El sol de la tarde bañaba las calles con una luz cálida y dorada, haciendo que cada sombra se alargara perezosamente sobre el asfalto. Caminaba sola, dejando que mis pensamientos flotaran libremente mientras el bullicio de la escuela se desvanecía en la distancia. No era un recorrido largo, pero a veces sentía que esos minutos a pie eran lo único que realmente me pertenecía en el día.
Con la mochila colgada sobre un hombro y los auriculares puestos, me dejé llevar por la música que sonaba suavemente en mis oídos. Cada paso era un latido, cada nota un susurro que me guiaba a través de las calles que conocía tan bien. Había algo reconfortante en la rutina, en la familiaridad de las aceras y los edificios que me habían visto crecer.
A medida que avanzaba, observé a mi alrededor: los árboles que bordeaban la avenida, la tienda de la esquina donde siempre compraba un refresco, el parque que siempre estaba lleno de niños jugando. Todo parecía igual que siempre, y sin embargo, sentía que algo dentro de mí estaba cambiando. Quizás era la sensación de que algo nuevo estaba por venir, o tal vez era simplemente el hecho de que las cosas nunca se detenían, incluso cuando parecían hacerlo.
Finalmente, llegué a la esquina que marcaba el comienzo de mi calle. Podía ver mi casa a lo lejos, un lugar que siempre había sido mi refugio. Pero hoy, mientras me acercaba, no pude evitar preguntarme si ese sentimiento de seguridad iba a durar para siempre. Algo en el aire parecía diferente, como si el viento estuviera susurrando secretos que aún no estaba lista para entender.
Cruzando la calle, metí las manos en los bolsillos de mi chaqueta, sintiendo la suavidad del tejido contra mis dedos. Con cada paso que daba hacia la puerta de mi casa, el peso de la rutina comenzó a desvanecerse, dejando espacio para algo más. No sabía qué era, pero estaba ahí, esperando en los márgenes de mi conciencia, listo para revelarse en el momento adecuado.
Al llegar a la residencia, noté que el coche de Audrey ya estaba ahí. No me preocupé demasiado, ya que Simón siempre había temido a Audrey.
Audrey no era la tía ideal. No era especialmente afectuosa y rara vez sonreía, pero siempre me hablaba bien, y en ocasiones, aunque raras, con un toque de cariño. Se preocupaba por mí, pero cuando el estrés la dominaba, parecía no importarle nada ni nadie.
Toqué la puerta y una mujer alta, de 37 años, con cabello rubio y ojos marrones, me abrió. Vestía elegantes pantalones azul oscuro y una camiseta de manga larga arremangada hasta los codos.
—Olvidé mis llaves —. Respondí adolorida, con ganas de caer rendida en mi cama.
—Lo noté cuando tocaste a la puerta — cerró detrás de mi y me hizo seña a que pasara con ella a su oficina —. ¿Ya elegiste univerisad?Audrey removía papeles mientras se sentaba frente a su computadora.
—Tenía en mente Yale —y no mentía, después de varios días creo que es la mejor opción.
Asintió mientras acariciaba su barbilla.
—¿Carrera?
Suspiré antes de responder —medicina de emergencia.
Sus ojos voltearon hacia mi rápidamente con una expresión de asombro.
—¡Que bueno! —se levanto rápidamente y me abrazó —. Estoy muy orgullosa de tu elección.
Por primera vez ante este tema, solté un fuerte suspiro y me recargué en ella.
—Tenemos que dar esta noticia —Audrey me sujeto por los hombros con dulzura mientras me miraba a los ojos.
El suave aroma a té llenaba la elegante sala de estar mientras Audrey llegaba a vertir un poco en nuestras tazas. La luz de la calle se filtraba a través de las cortinas de encaje, bañando la habitación con un resplandor plateado que contrastaba con la tensión que lentamente comenzaba a formarse en el aire.
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Recuerdo I: El Recuerdo (B) ©
Teen FictionElina siempre ha sentido que algo le falta en su vida; la compañía de alguien con quien compartir sus sueños y miedos. Por otro lado, él ha vivido en la soledad, anhelando el calor de un amor sincero. Sus caminos se cruzan por una serie de casualida...