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Un estresado Sunghoon entraba al departamento que compartía con su bebé luego de un duro día de trabajo. Cerró la puerta y lo primero que hizo fue suspirar relajado, pues ya sentía el exquisito aroma de su esposo, y eso era lo único que lo podía tranquilizar. Dejó su abrigo y su maletín en una mesita pequeña y caminó por el pasillo, escuchando un poco de música-proveniente de la cocina-y la voz del omega por encima, quien parecía estar hablando con alguien.
Park se asomó un poco y oyó la conversación.
—Sí, sí, Jakey, claro que lo sé. Es solo que... No me lo esperaba, e-es decir, siempre nos hemos cuidado bien.. —murmuraba bajito el rubio, pues han notaba la presencia de su pareja—. Dios mío, eso es lo que menos importa, no lo puedo creer, estoy tan feliz. Y sé que Sunghoon estará igual, siempre hemos querido esto.—rió emocionado.—Sí, tranquilo, la tengo escondida en un cajoncito de la sala, estoy seguro de que le diré hoy...
A todo esto, Sunghoon escuchaba confundido. Bueno, no entendía absolutamente nada.
—sí, está bien. Oye, te llamo luego, ¿sí? Honnie no tardará en llegar y estoy preparando la cena... Okis, adiós—colgó el menor.
Ahora sí, subió un poco más el volumen de la radio, moviendo sus caderas y cantando mientras cortaba en mitades los tomates cherrys —y, de paso, comía algunos—. Solo tenía puesta una camisa blanca del azabache, con su ropa interior.
El mayor entró en la cocina en sumo silencio, aún observando los tiernos movimientos de Sunoo. Este no podía darse cuenta de que su alfa estaba detrás, pues el aroma de la comida que estaba preparando era bastante potente.
Sunghoon sonrió y lo tomó de la cintura, apegando su pecho a la espalda ajena y haciendo que el rubio soltara un grito agudo porel susto.
—Oh, por Dios! ¡Casi me muero, Sunghoon hyung!—exclamó ofendido y soltó el cuchillo, volteando para mirarlo de frente con su ceño fruncido y su labio inferior abultado.
—Ya, no te enojes, bebé—entrelazó los dedos de ambas manos en la espalda baja de Kim—. Te extrañé demasiado, bebé—dejó sonoros piquitos en su puchero, haciendo que aquel gesto desaparezca y que se forme una sonrisita.
—Yo también, amor, y mucho—lo abrazó, restregando su sonrojada mejilla en el pecho ajeno—. ¿Cómo te fue hoy?
—Como siempre, cariño. Millones de papeles que completar, ya casi está todo listo para la nueva sede en Daegu—besó su cabeza, después olfateándola.
—Debes estar muy agotado—se separó y lo abrazó por el cuello—¿Por qué no vas a descansar un poco en la cama, y yo te llamo cuando la comida esté lista?—propuso, acomodando unos mechones de la frente del mayor.