Las semanas en Hogwarts transcurrían como un borrón, un ciclo interminable de clases, tareas, y ocasionales travesuras. Ya se había instalado la rutina de madrugar, asistir a las clases, y sortear las responsabilidades que venían con el inicio del curso. Sin embargo, para los Merodeadores, la monotonía era un concepto ajeno. A ellos les sobraban las oportunidades de diversión. Cada día presentaba una nueva aventura, un nuevo desafío... o una nueva travesura.
Ese día no fue la excepción. A primera hora de la mañana, ya habían desatado el caos en el Gran Comedor. El grupo de Slytherins, encabezado por Severus Snape, quedó en ridículo al ser despojado mágicamente de sus ropas frente a todo el colegio, apareciendo en ropa interior entre risas y gritos de sorpresa. La broma, idea de Sirius y James, había sido recibida con carcajadas y algunos aplausos por parte de los Gryffindors y, por supuesto, una intensa mirada de desaprobación por parte de McGonagall, que no tardó en perseguir a los responsables.
—¡Corre, corre! —susurraba James con una sonrisa traviesa mientras se escondía bajo la capa de invisibilidad junto a Sirius, tropezando entre sí mientras intentaban mantenerse fuera del radar de los profesores.
Para ellos, aquello era casi un juego. Sirius se turnaba con James para cubrirse con la capa, riendo entre jadeos mientras esquivaban corredores y esquinas. En un abrir y cerrar de ojos, habían dejado atrás a McGonagall, pero el verdadero reto siempre estaba en encontrar un buen escondite. Afortunadamente, la experiencia les había enseñado a moverse como sombras por los pasillos de Hogwarts.
Mientras tanto, Dahlia, que también había participado en la broma, intentaba despistar a McGonagall por su cuenta. Al salir corriendo de su escondite, no se dio cuenta de que alguien venía por el pasillo, y chocó de lleno contra él, haciendo que ambos cayeran al suelo y sus pertenencias se dispersaran.
—¡Lo siento! —se disculpó rápidamente mientras comenzaba a recoger las cosas que se habían esparcido por el suelo—. No me fijé... estoy escondiéndome de McGonagall, y salí rápido.
Cuando levantó la vista, se encontró con un chico de Gryffindor, de piel morena y ojos marrones. Él la miraba con una sonrisa despreocupada mientras se sacudía el polvo de la túnica.
—No te preocupes —respondió él con una voz cálida—. Soy Jess Avery, señorita —añadió con una media sonrisa mientras le tendía la mano.
Dahlia no pudo evitar devolverle la sonrisa mientras estrechaba su mano.
—Un placer, Jess. Yo soy Dahlia Evans.
Así, casi sin proponérselo, los dos jóvenes comenzaron a conversar. Lo que empezó como un intercambio de disculpas se convirtió en una conversación amena sobre sus intereses, amigos y, por supuesto, la reciente travesura en el Gran Comedor. Jess resultó ser un sangre pura de una de las familias más antiguas, pero no compartía los prejuicios típicos de su estirpe. A pesar de no destacarse en las clases, le encantaba leer, un hecho que conectó inmediatamente con Dahlia.
—Es increíble lo que tú y tus amigos hicieron con los Slytherins esta mañana —comentó Jess con una mezcla de admiración y diversión—. Son geniales.
Dahlia se encogió de hombros, restándole importancia.
—No es para tanto. Los hechizos son sencillos, en realidad. Si quieres, te puedo enseñar algunos.
—¡Sería genial! —respondió Jess emocionado—. Se los lanzaría a André Nott y a Severus Snape. Esos cabezotas son insoportables.
La mención de Severus hizo que Dahlia frunciera el ceño por un instante. Aunque sabía que muchos Gryffindors tenían roces con los Slytherins, le sorprendía que Jess, siendo sangre pura, hablara tan despectivamente de sus propios compañeros de casa. Intentó no darle demasiadas vueltas, confiando en la sinceridad que había mostrado hasta ahora. Después de todo, Jess parecía distinto a los demás de su linaje. De alguna manera, le recordaba a Sirius en sus mejores momentos, cuando hablaba en contra de los prejuicios de sangre.
Intento no pensar en eso y confiar en el, ya que con el simple hecho de que pudiera congeniar una conversación con ella sin insultarla le llamo la atención.
—Es extraño que te expreses así de ellos, ¿no? —comentó Dahlia, intentando no sonar demasiado inquisitiva—. Pensé que las familias de ustedes se llevaban bien.
Jess se encogió de hombros.
—Mi familia, sí. Pero yo... no comparto su visión. Como te dije, esas ideas de pureza de sangre son estúpidas.
La sinceridad en sus palabras tranquilizó a Dahlia. Le encantaba que a pesar de ser sangre pura y que su familia sea bastante clasista el esté en contra de todo eso como lo está su amigo Black.
No decía que no estuviera acostumbrada a recibir burlas por parte de los Slytherin pero seguía siendo incómodo y muy ofensivo hacia su persona y amistades.
Al poco tiempo, Sirius apareció y, tras una breve despedida con Jess, los dos amigos se dirigieron hacia la sala común de Gryffindor. Pero algo en el rostro de Sirius estaba mal.
—¿Estás bien, Sirius? —preguntó Dahlia mientras se estiraba en el sillón, notando la expresión tensa en su amigo—. Tienes cara de querer vomitar.
—No pasa nada —respondió Sirius con ironía, rodando los ojos.
—Vamos, en serio, ¿qué te pasa? ¿Hablaste con Regulus?
El ceño fruncido de Sirius se profundizó cuando la miró, evidentemente enfadado.
—¿Jess Avery? ¿Es en serio, Dahlia? —espetó de repente, su voz cargada de irritación—. Ese tipo es de lo peor de su clase, y tú estabas coqueteando con él.
Dahlia se levantó, claramente molesta.
—No estábamos coqueteando, Sirius. Solo estábamos hablando. ¿Por qué siempre piensas lo peor de la gente?
—Porque lo conozco —replicó Sirius—. No puedes ser tan ingenua. Ese tipo no quiere ser tu amigo, sólo está jugando contigo.
—¿Y por qué sería eso? —le cortó Dahlia, abrazándose a sí misma en señal de frustración—. ¿Porque soy una sangre sucia? —susurró, claramente dolida—. Pensé que tú, de todas las personas, no me llamarías así.
Sirius abrió la boca para replicar, pero la cerró rápidamente. Sabía que había tocado un nervio sensible, y se esforzó por calmarse.
—No es por eso, Lía. No me malinterpretes. Solo... solo quiero protegerte. Gente como él... no puedes confiar en ellos. Creen que somos inferiores.
—Y tú suenas igual que ellos ahora —espetó Dahlia—. Juzgándolo sin darle la oportunidad de demostrar quién es en realidad. Estás haciendo lo mismo que los Slytherins hacen con nosotros. No seas hipócrita.
Sirius apretó los puños, frustrado. Sabía que no iba a ganar esa discusión, al menos no en ese momento.
—Solo... no digas que no te lo advertí cuando te demuestre quién es en realidad —dijo finalmente, antes de girarse y salir de la sala común, claramente molesto.
Dahlia suspiró, agotada por la discusión. Se dejó caer nuevamente en el sillón, sintiendo el peso de las palabras de Sirius. Sabía que su amigo solo intentaba protegerla, pero tampoco podía ignorar que juzgar a alguien sin conocerlo no estaba bien. Ella quería creer que la gente podía cambiar, que podía ser mejor si se les daba la oportunidad.
Decidió que hablaría con Sirius más tarde. Ambos eran orgullosos, pero ella estaba dispuesta a dejar su orgullo de lado por el bien de su amistad. Mientras tanto, intentó no pensar demasiado en ello y se dirigió a su próxima clase: Historia de la Magia. Perfecto para una pequeña siesta... o eso pensaba.
Mientras el profesor Binns comenzaba su monótona lección, Dahlia se rindió al cansancio acumulado y se quedó dormida casi de inmediato, sus pensamientos aún rondando entre su discusión con Sirius, sus dudas sobre Jess, y la inquietante sensación de que algo más grande estaba por suceder en sus vidas.
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𝘉𝘭𝘢𝘤𝘬 𝘚𝘱𝘢𝘤𝘦
Fanfiction𝘿𝙖𝙝𝙡𝙞𝙖 𝙀𝙫𝙖𝙣𝙨, 𝙇𝙖 𝙝𝙚𝙧𝙢𝙖𝙣𝙖 𝙥𝙚𝙦𝙪𝙚ñ𝙖 𝙙𝙚 𝙇𝙞𝙡𝙮 𝙚𝙣𝙩𝙧𝙖 𝙖𝙡 𝙘𝙤𝙡𝙚𝙜𝙞𝙤 𝙃𝙤𝙜𝙬𝙖𝙧𝙩𝙨 𝙙𝙚 𝙢𝙖𝙜𝙞𝙖 𝙮 𝙝𝙚𝙘𝙝𝙞𝙘𝙚𝙧í𝙖 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙡𝙪𝙚𝙜𝙤 𝙘𝙤𝙣𝙫𝙚𝙧𝙩𝙞𝙧𝙨𝙚 𝙚𝙣 𝙢𝙚𝙟𝙤𝙧 𝙖𝙢𝙞𝙜𝙖 𝙙𝙚 𝙡𝙤𝙨 𝙚𝙣 𝙚...