CAPÍTULO 5: Cadáveres

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Estaba terminando de montar de nuevo mi pistola, siguiendo las instrucciones de Dahlia, cuando oí que decían mi nombre al otro lado de la puerta y, segundos después, un par de golpecitos a esta con los nudillos.

Dejé el arma a medio hacer sobre el escritorio y fui a abrir a quien fuera que estuviera llamándome. Los ojos grises y el pelo azabache de Jax me esperaban al otro lado.

—Hola —lo saludé, con una sombra de sonrisa.

Él, en lugar de devolverme el saludo de la misma forma, se dedicó a mirar por encima de mí e intentar descifrar qué estaba haciendo.

—¿Estás liada con algo? —curioseó.

Instintivamente, eché un vistazo a la pistola que estaba en la mesa, y después volví a centrarme en el chico.

—Dahlia me ha mandado a limpiar mi arma, y ahora la estaba terminando de montar de nuevo —le expliqué.

Él asintió, mirando aún por encima de mí.

—Bien, termina y ven conmigo —respondió.

Acaté sus órdenes y terminé de montar el arma mientras él esperaba apoyado en el marco de la puerta, observándome con detenimiento. Al acabar, guardé la pistola y volví con Jaxsen.

—¿Adónde quieres ir? —inquirí, mientras andábamos por los pasillos del búnker.

—Quiero enseñarte algo —contestó, únicamente, dejándome en ascuas.

Caminamos en silencio hasta llegar a una de las puertas que daban acceso al exterior. Fruncí el ceño cuando Jaxsen la abrió y una corriente de aire nos saludó con su presencia.

—¿Vas a dejarme salir? —pregunté, atónita.

Me miró, y casi pude apreciar una sonrisa por su parte.

—Estaré contigo, y nos mantendremos en la zona segura —me dijo, dándome a entender que sí, que iba a dejar que saliese. Me agarró de la mano y tiró de mí hacia fuera del búnker—. Aun así, no te separes de mí, por si acaso.

El aire fresco de afuera me acarició la piel. El sol había caído ya, así que caminábamos en la oscura noche. Miré al cielo, y estaba repleto de puntitos brillantes, los cuales dibujaban un montón de formas sobre un lienzo prácticamente negro. Jamás había visto las estrellas, y resultaban ser verdaderamente preciosas, al igual que el mar.

Subimos una cuesta rocosa hasta llegar a una especie de terreno plano y completamente despejado. Estábamos en un punto alto. Casi parecía que, si nos poníamos de puntillas y estirábamos el brazo hacia arriba, podríamos tocar esa sopa de puntitos brillantes.

Solté a Jaxsen y me acerqué al borde, donde la tierra terminaba y una gran caída comenzaba. Me asomé con cuidado y miré lo que tenía delante.

—Cuántas luces —comenté, contemplando la vista que se me presentaba. No pude evitar sonreír.

Jax se acercó a mí, quedando a mi lado.

—Nix, tienes a Unión ante tus ojos —me dijo, señalando con la palma de la mano toda la panorámica—. Este es el único punto de Oriana, nuestra zona, donde se puede ver una parte considerable sin que las montañas de la frontera con Eunoia nos tapen la visión.

—Así, de noche e iluminada, parece preciosa —comenté, sin poderme creer que aquel mismo lugar que estaba divisando fuera el peligroso lugar al que no me dejaban ir.

Vi cómo él ponía una mueca de melancolía.

—Podría ser maravillosa. De hecho, hubo un tiempo en que fue un lugar esperanzador, una luz entre la oscuridad más tenebrosa que había dominado el mundo.

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