CAPÍTULO 2

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          Me detuve lleno de terror al reconocer el nombre, pues desde pequeño había leído algunos libros paranormales y, de más joven, vi muchas películas de demonios

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          Me detuve lleno de terror al reconocer el nombre, pues desde pequeño había leído algunos libros paranormales y, de más joven, vi muchas películas de demonios. Sabía que Aamon era un demonio muy poderoso y con gran peso en el infierno, y por eso mismo no quería ir a verlo, ya que me imaginaba lo cruel que debía ser. Solo pensar en esto me hizo temblar y comencé a decirle a Alouqua que ya no podía seguir, pero ella, de alguna manera, me calmó y dijo que debía continuar. Así que eso hicimos. El pasaje por donde entramos parecía infinito, pero fue tranquilizador no ver más el panorama anterior y, por primera vez en mi vida, agradecí no poder ver nada.

          Poco después llegamos a una habitación gigantesca hecha de pedazos de piel humana que parecían estar cocidos con un hilo negro y grueso (aunque a decir verdad no estaba muy bien hecho), había sangre escurriendo en muchos lugares, restos de músculos y tejido adiposo. El olor era tan asqueroso que mi cabeza comenzó a doler. Un pedazo del techo se desprendió, mostrando un líquido viscoso entre blanco y amarillo. No pude soportarlo y vomité, vomité tanto que casi me ahogué. Mis piernas perdieron toda su fuerza y comencé a ver todo muy borroso; sin darme cuenta, ya estaba en el piso, sostenido solo por mis rodillas y manos. El aire a mi alrededor se volvió más pesado y se me dificultaba respirar. La voz de Alouqua se escuchaba cada vez más lejos y solo podía pensar en no perder la conciencia.

          Mientras esto pasaba, solo podía escuchar risas. Esto me llenó de ira, pues esas risas parecían divertirse con todo lo que me estaba ocurriendo. Me armé de valor y, al levantar la cabeza, el terror me invadió nuevamente al ver que en muchos lugares de la habitación había partes colgadas de cuerpos, pero no solo de humanos; también había pedazos de lo que yo creía eran animales gigantes. Se podían ver cabezas, brazos, tenazas, patas, piernas, ojos, tentáculos, manos, cuernos y otras cosas que no sabía qué podrían ser. Mientras giraba la vista para terminar de observar los abominables adornos de la habitación, me encontré con una colección gigantesca de armas que me dejó anonadado: había cimitarras, hachas, espadas, mazos, bolas de hierro con picos, dagas, látigos, martillos, lanzas, arcos con sus flechas y otras más que no reconocí. Aquella colección era realmente asombrosa; todas las armas eran extremadamente brillantes. Las empuñaduras estaban hechas de oro, plata y otros metales preciosos, y tenían joyas incrustadas, entre las que logré reconocer diamantes, rubíes, esmeraldas, zafiros y otras piedras que se veían muy caras. Estaba tan impresionado que no podía apartar la vista. Mientras observaba las armas, noté que las partes de los cuerpos no eran simples adornos, sino trofeos macabros.

          Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando Alouqua dijo: "Aquí está el humano. Este no murió en el camino." Al voltear para ver a quién se dirigía con esas palabras, me encontré con un gigantesco lobo negro que debía medir al menos tres metros de altura y quizás cinco de largo. De su boca a medio cerrar salía fuego en todo momento, el cual inhalaba por su gigantesca nariz, dando la impresión de que lo respiraba. Sus ojos eran tan rojos como dos bolas de lava y, al verlos, me provocaron un miedo intenso y unas ganas inmensas de quitarme la vida. Corrí hacia las armas y, para hacerlo, tomé la primera espada que encontré. Sin embargo, antes de lograr mi cometido, escuché una voz que decía: "Si lo haces, pasarás toda una eternidad con nosotros," lo cual me hizo tirar el arma.

Una mirada al abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora