CAPÍTULO 12: La carta de los mutilados

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Apagué el grifo, cogí una toalla blanca de algodón y me enrollé el cuerpo con ella. Tras el entrenamiento de tiro con Dahlia, necesitaba una ducha urgente para despejarme y dejar que la tensión de mi cuerpo se marchase por las cañerías. Me acerqué al lavamanos y, con el antebrazo, limpié el cristal del espejo del vaho que se había originado por el agua caliente. Sí, agua caliente. Eso era, sin duda alguna, lo que más me gustaba del búnker beta: el no tener que ducharme con un agua que te hiela hasta los pensamientos.

Observé mi reflejo. De las puntas de mi cabello corto caían gotitas de agua hasta encontrarse con mis hombros, a partir de allí, iniciaban una carrera, deslizándose por mi cuerpo hasta quedar atrapadas en la toalla. La persona a la que veía reflejada no se parecía apenas a la que había visto la primera vez. Había conseguido coger peso, así que las clavículas, por mucho que siguieran marcándoseme dándome un toque elegante, no lo hacían de una manera tan exagerada. Los pómulos también habían dejado de ser tan notorios, y mi piel, por mucho que siguiera estando pálida y tersa como el vidrio, ya no tenía marcadas las ojeras oscuras debajo de los ojos, o los pequeños rasguños que me había hecho Dios sabe cómo al llegar aquí. Por último, contemplé mis labios, que seguían siendo igual de finos y rosados, pero más hidratados de lo que habían estado con anterioridad.

Sonreí. Ya no me veía con ese aspecto enfermizo y lamentable, sino que mi cuerpo había conseguido coger un poco de vida. Estaba orgullosa de ello, aunque fuera una tontería que nadie tendría en cuenta.

Salí del baño con la toalla rodeando mi cuerpo para cambiarme en mi dormitorio. Caminé pasillo abajo y llegué a mi habitación. Y cuánta fue mi sorpresa al comprobar que había un intruso husmeando en mis cosas.

—¿Se puede saber qué haces en mi cuarto, Chen? —pregunté, con un tono un pelín maleducado, llamando así su total atención.

El chico se giró sobre sus talones y caminó vacilante hasta acercarse lo suficiente a mí. Crucé los brazos sobre mi pecho y lo miré con mala uva, esperando su respuesta.

—Hola a ti también, preciosa —saludó, ignorando categóricamente mi pregunta.

—No me vengas con esas, la última vez que me dirigiste la palabra fue para decir que querías matarme por no dejarte cazar a un cervatillo —le recordé, y es que desde aquello, no me había vuelto a hablar, solo se había dedicado a lanzarme miradas rencorosas durante más de una semana.

Chen sacudió su mano de arriba abajo, como si fuera un abanico, para quitarle hierro al asunto.

—Déjalo estar, el pasado en el pasado se queda, es que me puse nervioso.

—¿Nervioso? —inquirí, con una ceja alzada—. ¿Te recuerdo que apuñalaste a Alec y estuviste a nada de hacer lo mismo conmigo?

Chasqueó la lengua.

—Es que a veces me cuesta gestionar los nervios y me dan ganas de añadir víctimas a mi lista. Pero estate tranquila, sin rencores, no he venido aquí para saldar cuentas.

—¿Y para qué has venido exactamente?

—Oh, para nada en concreto... Me apetecía cotillear, ni siquiera quería hablar contigo, pero ya que estás aquí, ¿qué tal te va la vida? —Sonrió inocentemente, una inocencia que no poseía ni de lejos.

Yo seguí fulminándolo con la mirada.

—Voy a vestirme. Fuera —le ordené, tajante.

Me dio una repasada que un poco más y hasta me atraviesa con los ojos.

—Creo que tengo mucha puntería para pillarte en toalla, preciosa —comentó, junto a una risita—. Supongo que soy un chico afortunado.

Puse una mueca asqueada.

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