Fuego, hierro y roca

16 3 3
                                    

Me dirigí sin más dilación a las almenas del castillo.
Había conseguido convencer a mi padre de que me dejara estar allí arriba durante la batalla, me haría sentir útil y podría ver el desarrollo de los acontecimientos sin problemas.
Subí la escalera de caracol, repleta de otros guerreros que subían y bajaban con rapidez. Gritos de ánimo y de guerra retumbaban por los muros del castillo.

Varios soldados, al reconocerme, me agitaron el cabello, cosa que me molestó un poco al principio, al fin y al cabo ya no soy un crío, pero sin poder contenerme, sonreí.
Salí al aire libre. Un viento fresco hacía ondear las banderas que colgaban y miré hacia abajo.

Parecía un hervidero de hormigas.

Dos ejércitos, no demasiado numerosos, pero amenazadores, organizaban sus filas a una distancia prudente de los muros.
Y hacían bien, porque cuando giré la cabeza, observé que no muy lejos mía, varios soldados estaban poniendo aceite a hervir en una gran olla y supe que no era precisamente para freír patatas.

Miré para otro lado y vi a mi padre subido sobre una mesa, (la imagen me hubiese divertido si no fuera porque estábamos al borde de una invasión), gritando órdenes sin parar.
Para cuando la batalla empezase, se quedaría ronco.

Él me vió y empezó a gritarme que porqué no me encontraba en mi puesto.
Rápidamente, entré en la torre y me situé, al lado de los unos soldados, y enfrente de una saetera.
La abertura me permitía disparar con cierta comodidad a los enemigos y a estos les resultaría muy difícil darme a mí.

Entonces, se oyó un golpe tan fuerte, que mi corazón retumbó.
Me asomé por la rendija y ví una especie de tambor gigante de tres metros de diámetro que acababan de golpear con una maza enorme.
Pero no podía ser que sonase tan fuerte desde tan lejos, eso solo podía ser fruto de la magia.
Una figura se acercó a las puertas del castillo y entonces todos los nervios de los soldados se reflejaron ya que pude oír los arcos y ballestas tensándose y apuntando al hombre.

Este, que caminó como si no supiese el revuelo que había causado se paró.

- ¡DUCADO DE YOTLAND! - Era una voz tan atronadora que me tapé los oídos, muchos guardias me imitaron, pero se seguía oyendo como si aquel hombre estuviese al lado nuestra y no 30 metros debajo. - ¡ESTA ES VUESTRA ÚLTIMA OPORTUNIDAD! ¡RENDÍOS Y ACEPTAD EL NUEVO MUNDO, O MORID! ¡UNÍOS Y SERÉIS RECOMPENSADOS! ¡NEGAOS Y SERÉIS ANIQUILADOS! ¡NO ES NECESARIO MÁS DERRAMAMIENTO DE SANGRE!

Apreté los dientes y deseé poder dispararle y acabar con su vida. Tenía mis dedos encrispados sobre el arco y la flecha apuntando directamente sobre su corazón.

En medio de tanta tensión, se escuchó el silbido de una flecha atravesando el hombre y el hombre cayó muerto con una flecha atravesándole el cráneo.

Miré hacia las almenas para ver al asesino y con sorpresa, distinguí a mi padre. Su cara reflejaba ira y su arco dorado sin flecha delataba su acción.
No dijo nada y se retiró detrás de los demás arqueros que lo miraraban anonadados pero sin atreverse a hacer algún comentario.

Volvió a sonar ese golpe atronador, pegándome un susto. Y otro. Y otro. Estaban tocando ese tambor con una cadencia rítmica que iba a más y más velocidad, hasta que cesó de golpe.

Cogí aire de golpe, porque se me había olvidado respirar. Tenía el corazón acelerado y al mirar a mis compañeros, el miedo se reflejaba en sus ojos.

La tensión se podía cortar con un cuchillo.

Entonces, por el rabillo del ojo noté un movimiento a lo lejos y grité con todas mis fuerzas:

- ¡CATAPULTAAAAAA!

Como despertando de repente, todos apuntaron al ejército invasor.
Oí el vozarrón de mi padre, que no se quedó atrás:
- ¡DISPARAAAD!

Una lluvia de flechas cayó. Sorprendido y atrasándome un poco, apunté y disparé. Mi flecha atravesó el aire pero se clavó en la hierba.
Los demás proyectiles, lanzados por arqueros mucho más expertos que yo, no tardaron en herir e incluso matar a sus objetivos.

La respuesta no tardó en llegar y cientos de flechas abatieron a los nuestros. Me asusté ya que ardían con un fuego que no se apagaba fácilmente y quemó a muchos soldados. Protegido desde el interior de la torre, observé como mi padre ya lo tenía previsto y agua sobre las personas y las zonas afectadas.

El intercambio de proyectilez no duró demasiado. Yo seguía cargando, apuntando y tirando flechas como un loco.
Entonces una especie de techo de fuego se formó encima de los sangre dorada y los salvajes, impidiendo que nuestras flechas les alcanzaran ya que se carbonizaban.

Oí la voz de mi padre gritar:
- ¡A CUBIERTOOOOOO!

Una roca gigante cubierta de fuego, lanzada con una catapulta impactó en el muro, y aunque provocó que este se mellara. No hizo ningún daño y el fuego no se dispersó.

No tuvimos tiempo para volver a respirar, ya que otra roca ardiendo salió disparada y está vez sí que alcanzó las almenas, destrozándolas y expandiendo el fuego.

Era el caos, tenía la cabeza embotada y me di cuenta demasiado tarde que otro proyectil, el más grande hasta el momento impactó en la torre en la que estaba resguardado.

Lo último que oí fueron los gritos de terror y desesperación que me rodeaban antes de que todo se viniera abajo.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jul 28 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Hijos De DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora