𝟎𝟓

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LAS HERMANAS EVANS VOLVIERON al colegio Hogwarts después de la trágica muerte de su madre, un golpe que las había dejado sumidas en un profundo dolor. El regreso a la escuela no era fácil, pero Albus Dumbledore había hecho los arreglos necesarios para que pudieran reincorporarse, entendiendo que, a pesar del luto, la vida debía continuar.

Hogwarts, con sus pasillos llenos de magia y aventuras, parecía un lugar extraño y lejano para ellas en ese momento. Cada rincón del castillo, que una vez había sido un refugio, ahora parecía recordarles la ausencia de su madre. Las clases, que antes eran emocionantes, ahora se sentían como una carga pesada. Mientras caminaban por los pasillos, sabían que debían retomar el ritmo de sus vidas, aunque el dolor seguía latiendo en sus corazones.

Lily, siempre tan brillante y dedicada, intentaba centrarse en sus estudios de Encantamientos y Pociones, pero su mente a menudo se desviaba hacia recuerdos familiares. Dahlia, más reservada, se sentía abrumada por el silencio de las aulas y las miradas de sus compañeros, quienes, aunque intentaban ser amables, no podían comprender completamente lo que significaba perder a alguien tan importante.

Dumbledore, como siempre, estaba atento a su bienestar, vigilando de cerca y ofreciéndoles apoyo en la medida en que lo permitían. Sabía que el duelo era un proceso que no podía apresurarse. Las hermanas Evans debían encontrar su propio camino para sobrellevar su tristeza mientras volvían a la rutina mágica del colegio, donde todo seguía su curso, incluso cuando el mundo de ellas había cambiado para siempre.

Dahlia, aunque era reservada, siempre había encontrado en sus amigos un refugio de risas y compañía. Después de un largo día de clases, donde la tristeza la seguía como una sombra, decidió reunirse con James, Sirius, Remus y Peter. Sabía que ellos harían lo posible por distraerla, aunque fuera por un rato.

Se encontraron en una sala vacía del castillo, una que los Merodeadores conocían bien gracias al Mapa del Merodeador. Sirius fue el primero en notar la tensión en el rostro de Dahlia. Con su habitual desenfado, se dejó caer en un sofá viejo y dijo con una sonrisa traviesa:

—Bien, Dahlia. Hoy no hay lugar para caras largas. Tenemos toda la tarde para arreglar el mundo... o al menos para meternos en problemas. ¿Qué prefieres?

James, sentado a su lado, le dio una palmada en la espalda.

—Hemos estado pensando en algo. Ya sabes, para distraerte un poco.

Dahlia forzó una sonrisa, agradeciendo en silencio la amabilidad de sus amigos. A pesar de su dolor, sabía que ellos estaban ahí para ayudarla a encontrar algo de paz, aunque fuera en medio del caos que solían crear juntos.

—Agradezco lo que están haciendo —dijo, su voz algo apagada, pero sincera—. No sé si puedo ser de mucha compañía hoy, pero lo intentaré.

Remus, siempre más sensible y atento a las emociones de los demás, se acercó y le ofreció una taza de té que había preparado con magia.

—No tienes que hacer nada, Dahlia —dijo suavemente—. Solo estar aquí con nosotros es suficiente. Y si necesitas hablar, o si solo quieres quedarte en silencio, está bien.

Peter, que hasta ahora había permanecido en silencio, asintió vigorosamente. Aunque no era el más elocuente del grupo, su lealtad era inquebrantable.

Sirius, siempre buscando una oportunidad para levantar los ánimos, se levantó de golpe y comenzó a contar una de sus anécdotas más ridículas, una sobre un accidente que involucraba una escoba voladora, una poción mal preparada y una rana gigante que había aparecido en medio del Gran Comedor.

—¿Y qué pasó después? —preguntó Dahlia, visiblemente más interesada, aunque intentando no reírse.

—Oh, bueno —respondió Sirius con una sonrisa pícara—, digamos que Flitwick no pudo mirar una rana durante semanas.

𝘉𝘭𝘢𝘤𝘬 𝘚𝘱𝘢𝘤𝘦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora