No sabía cuánto rato llevaba allí encerrada y a oscuras porque no había sido capaz de encontrar el dichoso interruptor, quizá una hora, tal vez más.
Un pitido, una luz verde y la puerta se abrió de repente. Me levanté del suelo rápidamente y tuve que parpadear un par de veces cuando la sala se iluminó. Quise aprovechar que la puerta estaba abierta para salir, pero alguien se cruzó en mi camino y lo impidió. Levanté la vista y la observé. Era la chica de las gafas de sol. Me tensé de inmediato al reconocerla.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, mientras se adentraba en la sala. Su tono no fue elevado ni agresivo, al igual que su rostro, que se mantenía inexpresivo, pero sonó amenazante, y mucho.
Me hice pequeñita en mi lugar.
—Yo, eh... Es-estaba buscando la salida... —titubeé.
—¿Por qué motivo? —cuestionó, mientras seguía andando a paso lento y firme.
—Quería marcharme —murmuré, con la boca pequeña y encogíendome en mi lugar.
—No puedes marcharte, ahora formas parte del grupo. Marcharte supondría abandonarlo, y, siendo tú, te matarían.
—Aquí también queréis matarme —me atreví a decir.
—Nadie de este grupo va a matarte, chica sin nombre —me aseguró.
La chica se encaminó a una de las paredes de la sala, la cual estaba llena de diferentes armas de fuego colgadas. De hecho, la sala entera estaba repleta de diferentes armas, tanto de fuego como armas blancas. Sentí un escalofrío recorrerme la espina dorsal por el hecho de estar allí con esa mujer.
—Percibo cierto miedo en tu persona —dijo, mientras agarraba una pistola y la ojeaba. Se me aceleró el pulso cuando se giró hacia mí con ella—. No tienes por qué tenerlo. No vamos a hacerte daño. Con nosotros estarás a salvo.
—No me genera mucha confianza que lo digas con un arma en la mano, la verdad —mascullé.
Vi una sombra de sonrisa en la inexpresividad de su cara. Entonces, me tendió la pistola.
—Es para ti. A partir de ahora deberás tenerla siempre a mano.
Me quedé mirando la pistola unos segundos, pensando en si agarrarla o no. Finalmente, y con la mano temblorosa, lo hice.
—Pero... yo no sé utilizarla.
—Por eso me encargaré de enseñarte —contestó—. Mi nombre es Dahlia, por cierto —se presentó, y después desapareció de aquella sala llena de armas como si nada.
Vale, ¿y ahora qué hacía yo con ese arma? ¿Me la guardaba así, sin más? Eso tenía el seguro puesto, ¿no? Solo faltaría matarme yo misma por accidente...
Revisé la pistola con curiosidad. Es cierto que no recordaba nada, pero estoy casi segura al cien por cien de que nunca antes había tenido algo así en mis manos. La guardé en uno de los bolsillos de los pantalones —aunque no me pareció para nada una idea segura— y me marché de aquella sala antes de volverme a quedar encerrada.
Caminé por los mismos pasillos por los que había salido corriendo antes y, con mucha suerte, conseguí llegar a la habitación que me habían asignado. Alec y Lavinia ya no estaban allí, así que entré, cerré la puerta, dejé el arma en el escritorio y me tumbé en la cama, mirando al techo.
Cerré los ojos. Una parte de mí creía que, si conseguía dormirme, al despertar volvería todo a la normalidad y dejaría atrás este lugar de locos en el que parecía que todos tenían algo contra mí. Que recordaría mi nombre; que reconocería mi reflejo en el espejo. Una parte de mí creía que todo esto era una pesadilla, y que en realidad ninguna chica rubia me había apuntado con una pistola; ningún chico de semblante serio había evitado mi muerte; ninguna parejita tenebrosa deseaba que estuviera mintiendo para poder descuartizarme; ninguna chica había abandonado a su grupo por mi culpa; y ninguna mujer misteriosa me había entregado un arma. Una parte de mí creía que los androides no existían, y que yo no era lo suficientemente importante como para conocer el Oblivion, fuera lo que fuese eso.
ESTÁS LEYENDO
OBLIVION
Science Fiction¿Y si existiera un lugar donde todas las mentiras se desvanecen? Oblivion, lo llaman, y encontrarlo es lo que más desea un pequeño grupo de rebeldes que reside en la irónica Unión. Movidos por el sentimiento de odio y traición provocado por sus prop...