1. La niña de la mirada triste

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Este día iba a ser especial para Matilda. ¿Por qué? Porque su vida iba a ser golpeada por unos ligeros cambios. Debíamos de ajustar esa vida tan aburrida...

Despertó a las 7.30 a.m., dejó sonar la alarma más de ocgo veces, sus ojos estaban pegados con lagañas y no podía abrirlos ni producir movimiento alguno. El frío era gélido ese lunes. Tenía que levantarse o su jefe se pondría mal.

Abrió las cortinas de golpe y no entró ni un solo rayo de sol, estaba nublado. Su cara se apagó más. «Va a ser un mal día», pensó al caminar hacia la ducha. Abrió la regadera y el agua salió como hielo. Pegó un grito y lanzó una maldición al aire «¡La perra madre!»; Jinx saltó de golpe, perturbado. Dejó pasar diez minutos y sólo entibió el agua. Le encantaban las duchas calientes pero no podía hacer nada más que meterse y quejarse. Se enjuagó su largo cabello y notó que un mechón se separó de la cabellera.

—¿Pero qué hostias? —maldijo enojada al tener en su mano sus cabellos rubios mojados—, ¡Estúpido shampoo barato! —volvió a enojarse con la botella que había comprado por falta de capital el mes pasado. Si tuviera más dinero compraría de esos shampoos caros que le recomiendan en su estética.

Salió de la regadera, se cambió a un atuendo formal con blazer negro, camiseta blanca holgada con Kate Moss posando en ella, jeans ajustados negros y sus tacones negros. Se hizo su coleta hacia arriba y se puso sus gafas cuadradas Prada para su terrible miopía.

—Joder, que estoy ciega.

Ese día por lo tarde, sólo le dio de comer a Jinx que le ronroneó y salió rápidamente con su bicicleta por su café e iba a comprar un croissant de chocolate y su espresso con crema en el cono waffle en la cafetería. La empleada le iba a agradecer por hacer una compra más. A pesar de que no estaba de buen humor, Matilda debía sonreír por la llegada de su expreso con crema.

Compró su desayuno, tomó el espresso y el croissant se lo llevó comiendo en el camino. Casi chocó por hacer esto. No era muy hábil haciendo dos cosas mientras pedaleaba. Sólo se resbaló un poco.

—¡Que te den por el culo! —se asustó un poco.

En el trabajo llegó y corrió hacia su escritorio, su jefe le hizo mala cara. Ya pasaba de la hora de llegada.

—¿Algo que se le ofrezca, señor Duko?

—Sólo que llegues más temprano, Mati. Hazme un americano.

Matilda quedó apenada y fue hacia la cafetera personal del jefe y sirvió el café, pero se le derramó la espuma por estar viendo los correos.Era muy mala haciendo dos cosas a la vez.

—No es un buen día, —reprochó.

Le mandó un mensaje a Bart pero este no le respondió, Matilda se incomodó y pensó que algo ya estaba mal con Bart. No lo veía desde hacía días y era muy seco en las conversaciones.

—Deja eso y manda los papeles a la aseguradora, —le dijo el señor Fernando Duko.

Matilda volvió a resoplar ya molesta.

Gabino, el de compras, que tenía un severo afecto por Matilda, le saludó y comenzó a parlotearle. Era un chico agradable, pelirrojo y de cabello chino. Pero no era guapo, como esos chicos que veía Matilda en las revistas de moda. Siempre quiso uno así; pensó que por su físico podía optar por uno un día, si fuera bueno con ella.

—¿Tal vez y si fuéramos al té juntos, ya sabes pa' platicar un rato...?

Matilda pensó en la desgracia de Bart por no contestar y accedió.

Pasaron las molestas horas laborales, Matilda y Gabino fueron a la tienda de tés que frecuentaban. Lamentablemente ya la habían cerrado. Matilda se llevó la mano a la boca de susto, no lo podía creer. El lugar estaba ya vacío y oscuro. No lo volverían a abrir.

TÉ a las 8Donde viven las historias. Descúbrelo ahora