2. Coraje

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Malorie Vélez

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Malorie Vélez.

Mi corazón se siente lleno, cargado de esperanzas y con la mirada puesta en un futuro prometedor. Los deseos que siempre le he pedido a Madame siempre se cumplen. Cuando niña tenía curiosidad de cómo lograba que todo se volviera realidad; pero al crecer solo continuó confiando, teniendo una fe ciega y confiada en sus poderes de gitana. Hubo contadas veces donde Madame no estaba de acuerdo con mis deseos, uno fue la muerte de mi madre y el otro la boda con Dean. En este último se negó a aparecer en el lugar o darme siquiera su bendición como la única figura materna que conozco. Debí ver la señal de que Dean era una mala decisión, un error.

Al entrar a la casa, me encuentro con Hannah acostada en uno de los sillones, con las piernas abiertas, el cabello revuelto y una expresión pálida y contraída por el dolor. Dejando escapar un gruñido áspero y doloroso, su mirada se encuentra dilatada por el dolor y no hace más que maldecir, mientras avanza hacia el sillón, dejándose caer sin fuerza. Hannah suspira, cerrando los ojos, sosteniendo con firmeza el costado derecho del abdomen, conteniendo otro gruñido.

—Volviste a salir herida.

—Solo fue una redada, no hay nada de qué preocuparse, Lori.

—Siempre dices lo mismo, Hannah, y termino remendándote como un trapo de cocina —ella ríe; mi hermana tiene el descaro de reír, con la cabeza descolgada hacia atrás.

Hannah Vélez, policía del departamento de narcotráfico y mi hermana mayor; esta mujer no tiene ningún instinto de preservación y siempre parece correr hacia el peligro. Niego, guardándome lo que pienso, porque al final a Hannah no le interesa; nunca lo ha hecho; agarro el botiquín de primeros auxilios, volviendo a la sala dispuesto a curar la reciente herida.

—Muestra—demando sentándome a su lado, organizando todo lo que necesito para darle el cuidado necesario a la herida y a mi terca hermana.

Hannah gruñe, pero termina cediendo, quitándose la camisa del uniforme y todo lo que me impide ver la herida en su totalidad. Llegará el día donde estará en el hospital y no serán unas cuantas puntadas todo lo que necesitará. Pero nunca le ha importado el peligro que corre en su trabajo, ellos viven para la adrenalina; la persiguen como perros sedientos. Tanto mi padre como ella se parece tanto, que no puedo evitar sentir miedo y preocupación por sus vidas.

—Es un moretón.

Para ella todo es un moretón, siempre les quita seriedad e importancia a sus acciones. Continúo curando, tanteando que todo esté bien en el interior. Conociendo a Hannah, no se ha dejado revisar por los paramédicos, ni pisado un hospital.

—Madame me llamó; dijo algo interesante.

—Fui a saludarla—cede con un suspiro cansado, dándole el último toque a sus costillas, poco más duro de lo necesario—. Le pedí mi deseo de víspera de Navidad. No quiero perder el tiempo pensándolo cuando lo tengo claro. Pedí conocer al hombre perfecto.

LO QUE NOS TRAJO EL MUÉRDAGO (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora