3. El juego del ratón y el queso

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Malorie Vélez

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Malorie Vélez.

Acaso Jacob López no entiende lo que es huir o ignorarlo, no; este hombre no entiende el significado de que pase de él. Que no le presten la atención que requiere. Continúo caminando, esperando llegar a la seguridad del laboratorio y no escuchar más sus palabras.

—¿Qué sucede? —gruño mirándolo desde abajo, fastidiando aún más por la diferencia de tamaño, su mano encerrando la mía, transmitiendo el calor de su palma y callosidad a la mía. Las mejillas enrojecidas y esa mirada brillante y deseosa que se posa en mi rostro, están mal. —¿Qué sucede? —repito perdida.

—Oh, por Dios. Vélez y López, debajo de un muérdago.

¿Muérdago? Deben estar equivocados, no habría un muérdago en el hospital. Pero cuando alzo la cabeza más allá del cirujano, lo veo, esa rama verde con flores apenas retoñándolo. Un lazo rojo lo sostiene junto y atado al techo, moviéndose sobre nuestras cabezas. Parpadeó una y otra vez, esperando que el muérdago desaparezca o que nos movamos unos centímetros a la derecha o izquierda, lejos de aquella rama olvidada. Los susurros aumentan, cada uno más escándalos y emocionado que el anterior. Logro escuchar a lo lejos el inicio de una apuesta y una carcajada.

—Por fin van a dejar esa tensión que les rodea —susurra un desconocido del personal.

Las palabras carecen de sentido, más allá de ser simples palabras que nos rodean. Que recargan mayor tensión a este segundo que se ha detenido en el flujo constante del tiempo. El muérdago continúa sobre nuestras cabezas; la mirada de Jacob brilla con tanta intensidad y anhelo que me desconcierta. No tienen sentido todas las emociones que puedo captar en aquellos ojos que más de una vez he llamado inexpresivos.

—No sucederá nada, es un error. Seamos adultos y continuemos como nuestro día.

—Tenemos que cumplir las tradiciones.

—A ti ni siquiera te gusta la Navidad, no tienes que continuar con las tradiciones.

—No quiero que un duende o una bruja venga y me maldiga por no cumplir con la tradición del muérdago, es solo un beso. Inofensivo e inocente beso—me contradice, siempre llevándome la contraria con aquella estúpida sonrisa de dientes completos que deja ver el inicio de un diminuto hoyuelo en la mejilla.

—Estamos en Navidad, no Halloween para que un duende venga y te maldiga o una bruja. Ni siquiera crees en las tradiciones, te parecen estúpidas. No es necesario que ahora comiences a seguirlas—argumento, esperando escapar de la jaula de sus brazos y los susurros que nos impulsan a cumplir con el beso del muérdago. Todos están apoyando a Jacob; animando para que rompa la distancia que nos separa.

—No, Jacob...

Sus labios cayeron sobre los míos, silenciando, acallando la protesta. Sus manos me envolvieron con fuerza, acercándome aún más contra él; fundiéndome en el calor de su pecho. Mientras aquellos labios ágiles y dominantes se dedicaron a burlarse de mí, saquear mi boca y hacerme delirar. No había fuerza humana que me liberara de este agarre férreo y caliente, de su boca engatusadora que silenciaba las voces de los desconocidos y los pensamientos que se negaban aún a ceder ante este momento.

LO QUE NOS TRAJO EL MUÉRDAGO (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora