", ¿no crees? —bromeó, y luego, con un gesto de sincera atención, añadió—: Continúa, por favor, te escucho.

—No te distraigas, Liam —dijo Kaint, aunque una sonrisa se dibujó en sus labios—. Lo que vamos a ver ahora es importante, nos hará reflexionar sobre la esencia misma del ser. Para Heráclito, nada permanece inmutable, todo está en constante devenir, en perpetuo cambio. "Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río", es una de sus frases más célebres. El río cambia, nosotros cambiamos, nada permanece igual. Como tú bien decías, el cambio lo impregna todo. "Panta rei", "todo fluye", afirmaba.

—Me gusta eso de "todo fluye" —murmuró Liam, casi para sí misma—. Lo nuestro también debería fluir... —añadió en un susurro apenas audible.

—Liam... —Kaint carraspeó, un ligero rubor tiñó sus mejillas—. No me desconcentres. Ya hablaremos de "lo nuestro" más tarde. Volviendo a Heráclito... Él decía algo muy peculiar: que la guerra era la armonía de todo. Para los griegos, "ar" significa "principio" y "monos", "único". La armonía, entonces, sería el principio único que rige el cosmos. Y la guerra, con su lucha constante, sería la expresión de esa armonía. La justicia, por otro lado, sería la discordia, la ruptura del equilibrio. Para Heráclito, el mundo era como un fuego eterno, en constante transformación. Pero lo más interesante es que, en medio de ese caos, ese devenir perpetuo, Heráclito encontraba un orden subyacente, un principio rector que lo organizaba todo: el "Logos" (palabra, ley, razón).

—Es curioso —dijo Liam, pensativa—. Cuando imagino un cambio constante, pero con un orden subyacente, le encuentro cierto sentido. Es como en física: todo está en movimiento, pero las leyes de la física describen ese movimiento, le dan un orden con sus matemáticas y fórmulas.

—Exacto, Liam —respondió Kaint, su admiración por la inteligencia de Liam crecía a cada instante—. "Todo acontece según el "Logos", afirmaba Heráclito. En resumen, tenemos un movimiento perpetuo, la guerra como motor del cambio, el fuego como símbolo de transformación y el "Logos" como principio ordenador, como la razón que establece la armonía en medio de los opuestos. ¿Qué te parece Heráclito?

—Me parece un filósofo muy moderno —respondió Liam—. Hoy en día, muchas corrientes de pensamiento defienden la idea del cambio constante, de la impermanencia de las cosas. Pero lo del "Logos" como principio ordenador, la idea de un orden en medio del caos, me parece realmente innovadora. Tendré que investigar más sobre Heráclito.

—Ahora bien —continuó Kaint—, imagina por un momento que todo fuera permanente, que el cambio fuera solo una ilusión, una apariencia superficial. Que en el fondo, lo único real fuera el Ser inmutable. ¿Qué te parece esa idea?

—Uf, esa es difícil —respondió Liam—. Sé que existo porque tengo un cuerpo. Y aunque mi cuerpo cambia, mi mente me dice que hay un "yo" que permanece. Y hasta ahora, nunca he experimentado la "nada".

—Excelente observación, Liam —dijo Kaint—. Siempre tan perspicaz. Con esa pregunta nos adentramos en el pensamiento de Parménides de Elea, el primer filósofo que desarrolló una teoría del Ser. ¿Qué es el Ser, Liam?

—Para mí, el Ser es lo primordial —respondió Liam con seguridad—. Todo lo que existe, Es. Lo que no es, no existe. Por lo tanto, todo es Ser.

—Exacto, Liam. El Ser lo abarca todo, aunque no siempre lo percibamos como tal. Vemos seres individuales, cosas concretas, pero no el Ser en su totalidad. Pero esa es una discusión que dejaremos para cuando hablemos de Aristóteles —dijo Kaint con una sonrisa misteriosa—. Centrémonos en Parménides. En su "Poema sobre la naturaleza", nos propone tres caminos para comprender la relación entre el cambio y la permanencia. El primer camino es el de la verdad absoluta: "El Ser es, y es imposible que no sea; el No-Ser no es, y es necesario que no sea". El Ser, según Parménides, tiene características particulares: es ingénito, inmutable, perfecto. Por lo tanto, el cambio solo puede ser una ilusión, una apariencia entre el Ser y el No-Ser. Pensar que el cambio es el paso del No-Ser al Ser, o viceversa, es un error, y ese es el segundo camino que Parménides descarta. El No-Ser no existe, por lo tanto, el cambio no puede ser real.

—A ver si entiendo —dijo Liam, frunciendo el ceño—. En el primer camino, Parménides dice: "El Ser Es", y punto. El No-Ser no existe, por lo tanto, no hay cambio.

—Exacto, Liam —respondió Kaint—. Más claro, imposible. Pero Parménides, para poder explicar la apariencia del cambio, introduce un tercer camino, el de la opinión: la oposición se da entre cosas que son, no entre el Ser y el No-Ser. Por ejemplo, la luz y la oscuridad. Ambas existen, son. Por lo tanto, el cambio no sería del Ser al No-Ser, sino de un Ser a otro Ser. Aunque esta vía también presenta sus problemas.

—Ya lo creo que los presenta —intervino Liam—. Si pensamos en el paso de la noche al día, de la oscuridad a la luz, falta la transición, el atardecer. El mundo no cambia de blanco a negro de golpe, siempre hay matices.

— ¡Me impresionas, Liam! —exclamó Kaint, realmente maravillado por la capacidad de análisis de su amiga—. En mis clases, yo no captaba las cosas con tanta facilidad. De hecho, esa contradicción que mencionas la resuelve Aristóteles con su teoría del movimiento. Pero eso lo veremos más adelante. Aún nos quedan muchos filósofos por descubrir.

—De acuerdo —dijo Liam con una sonrisa—. Pero antes, ¿qué te parece si comemos un helado? Necesito un poco de azúcar para el cerebro, ¡estoy agotada!

  Pero antes, ¿qué te parece si comemos un helado?  Necesito un poco de azúcar para el cerebro, ¡estoy agotada!

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Jóvenes filósofos rebeldes: Grecia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora