Noches oscuras

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Una semana y media antes

Me desperté con el corazón acelerado y el cuerpo sudoroso. Apenas llevaría un par de horas durmiendo y la noche estaba muy avanzada.

Estas últimas semanas había estado durmiendo pero y peor, contagiándome de la preocupación febril de mi padre, pero mi sueño no había cesado por eso.

Alguien llamaba a mi puerta insistentemente.

Me puse una camisa rápidamente y me apresuré a abrir.
Era el duque Yotland, que pronunció las palabras que insinuaban lo que llevábamos esperando y temiendo desde ya tiempo:

- Ya están aquí

Tragué saliva y asentí.
- ¿Estamos preparados?- Pregunté, tratando que no se mostrara lo ansioso que me sentía en ese momento.

- No. - Tragué saliva de nuevo, una gota de sudor resbaló por mí frente y mi padre continuó - Prepárate Renyold, como lo hemos hablado, y reúnete en el comedor conmigo lo antes posible.

- Sí, padre.

Me dejó solo en mi habitación.
Con un suspiro, agarré mi armadura. Era ligera pero resistente, y tenía la mínima protección imprescindible. Al igual mi padre, opinaba que era más importante tener una buena movilidad que una armadura pesada.
Tras vestirme y ponerme la armadura, metí mi espada en su funda, me enganché mi arco largo y un pequeño carcaj con flechas. El arco se me daba fatal, pero era muy útil para que pudiese disparar a los invasores desde las almenas.
Agarré mi daga y tras afilar la y enfundarla, la metí en mi bolsillo y otra más pequeña en el interior del zapato.
Sabía que eso era muy cliché, pero no pude evitarlo.

Me miré en el espejo, a mis diecisiete años mis rasgos de la infancia prácticamente habían desaparecido y pude ver un chico alto y de complejidad delgada, pero con músculos definidos, ( no pude evitar una sonrisa al pensar en eso). Mi piel era bastante clara, teniendo en cuenta que no salía demasiado del castillo, pero con mi pelo castaño claro y mis ojos ámbar diría que me consideraba bastante atractivo.

Me estaba asfixiando de calor con esta maldita armadura. Me sequé la frente llena de sudor con el dorso de la mano y al ver las gotas de sudor resbalando entre mis dedos, me concentré.

Las gotas se congelaron, y sonreí mientras me concentraba y enfriaba el sudor de mi cuerpo.
Para esto sí que molaban los poderes.

Aliviado, me puse los guanteletes y salí de mis aposentos, dirigiéndome al comedor.

Atravesé los pasillos que contenían una gran agitación. Los soldados de mi padre iban de un lado para otro transportando cosas y se olía un ambiente de miedo entre las paredes de piedra y madera.
Todas las antorchas estaban encendidas, aún así rincones de las habitaciones y las esquinas se encontraban en penumbra, y casi esperaba que de ellas me asaltase un salvaje o un sangre dorada.

Pero sabía que no esperaría mucho para verlos de verdad.

Cuando entré al comedor, la sala más amplia y central de la fortaleza. No pude más que resignarme que no teníamos muchas oportunidades. Estábamos atrapados dentro.

El duque Yotland estaba encorvado sobre un mapa del castillo y sus alrededores, y pude ver colocados demasiados muñequitos alrededor que simbolizaban las tropas del enemigo.

- ¿Cuál es el plan, padre? - Aunque ya lo sabía perfectamente.

- Morir - Dijo uno de los consejeros del duque que parecía absolutamente aterrorizado.

Mi padre le lanzó una mirada asesina, pero no dijo nada. Eso me preocupó bastante.

- Dímelo tú, hijo.

- Resistir hasta que las legiones del rey lleguen a socorrernos.

- Exactamente.

Todo el mundo lo sabía, el ejército real no vendría. No había acudido en ayuda de ningún noble, provocando su caída involuntariamente, pero aún así no vendrían. El rey quería las regiones para él y que protegiesen el palacio.
Me parecía muy egoísta pero lo entendía, igualmente, con soldados o no, el reino parecía que no había encontrado esperanza.

El duque volvió a hablar, interrumpiendo los pensamientos de todos:
- Ya hemos discutido todas las partes de la defensa, debemos ponernos en marcha. ¡TODO EL MUNDO A SUS PUESTOS!

Cada uno fué saliendo de la sala en direcciones distintas, cuando me dirigía yo también a salir, mi padre me agarró del brazo.

- Espera Renyold, quiero decirte algo.

Me di la vuelta intrigado, mi padre me soltó. De pronto había bajado la mirada y pareció que me quería contar algo, pero se lo pensó dos veces y me dijo en voz suave:
- Buena suerte, Ren.
- Eeeh, gracias padre. - Me sentí un poco decepcionado, sabiendo que el duque había estado a punto de decirme algo pero se había echado para atrás.
Sacudí la cabeza y salí de allí.
La batalla iba a comenzar.

Hijos De DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora