14. Mi pequeño Grinch de Navidad, es un malvavisco

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Malorie Vélez

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Malorie Vélez.

Jacob López es más de lo que parece; su actitud amargada, fría y distante no es todo lo que hay. Este enorme hombre que besa como un demonio y saca todos mis deseos fuera es un misterio para mí. Aún no logro comprender cómo es que surgieron tantos malentendidos, cómo llegamos a odiarnos con tanto fervor. Puedo que la única persona que realmente ha odiado a la otra fui yo.

—¿Estás bien, Vélez? —indaga en un tono suave, demasiado dulce y empalagoso para provenir de este hombre. Un tono de voz que nunca le había escuchado, aparte de usar con los niños.

El corazón continúa latiendo enloquecido; los pensamientos solo están centrados en aquel arrasador beso que compartimos en el parqueadero. Soy incapaz de alejar la cabeza de aquel momento. Recordarlo solo aviva el rubor en las mejillas y el deseo de volver a sentir su boca contra la mía y escuchar aquellas promesas cargadas de pasión y deseo.

—Lo estoy, solo... pienso —concluyó apoyando la cabeza contra el sillón de cuero de su auto.

Antes de aquel beso bajo el muérdago, nunca hubiera imaginado compartir una conversación con Jacob, que no fuera como distraigo a sus trabajadores o lo molestamente dulce que soy. Este hombre me irritaba con cualquier pequeña cosa. Todo lo que hacía le fastidiaba y no entendía por qué. Una parte de mí no cree en su declaración, en la extensión de sus sentimientos. Me resulta difícil comprender cómo este hombre amargado y frío ha caído a mis encantos, cuando y donde me convertí en el centro de sus fantasías. No hay lógica alguna en aquella declaración, pero la fuerza que precedió a aquellas palabras me impide dudar por completo de su veracidad.

¿Acaso deseo que Jacob López me ame? Deseo el amor del mismo hombre al que le he deseado la muerte o que se pudra en el infierno. No entiendo que tan retorcida es la lógica detrás del amor.

Los dedos del neurocirujano dan rítmicos golpecitos al volante, intentando hallar algún comentario listillo con el cual llenar el silencio. Ninguno de los dos sabe cómo romper la tensión que se ha instalado entre nosotros, y es normal; nunca habíamos hablado más allá de un saludo denso y miradas enojadas. No obstante, el silencio trae consigo cierta comodidad y paz, que calma los latidos desenfrenados de mi corazón y el continuo sonrojo, el cual se adhería con persistencia a las mejillas.

—Bienvenida, a mi apartamento —Jacob abre la puerta mostrando una sola moderna y monótona. El balance entre las paredes blancas con pocos cuadros y los muebles de cuero negro con toques de madera demuestra que Jacob es pulcro y aburrido en todos los rangos de su vida.

Entro en su espacio, sintiéndome tímida ante cada pequeño detalle que descubro del neurocirujano, mientras más tiempo analizo las decoraciones que se esconden en los rincones. Los libros y películas alineados por color; las platas en las esquinas, las cuales se estiran en todo su esplendor y el verde de sus hojas brilla bajo el reflejo de la luz. Jacob camina por el apartamento, moviéndose con cierto nerviosismo. Su mirada cae sobre mí cada segundo, analizando las reacciones, si encuentra disgusto o molestia en ella, ante los detalles que descubre.

LO QUE NOS TRAJO EL MUÉRDAGO (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora