Dios. El asunto era más gordo de lo que se imaginaban. Muchísimo más.
Raúl estaba muerto. Lo habían matado. Había sufrido. Había estado agonizando muchos minutos antes de morir.
Las chicas no sabían que hacer. ¿Qué estaba pasando? Por un lado, querían llorar por su situación y por lo que les espera, pero, por otro lado, querían reírse por lo surrealista que estaba siendo todo. ¿Cómo es que había tantas pruebas en su contra?
En ese momento tenían dos opciones: Dejarse llevar por la pena y un futuro entre rejas, porque las pruebas eran lo que eran y por mucho que se esfuercen en probar su inocencia, esas pruebas gritaban lo contrario, o resolver el caso, porque ellas sabían que eran inocentes.
¿Cuál era mejor? Si a este paso irán de todas formas a la cárcel, ¿por qué tener que probar su inocencia?
Bueno, por el instinto de supervivencia, ¿no? Nadie quiere ir a la cárcel, y menos sabiendo que es libre de toda acusación que se le lanza.
¿Entonces? ¿Qué hacer?
Las chicas se tumbaron una al lado de la otra en la celda.
Héctor se había ido ya hace rato, después de traerles la cena y desearles unas buenas noches.
Pero no tenían apetito, así que ni se acercaron a las bandejas. Tampoco tenían sueño, así que no durmieron. Ni tampoco ganas de hablar ni nada, así que tardaron mucho tiempo en dirigirse la palabra la una a la otra.
La cosa era seria.
Pensar en lo onírico que sonaba todo, lo realista que era y lo que pasará dentro de nada las devoró por dentro esa noche.
Estuvieron dispuestas a ayudarse a sí mismas. Pensaron que tras leer lo que Héctor les proporcionó encontrarían una gran contradicción en los archivos y probarían que ellas no fueron. Pero no lo habían conseguido. Y ahora estaban peor que antes de leer todos esos papeles.
A todas las del grupo les había marcado la muerte de Raúl, pero a la que más le había afectado, sin duda, había sido a Suárez. Y no porque lo conozca ni nada de eso. Sino porque lo que le afectó era la muerte en sí. Sentirla tan cerca y tan tangible le había revuelto el estómago.
Cuando se despertaron las chicas al día siguiente (en algún momento de la noche se tuvieron que dormir, la verdad), Suárez no estaba con ellas.
¿Cómo había conseguido salir, si la puerta estaba cerrada?
No tuvieron tiempo ni de terminar de despertarse y procesar la información cuando el Inspector entró con una Suárez de andares lentos e imprecisos.
Ah, allí estaba.
Iban a dejar el pequeño pánico que les había entrado al no descubrirla junto a ellas, pero aumentó nada más fijarse con más detenimiento en su amiga.
Tenía las ojeras más demacradas que habían visto nunca. Vale, que sí. Que siempre tiene ojeras, pero es que les ardían los ojos de solo verla. La mirada perdida y roja. El pelo estaba más desordenado y caótico de lo normal. Estaba mucho más pálida y demacrada.
¿Qué le había pasado? Dios mío. Ni siquiera parecía ella misma.
Cuando la pareja se acercó más a la celda donde estaban las chicas, un tufo a vómito les impregnó las fosas nasales.
Y entonces se acordaron de las clases de filosofía que tuvieron en bachillerato, los trabajos sobre la muerte que tenían que hacer y del pánico que le tenía Suárez a la muerte.
Manuel abrió la puerta de la celda con unas llaves que guardaba en el bolsillo y Suárez entró.
—¿No sería mejor que se diera un paseo, para aliviarse o algo? Seguro que así se siente mejor —preguntó Sofía, mientras le acariciaba el hombro a su amiga de forma cariñosa.
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No fuimos nosotras
Teen FictionUn grupo de amigas tiene una entrevista de modelaje en Madrid. De camino a la capital, se les avería el coche y acaban pasando la noche en el motel de un pueblo. Al día siguiente y con el coche ya arreglado, deciden marcharse, pero la policía las de...