18. No ruegues

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Malorie Vélez

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Malorie Vélez

Jacob ríe desde el suelo. Su risa es estridente. Entre más tiempo pasa tirado en el suelo, ahogándose con las carcajadas incesantes, el corazón se aprieta y la respiración va faltándome. Lucho por mantenerme estable y no sentir la culpa carcomiendo por haberle empujado y gritado cuando Bastian casi nos descubre. Me siento mal, las manos me tiemblan. Mantengo la mirada centrada en el rostro enrojecido del cirujano, quien es ajeno al malestar que siento. Él luce feliz y aliviado, liviano.

—¿Estás bien? —vuelvo a preguntar con nerviosismo. Él asiente. La risa se detiene; aquellos ojos oscuros y analíticos me observan con curiosidad; cuando repito la pregunta otra y otra vez, Jacob se levanta atrapando las manos temblorosas entre las suyas.

—Estoy bien, realmente lo estoy, no debes preocuparte por nada —susurra con suavidad, sus dedos largos y finos deslizándose con afecto por mi mejilla, trazando arcos y círculos en la piel enrojecida.

—Pero te caíste.

—Y estoy bien; fue tu reacción —suspiro conteniendo las ganas de negar y preguntarle una vez más si se encuentra bien—y mi culpa por haber dejado la puerta sin seguro. Todo está bien, dulzura.

—No está bien.

—Lo merezco, dulzura —sonríe relajado—. Por todas esas veces que te hice sentir mal y creer que te despreciaba o eras inútil—bufo sin creerle.

No importa cuántas veces afirme que está bien, que no le importa lo sucedido y solo es un pequeño golpe sin sentido. Las palabras pueden fluir de su boca; sus ojos pueden mostrar compresión y un infinito cariño que me atormenta; porque cada vez que veo a detalle la mirada en su rostro, la expresión que adorna sus facciones cada vez que me mira. Siento miedo.

Miedo de la intensidad que hay en ella, de los sentimientos profundos y voraces que amenazan con tragarme si alguna vez doy un paso hacia él. Sé que apenas avance hacia Jacob, nunca me dejará ir. Hay tanto deseo y posesividad en cada gesto suyo que me hace temer por el final. Por el dolor y la traición cuando todo termine. Dean me dañó tanto; me hirió de una manera que aún lo logro reparar; creo que es imposible arreglar lo que se dañó.

—Solo hay una forma de aceptar tus disculpas, dulzura.

—¿Cuál? —indago, saliendo de los recuerdos tormentosos. Él sonríe, sonríe cuál lobo, astuto y voraz.

—Cásate conmigo, dulzura; sé mi esposa —anuncia con tanta convicción, con el rostro serio y libre de alguna emoción que desmienta la veracidad de su declaración.

Ahora soy quien ríe como un estúpido; una carcajada voraz y aguda me estremece; uniéndose a los ligeros temblores que aún permanecen. Entre carcajadas y respiraciones agitadas, logro corregirlo: aun así, la idea de ser su novia me parece igual descabellada que la anterior. La mandíbula del cirujano se tensiona, liberando lentamente la respiración, antes de negar, despacio; como si tuviera miedo que enloqueciera en cualquier segundo.

LO QUE NOS TRAJO EL MUÉRDAGO (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora