Capítulo 4

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A medida que avanzaban, el bullicio de la aldea se iba apagando, reemplazado por el suave murmullo del viento entre las ramas y el ocasional trino de algún pájaro tardío.

Wei Wuxian caminaba con paso lento pero decidido, como si cada paso le costara un esfuerzo monumental. Huaisang no podía evitar lanzarle miradas de preocupación, notando cómo su amigo parecía luchar contra el agotamiento que amenazaba con vencerlo. Aun así, Wei Wuxian mantenía una sonrisa en sus labios, deteniéndose de vez en cuando para señalar algún detalle del paisaje o comentar sobre los cambios que notaba desde su última visita.

—Mira, Huaisang, ¿ves esos árboles frutales? —dijo Wei Wuxian, señalando un pequeño huerto a su derecha—. La última vez que estuve aquí apenas eran retoños. Es increíble cómo han crecido.

Huaisang asintió distraídamente, más pendiente de cómo Wei Wuxian se apoyaba disimuladamente en cada árbol o roca que encontraba en su camino. Quería ofrecerle su hombro como apoyo, pero sabía que su orgulloso amigo rechazaría cualquier muestra de debilidad.

Finalmente llegaron a una modesta cabaña de madera, apartada del resto. Wei Wuxian se detuvo frente a la puerta, sus ojos recorriendo la fachada con una mezcla de nostalgia y alivio.

—Hogar, dulce hogar —murmuró con voz cansada pero cálida—. Bienvenido a mi humilde morada, Huaisang.

Con manos temblorosas, Wei Wuxian empujó la puerta. El interior estaba sumido en penumbras, pero un agradable aroma a sándalo y hierbas secas los recibió. Huaisang parpadeó, dejando que sus ojos se adaptaran a la oscuridad mientras Wei Wuxian se movía con familiaridad por el espacio, encendiendo algunas velas.

La luz tenue reveló una estancia sencilla pero acogedora. Una cama individual ocupaba un rincón, cubierta con mantas tejidas a mano. Había una pequeña mesa de trabajo repleta de pergaminos y frascos de tinta, y estantes en las paredes llenos de libros y objetos curiosos. Todo estaba impecablemente limpio, como si alguien hubiera estado cuidando el lugar en ausencia de su dueño.

Wei Wuxian se dejó caer pesadamente sobre un taburete, exhalando un suspiro de alivio. Sus ojos empezaban a cerrarse contra su voluntad, el cansancio acumulado de días de viaje y tensión finalmente cobrando su precio.

—Wei-xiong, deberías descansar —sugirió Huaisang con suavidad, acercándose a su amigo—. Permíteme ayudarte.

Sin esperar respuesta, Huaisang comenzó a desatar con dedos ágiles los broches de la túnica exterior de Wei Wuxian. Este último intentó protestar débilmente, pero sus movimientos eran torpes y lentos.

—Puedo... puedo hacerlo solo, Huaisang —murmuró Wei Wuxian, su voz espesa por el agotamiento—. No tienes que...

—Shh, deja de ser tan terco por una vez —lo reprendió Huaisang con cariño—. Estás prácticamente durmiéndote sentado. Déjame ayudarte, ¿sí?

Wei Wuxian pareció querer argumentar, pero finalmente se rindió con un suspiro resignado. Dejó caer los brazos a los costados, permitiendo que Huaisang continuara su tarea.

Con movimientos suaves pero eficientes, Huaisang fue retirando las capas de ropa. Sus dedos rozaban ocasionalmente la piel de Wei Wuxian, provocándole escalofríos. Huaisang trató de ignorar el calor que subía a sus mejillas, concentrándose en su tarea.

Fue entonces cuando la túnica interior se deslizó por los hombros de Wei Wuxian, revelando su espalda, que Huaisang sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Un jadeo ahogado escapó de sus labios antes de que pudiera contenerlo.

La piel que alguna vez había sido suave y perfecta estaba ahora cruzada por una red de cicatrices. Algunas eran viejas, líneas blanquecinas que hablaban de heridas de batalla. Pero otras... otras eran recientes, aún rojizas e inflamadas. Largas marcas que solo podían haber sido hechas por un látigo cruel.

Bajo la sombra de las flores, NieXianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora