CAPÍTULO 3: Instrucción

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Tres días metida en aquel lugar me sirvieron para enterarme un poco de qué iba la cosa. Para empezar, conocí un poco mejor a los integrantes del grupo. Jaxsen, al cual me he pasado llamando así y disfrutando de sus muecas cada vez que lo hacía, era el cabecilla, el líder, el que estaba al mando de todo. Leia y Chen, la parejita tenebrosa que no son pareja por mucho que lo parezcan, tienen una actitud sarcástica que me genera cierta incomodidad, y por eso he decidido mantener poco contacto con ellos. Los que sí son pareja son Alec y Lavinia, los cuales son los más simpáticos y con los que he estado interactuando más porque se acercaban a mí siempre que podían —digamos que eso ha ayudado a olvidar que Lavinia me hubiera apuntado con un arma al conocerme—. Después está Malena, que es algo parecido a un ratón de biblioteca y se pasa el día encerrada en la sala de ordenadores, así que solo la veo puntualmente. Y, por último, Dahlia. Ella sigue dándome una vibra un poco extraña, pero se ha mostrado cortés conmigo, y no parece tener nada en contra de mí.

También me contextualizaron un poco sobre el proyecto que tenían entre manos, y aquel objetivo al que querían llegar. Resulta que andan detrás de algo. No es exactamente un lugar físico, sino más bien la idea de uno. No lo sé, con la escasa información que me proporcionaron, y lo complicada que fue de digerir, no me ha quedado del todo claro. Solo sé que, según ellos creen, si encuentran eso a lo que llaman Oblivion, conocerán los secretos que oculta este mundo.

Aunque continúo sin entender qué pinto yo en todo eso. Y, por mucho que Jaxsen me haya repetido decenas de veces que es por el hecho de no tener recuerdos, sigo sin creer que yo haya podido estar allí. Pero bueno, prefiero que sigan creyendo que soy útil en lugar de que crean que soy una amenaza y, en consecuencia, me maten.

—¿Nix? —me llamó Jaxsen. Alcé la cabeza de la almohada para mirarlo—. Dahlia te reclama en la sala de armas —me informó, y se marchó nada más dar el mensaje.

Me levanté de la cama. Vale, sala de armas. ¿Debería coger la pistola que me dio Dahlia? Aquí todos van armados, así que supongo que sí.

Me acerqué al armario y agarré la pistola que estaba en uno de los estantes. Me miré a mí misma en busca de un lugar donde guardarla. Mierda, debería tener un cinturón de esos para guardar la pistola... En busca de una alternativa, observé los bolsillos de mis pantalones. Puse una mueca. No, seguía sin parecerme una buena idea, y no quería arriesgarme dos veces.

Al final, decidí llevarla en la mano, con el seguro puesto para evitar disparar sin querer —porque no, no me fiaba de mi destreza con un arma en mis manos— y acabara esto en un trágico accidente.

Nada más poner un pie fuera de mi cuarto, una vocecita burlona se dirigió a mí.

—¿Adónde vas con esa pistolita, preciosa? No irás a pegarle un tiro al primero que se te cruce y a escapar, ¿verdad? —comentó Chen, que apareció de entre las sombras, con una de sus sonrisas tenebrosas en la cara.

Tragué saliva. Oh, no, como este malinterpretara mis actos, ni siquiera se lo pensaría para acabar conmigo. Lo miré con los ojos bien abiertos.

—N-no —titubeé—. Dahlia me ha citado en...

Soltó una carcajada antes de que yo pudiera terminar mi frase.

—Estoy bromeando. Aquí todos vamos armados en todo momento —comentó, y de repente sacó un cuchillo y me lo acercó a la altura de los ojos—. ¿Ves? Hay que estar preparados, ¿a que sí?

Me eché un poco hacia atrás, con miedo de tener eso tan cerca de la cara.

—Eh... s-sí —le respondí, balbuceando.

—Es un cuchillo precioso, ¿verdad? Buena calidad, cortes profundos y perfectos, ligero y bonito. Es un cuchillo magnífico —dijo, enseñándome el arma del derecho y del revés para que lo apreciara bien. Y, claro, tenía que hacerlo a centímetros de mi piel, porque, si no, no tenía gracia.

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