Hijos De Dragón

Advertencias

Cuando mi padre fué a buscarme, yo me encontraba fantaseando con la idea de convertirme en un poderoso mago y salvar el reino de todos esos sangre dorada.

Él al verme tumbado en la cama, mirando al techo sin hacer nada, alzó una ceja.

- ¿No vas a preguntarme nada sobre la reunión, hijo?

Me incorporé rápidamente.
- Ah, sí, padre, lo siento. ¿Cómo ha ido la reunión?

- No estoy muy satisfecho, que digamos, su majestad no considera que los Sangre de Dragón sean una amenaza.

- Si me permites que te pregunte, padre, ¿Por qué el rey los mantiene encerrados en algún lugar en vez de aniquilarlos a todos?

El duque me miró con cara de reproche.

- Existen leyendas respecto a aniquilar una especie entera de sangre mágica, e igualmente Renyold, no debes tomar las vidas de nadie a la ligera, estamos hablando de una comunidad, familias. Matarlos a todos nos convertiría en los salvajes que ellos creen que somos.

- Padre... ¿Por qué nunca me has hablado de nuestros orígenes, de la sangre plateada?

Mi padre se me quedó mirando un momento.
- ¿Quién te ha hablado sobre ello?

Me sonrojé.
- Eeeh... La princesa Alanna, padre.

- Pues debes saber que yo, al contrario que su majestad, no subestimo a los sangre dorada.

- ¿Eso que tiene que ver? Si me permites preguntar.

- Juguetear con magia antigua trae solo desgracias, hijo, nunca te he hablado de la sangre plateada porque cuanto menos sepas al respecto mejor. Más probable que sobrevivas.

Guardé silencio, impresionado. El duque Yotland continuó, enigmático:
- La magia atrae magia, mejor que no sepas nada, que no practiques nada. Porque si ellos se alzan, y lo harán si el rey no lo impide, matarán a todos atraídos por el rastro de nuestra sangre.

Y con esas palabras, salió de mi habitación, dejándome solo de nuevo.