5. Despedidas

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Ahora sus ojos azules le parecían más grandes que de costumbre mientras se peinaba frente al espejo. Su brillo celeste iluminaba su rostro más de lo habitual. Empezaba a creer que sí era una mujer atractiva.

¿Le gustarán los ojos azules a Him? ¿A pesar de que él los tenga más hermosos que yo?

Se colocó las gafas Prada y sus ojos se apagaron un poco, pero aun así se sentía una mujer hermosa e intelectual.

En su usual cafetería, comenzó a escribir y publicar más cosas de moda. Vio varios «Him» en su tablero y su estómago tembló por lo parecidos que eran. Una imagen le llamó la atención en su tablero; era una cafetería de estilo vintage, brillante en luces y colores. Pensó que si esa cafetería tuviera el mismo servicio que Casa Magno serviría como reemplazo cuando esta desapareciera.

Si fuera por mí, yo pondría esa cafetería, pero con más tés que cafés, —pensó. Comezó a escribir.

Los hombres deberían de vestirse como antes, tal vez y como en los años 20's cuando todos usaban traje y corbata. Zapatos elegantes y se peinaban. Se preocupaban por verse masculinos. Con o sin dinero se vestían formales. Para mí eso está guay.

Hoy en día, no puedes diferenciar a las mujeres de los hombres con sus prendas y esos chongos que llevan. Ropas coloridas. ¡Es algo repugnante! ¿Qué les ha pasado, caballeros?

Y no quiero empezar con los hombres en citas que se van en shorts, playeras sin magas y chancletas.

¿De verdad? ¿Es tu gran juego para llevarte a la chica? Para mí es un: LARGO DE AQUÍ, IDIOTA.

Llegó cinco minutos antes al trabajo vistiendo un jumpsuit negro de ZARA con su pelo rubio lacio partido en medio, buen maquillaje, su perfume de Armani y unos tacones de piel Bally Lyka en color hueso. Cuando llegó, una chica de cabello negro, con flequillo y ojos verdes, la saludó en la recepción.

—Buen día, bienvenida. ¿En qué te puedo ayudar?

Frunció el ceño; algunos de sus compañeros la miraron, hicieron una mueca y se encogieron de hombros. Gabino llegó también con esa mueca y esa sensación de consuelo.

—Hola, Mati, ¿cómo estás? —después saludó a la chica—. Genevieve, buenos días.

—Hola, licenciado Gabino, buen día, —respondió ella.

—¿Qué está pasando, licenciado Gabino? —le preguntó Matilda asustada y burlándose de como le hablaba la chica nueva.

—Ven, vamos por un café de la máquina.

—Ya tomé café, ¿qué diablos pasa, Gabino? —lo detuvo tajante.

Pero él la encaminó hacia la sala de espera, llegaron a los sofás azules de tela.

—Toma asiento, —le dijo Gabino seriamente.

—No, deja voy a avisarle al Sr. Duko que ya llegué.

—No, Mati... espera.

Matilda caminaba a paso rápido por la alfombra negra hacia la puerta detrás de la recepción del director. Gabino la tomó del brazo y la detuvo.

—¡Mati!

—¿Sí? —le dijo la chica de la recepción con una sonrisa—. ¿Tienes cita?

—No, yo trabajo aquí.

—¡Mati! —le volvió a hablar Gabino.

La chica se le quedó mirando confundida.

—Tú debes de ser Matilda, la anterior asistente, —habló al fin la chica del flequillo.

TÉ a las 8Donde viven las historias. Descúbrelo ahora