𝟎𝟒

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EL VIENTO ACARICIABA  suavemente el jardín de la casa Evans, haciendo que las flores se mecieran con una calma irónica en contraste con el tumulto que sentían las tres hermanas en su interior. Dahlia Evans, de apenas quince años, se encontraba de pie frente al pequeño estanque en el jardín trasero, donde solía pasar horas con su madre. Ahora, todo lo que quedaba era el eco de esos momentos y un vacío inmenso en su pecho. Lily, su hermana mayor, la observaba desde cerca, mientras que Petunia, la mayor de las tres, permanecía un poco más alejada, como si no supiera bien cómo encajar en ese dolor compartido. Sus corazones estaban rotos, y cada una lidiaba con su pérdida de manera distinta.

Dahlia apretaba con fuerza entre sus manos un viejo pañuelo de su madre, impregnado aún con el delicado aroma a lavanda que siempre le había dado consuelo. Ahora, ese olor no era suficiente para calmar la tormenta interna. Su madre había sido todo para ella. Su refugio. Su cómplice en los días de tormenta y su luz en los momentos más oscuros. Ahora, el cielo parecía haberse cerrado sobre su cabeza.

—No entiendo cómo se supone que deberíamos seguir —dijo finalmente Dahlia, sin girarse hacia Lily. Su voz era baja, casi un susurro, pero su dolor era claro.

Lily, con los ojos llenos de lágrimas que luchaba por contener, se acercó lentamente a su hermana. Aunque era mayor, no se sentía más fuerte. La pérdida de su madre había dejado una grieta irreparable en su corazón, una que parecía crecer cada día más. Sabía lo que significaba perderla, lo sabía mejor que nadie. Y, sin embargo, cada palabra que intentaba decirle a Dahlia parecía vacía, insignificante frente a la magnitud de su dolor.

—No tenemos que entenderlo ahora —respondió Lily suavemente, deteniéndose a su lado—. Sólo... seguimos adelante. Un paso a la vez.

Dahlia apretó los labios y sus ojos buscaron el reflejo en el agua del estanque, donde el sol comenzaba a descender. La luz dorada se filtraba entre los árboles, pintando el cielo con colores cálidos que contrastaban dolorosamente con el frío que sentía en su interior.

—No es justo —dijo, esta vez con más firmeza, las palabras llenas de rabia—. No es justo que ella se haya ido. ¿Por qué ella? ¿Por qué ahora?

Lily tragó con dificultad. Ella se había hecho las mismas preguntas innumerables veces desde que su madre había enfermado. Y ahora, que ya no estaba, la ausencia parecía insoportable. No había respuestas para ese tipo de preguntas, y ambas lo sabían.

—No lo es —dijo Lily, finalmente dejando que una lágrima rodara por su mejilla—. Pero tampoco podemos quedarnos en ese lugar. Mamá no querría eso para nosotras.

—¿Y qué se supone que querría? —Dahlia giró, su rostro enrojecido por la tristeza y la furia contenida—. ¡No puedo simplemente olvidarla, Lily!

Lily la miró con tristeza, comprendiendo esa desesperación. Ella misma había tenido momentos en los que el dolor la había superado, en los que deseaba gritar hasta que su garganta no pudiera más. Sabía lo que sentía su hermana. Lo sentía ella misma, cada minuto de cada día.

—No se trata de olvidarla —dijo Lily con suavidad—. Nunca la vamos a olvidar. Pero tenemos que seguir viviendo, como ella querría que lo hiciéramos. Ella siempre fue nuestra fuerza, Dahlia. Y ahora nos toca a nosotras ser fuertes.

Dahlia bajó la mirada, sus manos temblando mientras aferraba aún el pañuelo de su madre. La ira se desvaneció, dejando solo un vacío. Se sentía perdida. Se sentía tan sola, incluso estando al lado de Lily.

—¿Cómo lo haces? —preguntó en voz baja—. ¿Cómo sigues adelante como si estuvieras bien?

Lily negó con la cabeza, su voz temblorosa.

—No estoy bien —confesó, dejando que más lágrimas cayeran—. Cada día es una batalla. Pero me digo a mí misma que ella querría que cuidara de ti, que no me hundiera. Es lo único que me mantiene de pie.

Ambas se quedaron en silencio, el viento ahora más frío al caer la tarde. Las palabras de Lily resonaron en Dahlia, quien sintió por primera vez desde la muerte de su madre que no estaba sola en su dolor. Ambas estaban juntas en esto, dos corazones rotos tratando de encontrar la manera de volver a latir.

De repente, el crujido de unas ramas rompió el silencio, y ambas giraron. Petunia, la hermana mayor, se acercaba con pasos vacilantes, sosteniendo entre sus manos un pequeño ramo de lirios que había recogido del jardín. Su expresión era seria, pero detrás de esa máscara se notaba la misma tristeza que compartían las tres.

—No pude evitar escuchar —dijo Petunia suavemente—. Y... no sé si mis palabras pueden ayudar, pero quiero que sepan que, aunque no lo diga mucho, siempre voy a estar aquí para ustedes.

Dahlia la miró sorprendida. Petunia solía ser más distante, especialmente en los últimos años. Su relación con Lily era complicada, y Dahlia a menudo se sentía atrapada en medio. Pero ahora, ver a su hermana mayor, quien siempre había sido más pragmática, mostrar vulnerabilidad era un consuelo inesperado.

—Petunia... —susurró Lily, su voz quebrándose ligeramente.

Petunia se acercó más y, sin decir nada, se arrodilló frente a ambas. Colocó el ramo de lirios sobre el borde del estanque, como una pequeña ofrenda en memoria de su madre, y luego, sin dudarlo, tomó la mano de Dahlia y la de Lily.

—No sé cómo lo vamos a superar —admitió Petunia, su voz apenas audible—. Pero no voy a dejar que lo hagan solas. Mamá... mamá querría que estemos juntas. Y aunque no siempre he sido la mejor hermana, quiero serlo ahora. Las necesito tanto como ustedes a mí.

Dahlia sintió un nudo en la garganta y, sin poder contenerse más, se lanzó a los brazos de Petunia. Las tres hermanas se abrazaron, aferrándose unas a otras como si fueran la única cosa que mantenía sus corazones a flote.

El sol se hundía en el horizonte, pero en ese momento, bajo el cielo teñido de colores cálidos y el suave susurro del viento, las tres hermanas Evans encontraron un rayo de esperanza. Quizá el dolor nunca desaparecería del todo, pero mientras se tuvieran la una a la otra, sabían que podrían seguir adelante.

Y en el reflejo del estanque, los lirios ondeaban suavemente, como si su madre estuviera ahí, observándolas, sonriendo desde dondequiera que estuviera.

𝘉𝘭𝘢𝘤𝘬 𝘚𝘱𝘢𝘤𝘦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora